331 colocaciones para escritores

Se publican unas tras otras obras magníficas sobre nuestra historia antigua y moderna, sobre nuestra literatura, sobre nuestra novela: allí se conocen tan bien como en España mismo las obras y biografías de nuestros escritores, las cifras de nuestro movimiento literario, la vida de nuestras academias, el vuelo de nuestro periodismo, nuestra filosofía.

No hay que hablar, por tanto, de lo que se llama verdadera composición poética; cuanto encuentra la pluma del escritor de comedias en su rápida carrera ocupa lugar en la obra, sin consideración alguna á su conveniencia ó inconveniencia con el conjunto.

Su crítica era casi siempre acertada, vigorosa, poseía una rara penetración para aquilatar los méritos de cada escritor, no había cuidado que se dejase engañar por armadijos ni oropeles.

El exámen de todas las obras artísticas de este pueblo, necesitaria la vida laboriosa de más de un escritor, y el espacio de muchos volúmenes.

La casi absoluta romanización de la Península resulta con evidencia, así del testimonio de los escritores y de los monumentos, como de la influencia ejercida después por las instituciones romanas en la organización y cultura de los Visigodos.

No pienso adherirme a la opinión de los escritores mal humorados que han querido probar que el hombre habla por una aberración, que su verdadera posición es la de los cuatro pies, y que comete un grave error en buscar y fabricarse todo género de comodidades, cuando pudiera pasar pendiente de las bellotas de una encina el mes, por ejemplo, en que vivimos.

Formaba parte del pequeño número de escritores discretos que nunca son conocidos más qué por el título de sus obras, cuyo nombre alcanza fama sin que ellas salgan de la sombra, y que pueden desaparecer o retirarse del mundo sin que el público, que no se comunica con ellos más que por sus escritos, llegue a saber lo que de ellos ha sido.

Leímos al mismo tiempo los dos Rob Roy, Ivanhoe y Quintín Durward, y hablamos mucho de los personajes de las novelas del gran escritor.

Sentía la nostalgia de lo extraordinario, de lo original; le agitaba el ansia de aventuras de la juventud, y dueño de un distrito heredero de un señorío casi feudal, leía con el respeto supersticioso de un patán, el nombre de un escritor, de un pintor cualquiera; «gente perdida que no tiene sobre qué caerse muerta», según declaraba su madre, pero que él envidiaba en secreto, imaginándose una existencia llena de placeres y aventuras.

Recibió ofertas halagadoras para que pusiera su talento de escritor al servicio de intereses comerciales; pero jamás quiso desnaturalizar su pluma que solo debía servir para unir a la familia latinoamericana y para luchar por la libertad.

Se nota que aquel autor no siente en la vocación del escritor; escribe como un pis aller.

Cuando hubiera yerro, esto pudiera moderar el juicio del escritor.

Así, pues, mi docto amigo don Joaquín Hazañas, en su Noticia de las Academias Literarias, Artísticas y Científicas de los siglos XVII y XVIII (Sevilla, 1888), se limitó, en cuanto a la de la calle de las Armas, a reseñar el pasaje del escritor ecijano.

Quien desee convencerse de ello lea unos cuantos libros de aquellos grandes escritores místicos que para hacer codiciable la gloria y posible la salvación, presentaban no sólo la belleza, sino aun la mera forma corporal, como cebo y acicate del pecado.

Al mismo tiempo que la conocí leí la obra del novelista escocés, y no puedo pensar en mi querida muerta sin recordar la figura literaria del gran escritor.

El estilo metafórico y enfático de estos escritores, en el cual sobresalió como ninguno Edgar Quinet, me sedujo entonces tanto como ahora me enfada.

La casa editora de D. Appleton y Cía. acaba de publicar este nuevo romance, del aplaudido novelista británico cuya reciente muerte deploran las letras de ambos mundos, pues su fama como escritor ingeniosísimo había llegado hasta nosotros mediante las traducciones de otras obras suyas llevadas á cabo por los mismos editores Appleton.

Es de lamentar que los trabajos periodísticos de este escritor no se hayan coleccionado, pues si como expresión de ideas y manifestación de luchas de otra edad carecen de aquel interés palpitante que tuvieron en su origen, siempre hubieran servido como buenos modelos de discusión política, de urbanidad literaria y de bien decir.

El temperamento caballeresco de Garzón se aviene a maravilla con la aventura romántica del archiduque navegante, y su habilidad de escritor sale ufana del intento de demostrarnos la posibilidad de que actualmente existe en alguna parte el que casi todo el mundo ha creído muerto en el mar.

En mi sentir hay en usted una poderosa individualidad de escritor, ya bien marcada, y que, si Dios da a usted la salud que yo le deseo y larga vida, ha de desenvolverse y señalarse más con el tiempo en obras que sean gloria de las letras hispanoamericanas.

Pues, además de tantear la carrera de escritor, cultivando tan diversos géneros literarios, empeñó su tiempo en otras profesiones.

Placíase en tenderse en el fondo de las cañadas a la sombra de los sauces y pasar allí largas horas saboreando a ratos las páginas de algún escritor admirado, a ratos escuchando los gorjeos de los pájaros, el manso ruido del viento en los árboles y el rumor cristalino de las aguas corrientes.

Publicado en 1905 por la Maison Mazarin (París), este libro reúne varias ficciones de escritores laureados por la Academia de la lengua francesa (Académie française), como Emile Souvestre, Pierre Loti, Hector Malot, Charles de Bernard, Alphonse Daudet y otros.

Los datos consignados son sufientes para dar una idea de lo que costaba á la Ciudad la Fiesta del Corpus Christi durante los pasados siglos: el lujo que debió ostentarse en los carros y en las danzas, el ingenio de los escritores, de asuntos para aquéllos y para éstas.

, si bien por lo poco que dejaron es fácil rastrear y columbrar cuánto hubieran acertado al hacerlo, si con afán hubiesen dedicado a tales tareas las altas prendas de escritores que los adornaban.

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