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¿Has visto alguna india en esas noches en que la luna asoma su blanca faz por allíy le señalé los picachos del vecino Banajaoque haya cantado muy bajito, muy bajito, canciones que al que las escuchaba le dieran ganas de llorar?

De cada una de las notas que formaban aquel magnífico acorde, se desarrolló un tema; y unos cerca, otros lejos, éstos brillantes, aquellos sordos, diríase que las aguas y los pájaros, las brisas y las frondas, los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos, cantaban cada cual en su idioma un himno al nacimiento del Salvador.

Oían cantar a los pájaros.

La conciencia le decía que faltaba a la verdad, aunque no cantase el gallo.

Una india que canta un romance ó un cumintán, que es sorprendida por un europeo, deja la mayor parte de las veces su canto, ó de continuar, lo hace de una forma cohibida á todas luces.

Uno de los chicuelos cantaba un verso, y después los pastores y los demás muchachos lo repetían acompañados de la zampoña, de la guitarra montañesa y de los panderos.

Y sacando una guitarra una dama de las tapadas, templada sin sentillo, con otras dos cantaron a tres voces un romance excelentísimo de don Antonio de Mendoza, soberano ingenio montañés, y dueño eminentísimo del estilo lírico, a cuya divina música vendrán estrechos todos los agasajos de su fortuna.

Eso , y bien claro se lo solfeó á su hijo:«Si llegas á gastar los cuartos que me valieron las tierras sin cantar misa, Dios te la depare buena, porque, lo que es yo, te abro en canal.

Y como no faltan en Madrid hambrones de levita y de frac, al instante tuvo una corte de parásitos que cantaron sus alabanzas.

Y ella volvía la cara hacia aquel lado donde la primavera nacía cantando amores, y sentía todo su ser congestionado por el hechizo de vivir y por la ilusión de amar....

Hay quien la conoció de niña en Viena, cantando sus primeras romanzas en un music-hall.

«Y de lo que más soledad he tenido es del cantar de los ruiseñores, que ogaño no les he oydo, como esta casa es lexos del campo.

7 Que no se trabe mi lengua Ni me falte la palabra: El cantar mi gloria labra Y poniéndome a cantar, Cantando me han de encontrar Aunque la tierra se abra.

No había una flor en toda la inmensidad de la cuesta; mi fatiga siempre grande, mi carga siempre molesta, y los labios de mi musa no me daban la respuesta... Y mientras yo meditaba sobre la virgen cuartilla, penetró por mi ventana un ave de pesadilla; yo pedí que me cantara un canto de maravilla, y el ave mató la luz de la candela amarilla.

, l. 13), y de allí se derramó á todas las iglesias: el Santo vió en visión celestial cantar así á coros á los ángeles y bienaventurados delante de Dios.

524 Al trote dentro del cerco, sudando, hambrientas, juriosas, desgreñadas y rotosas, de sol a sol se lo llevan: bailan aunque truene o llueva, cantando la mesma cosa.

Cada uno nace con su carácter, y eres de aquellos a quienes el pobre papá cantaba la antigua copla: /* Arròs y tartana, casaca a la moda, ¡y ròde la bola a la valensiana! */ Y como si la cancioncilla del tío fuese la señal para que comenzase la música de las niñas, éstas atronaron el salón con el tecleo del piano y los gorjeos esforzados.

¡Ah! condenado engendro de Satanás, dijo éste con voz espantosa, recogiendo la ballesta con una rapidez indecible: pronto has cantado la victoria, pronto te has creído fuera de mi alcance; y esto diciendo, dejó volar la saeta, que partió silbando y fue á perderse en la obscuridad del soto, en el fondo del cual sonó al mismo tiempo un grito, al que siguieron después unos gemidos sofocados.

Las vendedoras de buñuelos y de bollos con miel y castañas confitadas, atraían a los compradores con sus gritos frecuentes, mientras que los muchachos de la escuela formaban grandes corros para cantar villancicos, acompañándose de panderetas y pitos, delante de los pastores de las cercanías y demás montañeses que habían acudido al pueblo para pasar la fiesta.

¿Y cómo se podía contar una cosa tan delicada dando berridos, al modo que cantan los serenos las horas, o como los pregones de las calles?

En el momento en que Constanza salió del bosquecillo, sin velo alguno que ocultase á los ojos de su amante los escondidos tesoros de su hermosura, sus compañeras comenzaron nuevamente á cantar estas palabras con una melodia dulcísima: CORO «Genios del aire, habitadores del luminoso éter, venid envueltos en un jirón de niebla plateada.

Ella, con los blancos cabellos en desorden, elevaba los brazos cantando la Marsellesa.

Cuando volvió de la calle don Víctor muy contento, cantando trozos de zarzuela, propuso a su mujer, de repente, acceder a la súplica de la Marquesa que los había convidado a tomar café, después de almorzar, para ir juntos a paseo... a ver las máscaras.

¿Pero miss Hawkins no nos hará el obsequio de cantar la segunda estrofa de esa preciosa melodía?

No cura si la fama 5 canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama la lengua lisonjera lo que condena la verdad sincera.

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