186 oraciones de ejemplo con arabesca

Tanta estátua, tanto dentellon, tanta columna, tanto relieve, tanto arabesco, tanta profusion de trabajo, le quita belleza, porque le quita sencillez; le quita majestad, porque le quita simetría; pero lo que le quita como arte, se lo da como historia; lo que le quita como iglesia, se lo da como conservatorio ó museo.

Otra cosa eran las artes del dibujo, y en este punto el atildado pendolista no vacilaba en sostener que con la pluma hacía, si no prodigios, arabescos muy agradables; el arabesco era su dibujo favorito, porque se enlazaba con sus facultades de escribiente, y además también tenía cierto parecido con la música por su vaguedad e indeterminación.

El arabesco tocaba con la alegoría y el dibujo natural fantástico por un lado, y por el otro con el arte de Iturzaeta.

Dibujaba, como siempre, caprichos caligráficos con remates de la fauna y la flora del arabesco más fantástico.

Ya no eran aquellos los días de las borrascas sensuales, en que el amor físico, mezclándose al platónico, se entregaba al arabesco de la pasión disparatada y caótica; el alma ya se había sobrepuesto y daba el tono al cariño, que, al arraigarse y convertirse en costumbre, se había hecho espiritual.

Tenía el rostro surcado por varias cicatrices que formaban un arabesco violáceo.

La casa de Gerif era de apariencia; la puerta de entrada salía a uno como vestíbulo ancho y espacioso, sostenido en redondo por arcos moriscos, formado cada uno por cuatro pilastras arabescas.

La anchísima estancia, iluminada con mil lámparas arabescas, se llenó primero con todos los miembros del diván; segundo, con el apéndice de los trece coadjutores elegidos y cazados por Abu-el-Casín, y, además, con el catafalco aquel donde, como en empanada, se albergaba el caprichoso Ben-Farding.

Cual perenne centinela se descubre por la carretera de Zaragoza, la arabesca Torre de San Martín, pegada a su Iglesia e inmediata a la puerta de la Anda-quilla: levantada la torre sobre un arco que abre paso para la mencionada puerta, al verla, asalta a la imaginación la idea de si fue o no árabe su artífice, por lo arabesco de su construcción, por sus adornos del mismo género, y por las almenas que en el último término la ciñen.

En cambio, nada más fácil que extraviarse en el toledano arabesco de callejuelas.

Bajo cejas negras todavía, brillaban dos ojillos penetrantes y nerviosos, que habían vivido catando el tinte justo de los hierros y siguiendo el arabesco de las ataujías.

Encontrábanse figuras arabescas con miembros y accesorios extraños.

Ocupa el Gran Jardin que visitamos un terreno espacioso sembrado de árboles y de exquisitas flores, entre las que las enredaderas envuelven profusas los muros de los varios edificios que contiene el Jardin, de formas gótica, arabesca, china y judía.

Don Álvaro dejó su caballo en manos de unos esclavos africanos y, acompañado de dos aspirantes, subió a la sala maestral, habitación magnífica con el techo y paredes escaqueados de encarnado y oro, con ventanas arabescas, entapizada de alfombras orientales, y toda ella, como pieza de aparato, adornada con todo el esplendor correspondiente al jefe temporal y espiritual de una Orden tan famosa y opulenta.

Las calles y cuadros presentaban un interminable arabesco de matices vivísimos; las paredes estaban entapizadas de pasionaria y enredaderas, y una fuente que brotaba en el medio, tenía una corona de violetas que asomaban entre el césped su morada cabeza.

La otra tienda era redonda y resplandecia por su tela de oro y seda recamada de ricas labores arabescas y rodeada de una alfombra de Persia: á su puerta habia, dando la guarda, esclavos negros con marlotas y capellares rojos y arneses dorados, lo que decia claro que aquella era la tienda del infante de Granada Abd-el-Rahhaman.

Yo me perdí en las soberbias alamedas mecidas por el viento matinal, iluminadas por el espléndido sol de Granada, que, deslizando á duras penas sus rayos entre el follaje, formaba en el suelo como un arabesco de luz y de sombras.

Tras varios minutos de silencio, el correntino, con la vista baja, siguiendo las líneas de las arabescas que dibujaba en la ceniza el dedo gordo de su pie derecho, respondió: Io no tengo historia.

» De donde se deduce que no existió nunca la influencia morisca, y que el arte vivió en España y se desarrolló poderosamente con un gusto peculiar, rico y sin semejante por la delicadeza del arabesco.

¡Cómo se distingue á primera vista el arabesco hecho en uno y en otro edificio! Más bizantino, más tosco, menos simbólico, más confuso en Sevilla; las inscripciones cúficas y los mosáicos más ricos y complicados que los que se ven en Granada, donde ni las columnas, ni los capiteles, ni los gangrelados de los arcos, ni los aleros, ni los techos, ni nada, en suma, se parecen á los de aquí.

Hoy se está hundiendo, y se ha hecho una ligera reparación para conservar la parte arabesca, lo cual será insuficiente si no se acude con otros medios.

Los mirtos, laureles y antiguos embovedados de los jardines parecen del tiempo de los árabes, y dan una idea de su antigüedad contemplando los robustos troncos y la forma arabesca que se ha trasmitido en Granada, para la distribución de estos singulares sitios de recreo.

Tenía Chan-Chan de doce á quince millas de largo por cinco á seis de ancho, con edificios de estructura soberbia y notable, tanto por sus diversas formas cuanto por los adornos plásticos y las arabescas de pinturas brillantes que revestían.

La sombra, más espesa á cada instante, Su manto de tinieblas desplegando Por la arabesca estancia, condensando Iba su obscuridad, y vacilante La postrimera claridad del día Al pintado cristal de las ventanas Trémula se asomaba, y confundía Cada momento más las africanas Labores de oro que el cristal tenía.

Estos lindos y aéreos torreones Del muro en la mitad toman arranque, Y en él apoyan sus ligeros cubos Rematando en graciosas espirales, Y, en el muro colgados, asemejan Borlones de arabesco cortinaje, Y sus cabezas almenadas, nidos De cigüeñas y de águilas rëales.

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