15 Metáforas para comedor

Este comedor está abrigadito.

El comedor es chaparro; mesas pequeñas con sus carpetas, que fungen á veces de mantel, de damasco, de algodon encarnado y blanco: allí los lagos de las sopas, las petrificaciones de las carnes, los incendios de las salsas y pikles, el ágrio de los budruz calumniados con el nombre de conservas y los envenenamientos al pastel ó por medio de pasteles, como diria un escritorcillo de esos que todo lo echan á perder por hablar claro.

Y allí, ¡qué fiesta tan hermosa! ¡Qué desayuno aquel! ¡El comedor que parecía un jardín!

Los comedores y las dependencias de la servidumbre están en otro edificio.

El comedor era una vasta habitación, blanqueada, con muebles antiguos que parecían estar de guardia a lo largo de las paredes, semejantes a negros gigantes agazapados.

El comedor era un hervidero de alegría y de chistes, entre los cuales empezaban a sonar algunos de gusto dudoso.

O que comedor de hueuos asados era su marido.

¿Los comedores y los comidos eran, acaso, dos naciones de origen distinto?

Excepto la biblioteca, el comedor era mi orgullo.

El comedor es una pequeña pieza blanca; en las paredes cuelgan apaisados cuadros antiguosque como están completamente negros es de suponer que no son malos; frente a la puerta destaca un armario, en que están colocados cuidadosamente los platos, las tazas, las jícaras, guarnecidos por las copas puestas en simetría de tamaños, dominado todo por un diminuto toro de cristal verdoso como los que Azorín ha visto en el museo Arqueológico.

Este comedor, con su papel amarillento y una alcoba en el fondo, era de una pobreza un tanto cómica.

El comedor del rey era una sala alfombrada toda con esteras muy finas y de curiosas labores: la mesa era el propio pavimento, pero cubierto de blancos manteles de algodón, y el asiento real era un cojín ó almohadón de cuero de venado ú otra piel bien curtida, de extraordinario precio.

El comedor es un largo salón, inmenso, con una sola mesa, cubierta con un mantel indescriptible.

Miró el artillero en derredor suyo, y al ver que no andaba por allí nadie, ni Sabel, ni la cocinera, estuvo á punto de vaciar el saco... Pero al fin el comedor era un sitio abierto, podía entrar gente de un momento á otro, y lo que á él se le asomaba á la lengua era para dicho privadamente.

El comedor era una vasta cámara, más vasta que cómoda y elegante, y sus muebles toscos y ennegrecidos, y sus grandes cortinas de colores marchitos, y los cristales turbios y emplomados de sus balcones, mostraban claramente que el viejo conde se curaba poco del aliño de la casa, y que el nuevo no la habitaba mucho tiempo.

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