El borracho, avejentado prematuramente, era un barón de Berlín, antiguo capitán de la Guardia imperial, que había perdido al juegos sumas importantes confiadas por sus superiores.
Es un flojo y un cobarde cuando no está bebido; pero borracho es una fiera, de modo que ahora lo hacen chupar como un saguaipé para que, por lo menos, meta un julepe á alguno.
Lívido, tembloroso, reprimiendo unos grandes deseos de llorar que acababan de asaltarle, Amadeo preguntó: ¿Es posible?... ¿Tan malo es? De oro es el mozorepuso don Adolfo; había de morirse, y el Diablo, para cargar con él, necesitaría pensarlo mucho: borracho, jugador, mujeriego, camorrista... ¡de todo es el indino! Y afirmó: No parece hijo tuyo.
En este particular, mi desengaño ha sido el más completo: los borrachos, que los hay por gruesas, son silenciosos; pocas veces se presencia una riña; casi nunca arman esas grescas y esos Sanquintines de que pudieran jactarse los borrachines de la raza latina.