10 colocaciones para vendedoras

Apercibo allí á una de las hijas de Green, jugando con la hija de una pobre vendedora de frutas de la calle de los Nogales.

Como no sabía hacer nada, le dieron la última categoría de las vendedoras.

Se compraba con escuditos de oro, y la gracia se hacia estribar, en los chistes del comprador, en los fingidos dengues de las vendedoras.

Cristina le miraba con enojo, como si este cariño extremado la ofendiera, colocándola al nivel de las vendedoras de amor.

Durante muchos años, al comprar en la playa el pescado como una simple vendedora, había deseado ser ama de barca, poder reñir é imponerse al mísero y escandaloso rebaño.

Sabían que en el «Palacio de Cristal» había descalabrado a dos compañeros de los más audaces y que en todas las cuevas del Príncipe Pío, por su labia y por la facilidad con que empalmaba la navajilla, no le disputaba nadie el mejor sitio para dormir y las primeras hembras del rebaño de vendedoras de periódicos y explotadoras de señores viejos que seguían a los golfos en sus antros.

Por las prendas de ropa que se veían en el suelo, en el respaldo de la silla y en su mismo regazo, se echaba de ver que cosía; de cuya labor no levantó los ojos sino en los momentos en que su compañera, que se ocupaba del mismo modo, abría la puerta de la calle y ayudaba a deponer en el quicio el tablero pesado de la vendedora.

Y ¡qué color (pictóricamente hablando), ó qué variedad de colores fuertes (para decirlo con más claridad), en los trajes de vendedoras y vendedores, de compradores y compradoras!¡Cuánta ropa, á principios de Octubre! ¡Cuánta lana! ¡Qué refajos, qué mantas, qué capas, qué capotes, qué anguarinas! Por el abrigo y color general, así como por el dibujo ó hechura, la indumentaria de aquellas gentes recuerda á León y á Galicia.

Y momentos después, las bocas melosas convertíanse con el regateo en orificios de retrete, que arrojaban la inmundicia del lenguaje sobre el rebelde parroquiano, con acompañamiento de insolentes carcajadas de todas las vendedoras, unidas con instintiva solidaridad para insultar al comprador.

Bien claro decía el clarinete en sus argentinas notas: caramelo vendo, vendo caramelo; al paso que los violines y el contrabajo las repetían en otro tono, y los timbales hacían coro estrepitoso a la voz melancólica de la vendedora de ese dulce.

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