96 oraciones de ejemplo con pelida
671 Nireo condujo desde Sima tres naves bien proporcionadas; Nireo, hijo de Aglaya y el rey Cáropo; Nireo, el más hermoso de los dánaos que fueron á Troya, si exceptuamos al eximio Pelida; pero era tímido y poca la gente que mandaba.
Y el impetuoso Héctor no dejará de pelear, hasta que junto á las naves se levante el Pelida, el de los pies ligeros, el día aquel en que combatirán cerca de los bajeles y en estrecho espacio por el cadáver de Patroclo.
Ea, elijamos esclarecidos varones que vayan á la tienda del Pelida.
Y Néstor, caballero gerenio, fijando sucesivamente los ojos en cada uno de los elegidos, les recomendaba, y de un modo especial á Ulises, que procuraran persuadir al eximio Pelida.
Largo rato duró el silencio de los afligidos aqueos; mas al fin exclamó Diomedes, valiente en el combate: 697 «¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres Agamenón! No debiste rogar al eximio Pelida, ni ofrecerle innumerables regalos; ya era altivo, y ahora has dado pábulo á su soberbia.
Ea, alza el cetro y jura que me darás los corceles y el carro con adornos de bronce que conducen al eximio Pelida.
198 Cuando Júpiter, que amontona las nubes, vió que Héctor vestía las armas del divino Pelida, moviendo la cabeza, habló consigo mismo y dijo: 201 «¡Ah mísero! No piensas en la muerte, que ya se halla cerca de ti, y vistes las armas divinas de un hombre valentísimo á quien todos temen.
La armadura de Aquiles le vino bien á Héctor; apoderóse de éste un terrible furor bélico, y sus miembros se vigorizaron y fortalecieron; y el héroe, dando recias voces, enderezó sus pasos á los aliados ilustres y se les presentó con las resplandecientes armas del magnánimo Pelida.
Poco tiempo debían los aqueos permanecer alejados de éste, pues los hizo volver Ayax; el cual, así por su figura, como por sus obras, era el mejor de los dánaos, después del eximio Pelida.
Ojalá algún amigo avisara al Pelida, pues no creo que sepa la infausta nueva de que ha muerto su compañero amado.
Colocóse la diosa cerca de Aquiles y pronunció estas aladas palabras: 170 «¡Sus, Pelida, el más portentoso de los hombres! Ve á defender á Patroclo, por cuyo cuerpo se ha trabado un vivo combate cerca de las naves.
Ahora temo mucho al Pelida, de pies ligeros, que con su ánimo arrogante no se contentará con quedarse en la llanura, donde teucros y aqueos sostienen el furor de Marte, sino que batallará para apoderarse de la ciudad y de las mujeres.
La noche inmortal ha detenido al Pelida, de pies ligeros; pero si mañana nos acomete armado y nos encuentra aquí, conoceréis quién es, y llegará gozoso á la sagrada Ilión el que logre escapar, pues á muchos se los comerán los perros y los buitres.
El Pelida, poniendo sus manos homicidas sobre el pecho del amigo, dió comienzo á las sentidas lamentaciones, mezcladas con frecuentes sollozos.
Juno, la de los níveos brazos, no dejó de advertir que el hijo de Anquises atravesaba la muchedumbre para salir al encuentro del Pelida; y llamando á otros dioses, les dijo: 115 «
Y entonces Neptuno, que sacude la tierra, se le presentó, y le dijo estas aladas palabras: 332 «¡Eneas! ¿Cuál de los dioses te ha ordenado que cometieras la locura de luchar cuerpo á cuerpo con el animoso Pelida, que es más fuerte que tú y más caro á los inmortales?
El Pelida arremetió á su vez con Agenor, igual á una deidad; pero Apolo no le dejó alcanzar gloria, pues arrebatando al teucro, le cubrió de espesa niebla y le mandó á la ciudad para que saliera tranquilo de la batalla.
No aguardes, solo y lejos de los amigos, á ese hombre, para que no mueras presto á manos del Pelida, que es mucho más vigoroso.
Ven adentro del muro, hijo querido, para que salves á los troyanos y á las troyanas; y no quieras proporcionar inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo la existencia.
Y el Pelida, confiando en sus pies ligeros, corrió en seguimiento del mismo.
Ea, deliberad, oh dioses, y decidid si le salvaremos de la muerte ó dejaremos que, á pesar de ser esforzado, sucumba á manos del Pelida Aquiles.
Como el perro va en el monte por valles y cuestas tras el cervatillo que levantó de la cama, y si éste se esconde, azorado, debajo de los arbustos, corre aquél rastreando hasta que nuevamente lo descubre; de la misma manera, el Pelida, de pies ligeros, no perdía de vista á Héctor.
Minerva, la diosa de los brillantes ojos, se acercó al Pelida, y le dijo estas aladas palabras: 216 «Espero, oh esclarecido Aquiles, caro á Júpiter, que nosotros dos proporcionaremos á los aqueos inmensa gloria, pues al volver á las naves habremos muerto á Héctor, aunque sea infatigable en la batalla.
Y Héctor dijo al eximio Pelida: 279 «¡Erraste el golpe, deiforme Aquiles! Nada te había revelado Júpiter acerca de mi destino, como afirmabas; has sido un hábil forjador de engañosas palabras, para que, temiéndote, me olvidara de mi valor y de mi fuerza.
» 289 Así habló; y blandiendo la ingente lanza, despidióla sin errar el tiro; pues dió un bote en el escudo del Pelida.