331 colocaciones para alegrar

Tal era la carta de D. Juan Fresco que tanto alegró el corazón de D. Acisclo.

Pobrísimo río ceñía, como un cinturón de hojalata, el pueblo, refrescando al pasar algunas huertas, única frondosidad que alegraba la vista.

¡Oh! Me alegro infinito! dijo él con calor.

¡A qué, guardar rencor, si todo ha sido tan sólo un sueño que alegró mi vida... un bálsamo fugaz sobre una herida...! ¡A qué, llorar una esperanza muerta, si todo ha de caer en el olvido

Tiene mi pajarillo 5 Siempre armonías Para alegrar el alma Del que camina... ¡Oh cielo santo, Por qué no harán los hombres 10 Lo que los pájaros!

Imperaba en él todavía la reserva de los primeros momentos: la gente comía con moderación y delicadeza, los camareros y mozos de servicio andaban discretamente sin taconear, las cucharas producían leve música al tropezar con los platos, la virginidad del mantel alegraba los ojos, y el vaho aperitivo de la sopa no desterraba del todo las fragantes emanaciones de las rosas y claveles de los floreros.

Las esclavas africanas vendían las confituras y bollos, hechos con el caniamum y el ajonjo, que alegraban el espíritu, sin embriagarlo como el vino.

713 Y en las projundas tinieblas en que mi razón esiste, mi corazón se resiste a ese tormento sin nombre, pues el honbre alegra al hombre y el hablar consuela al triste.

El hecho es que alegra el ánimo decaído por la monotonía de la navegación.

Para alegrar la fiesta dos bandas de música son suficientes; así, evitamos esas riñas y enemistades, que hacen de los pobres músicos, que vienen á alegrar nuestras fiestas con su trabajo, unos verdaderos gallos de pelea, retirándose después mal pagados, mal alimentados, contusos y á veces heridos.

Si debiera dejarte pronto, me alegraría de que no te quedaras en este pueblo de iroqueses, de saber que estabas rodeada de afecciones dignas de ti y de pensar que encontrarías una segunda madre... ¡Dios mío! ¿En quién?

Lord Gray viste elegantemente; gasta con profusión en su persona y en obsequiar dignamente a sus amigos, y su esplendidez no es el derroche del joven calavera y voluntarioso, sino la gala y generosidad del rico de alta cuna, que emplea sabiamente su dinero en alegrar la existencia de cuantos le rodean.

Ni un organillo que alegre aquella espantosa soledad.

Y esperemos, por último, que, ya sea escribiendo segunda parte de Silvestre Paradox, ya sacando a relucir a otros héroes y tomando nuevos caminos y asuntos, el Sr. Baroja siga escribiendo novelas, ya que tiene aptitud para ello, y procure, sin dejar de ser realista, iluminar, hermosear y alegrar el mundo que describa con resplandores ideales.

flin flan... ¡Ay!, no qué tiene esto... ¡da un gusto oírlo! Parece que alegra toda la casa.

¡El pobre Tonet! ¡cuán bueno era! ¡cómo alegraba al padre cuando quería!...

Pero me alegro de verte, Jacobo, me alegro infinitamente.

Me alegro, porque con eso me acostaré yo, que bastante lo necesito... ¡Qué camino, amigo Pepe, qué camino y qué pueblo! Dime, ¿venís a pegar fuego a Orbajosa? [30] ¡Fuego! Dígolo porque yo tal vez os ayudaría.

¡Muy bien! ¡Me alegro mucho!decía el Señor, mientras una sonrisa agitaba su barba resplandeciente.

¡Cuánto me alegro de encontrarte, José! Eres una aparición divina.

Allí estaban los héroes de las antiguas fiestas: el Cid gigantesco, con su espadón, y las cuatro parejas representando otras tantas partes del mundo, enormes figurones con los vestidos apolillados y la cara resquebrajada que habían alegrado las calles de Toledo, pudriéndose ahora en los tejados de la catedral.

En cuanto vino la guitarra, comenzó a alegrar la tertulia con playeras, polos y sevillanas.

y esto hecho: contare mis gallinas / hare mi cama: porque la limpieza alegra el corazon barrere mi puerta / e regare la calle porque los que passaren: vean que es ya desterrado el dolor.

Mucho me alegraba la idea de vivir en el Palacio Gaetani, y, sin embargo, tuve valor para negarme: Decid á vuestra Señora la Princesa Gaetani, que me hospedo en el Colegio Clementino.

Yo también la ignoraba, por culpa de mi tía, quien siempre se rehusó a contarme cómo y de qué manera fué Angelina a la casa del P. Herrera, del cariñoso anciano, del santo sacerdote que veía, y con razón, en su hija adoptiva, un ángel bajado del cielo para alegrar las tristes horas de su vida rural.

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