Qué preposición usar con rojas
El bastardo y el segundón se miran frente a frente: Oliveros pálido por el ansia de la pelea, estremecido con el deseo del vencimiento, y el segúndon fuerte, soberbio, con la cabeza desnuda y las manos rojas de sangre, como el héroe de un combate primitivo en un viejo romance de Castilla.
Su rostro, de color suavemente moreno y sin ningún matiz rojo en las mejillas, estaba en aquellos momentos pálido y sombreado por la proyección de sus cabellos, cuya magnitud, belleza y negrura no era comparable sino á la intensidad tenebrosa de sus ojos negros que, después de la metamorfosis, habían adquirido una expresión desconocida.
Veía después aparecer al sacerdote revestido con su alba bordada, con su casulla de brocado, y seguido de los acólitos, vestidos de rojo con sobrepellices blanquísimas.
A lo lejos brillaba con intermitencias la luz roja del Cabo Higuer.
Una era la de la bodega, y por entre sus hojas abiertas veíanse las dos filas de toneles enormes que llegaban hasta el techo, los montones de pellejos vacíos y arrugados, los grandes embudos y las medidas de cinc teñidas de rojo por el continuo resbalar del líquido.
Esta se puso roja de placer al oirse llamar linda por aquella dama a quien tanto conocía de vista y de nombre.
Un hombre aparecía en él á caballo, con la cara afeitada, gran sombrero, un pañuelo rojo sobre los hombros y dos revólveres en la cintura.
Lo que siguió fué más agradable, la mujer del domador, vestida con un traje de lentejuelas, entró en la jaula del león, jugó con él, le hizo saltar y ponerse de pie, y después Linda dió dos o tres volatines y vino con un monillo vestido de rojo a quien obligó a hacer ejercicios acrobáticos.
¡Llora, Shacu! Y a él le entraba tal desesperación, que pateaba, tiraba el gorro rojo al suelo, y casi comenzaba a llorar de rabia.
Como Torrebianca iba todos los días puntualmente á dirigir les trabajos de los canales, Ricardo gozaba de más libertad, empleándola en seguir á la niña de Rojas en sus correrías.
Total, que gana más dinero que yo, y a pesar de esto, se cree postergado en su cargo... ¡Un empleo tan hermoso! ¡Marchar en las grandes procesiones al frente de todos, junto a la gran manga de la Primada, con una horquilla forrada de terciopelo rojo para sostenerla si es que cae, y vestido con un ropón de brocado escarlata, como un cardenal!
El pobre fraile estaba sofocado, rojo hasta las orejas.
En una de sus caras, de damasco color grana, estaban bordadas las armas de Carlos V; y en la opuesta, que era de color blanco según unos, o amarillo según otros, se veía pintado el apóstol Santiago en actitud de combate sobre un caballo blanco, con escudo, coraza y casco de plumeros o airones, luciendo cruz roja en el pecho y una espada en la mano derecha.
Ya se había ocultado el sol, dejando en el horizonte una barra roja entre vapores flotantes de oro mortecino.
Arbustos extraños, elegantes, las gorgonas, las isis, extienden su rico abanico; el coral adquiere su color rojo bajo las olas.
El rey D. Felipe II presentó á D. Cristóbal de Rojas para el arzobispado de Sevilla, y habiendo sido confirmado declaró el cabildo la Sede vacante el 26 de junio de 1571.
Ni carece Fernando de Rojas de muy oportunas delicadezas, inspiradas o reflexivas.
Preferían el líquido rojo é impuro de los lavaderos porque, ensuciando su estómago, hacía menos frecuente el hambre.
El recinto fortificado se extiende como una cinta roja sin fin, subiendo y bajando con las ondulaciones del terreno.
Ricardo Watson, que corría el campo, deseoso de aproximarse á la estancia y temiendo al mismo tiempo irritar á Celinda con su presencia, vió también pasar á lo lejos al señor Rojas con dirección á la Presa.
De su boca salian torrentes de sangre en tanta abundancia, que bien podia aplicarse el nombre de Rojo á aquel mar, cuyas olas continuaba sacudiendo en términos de descubrir más de una vez su arenoso fondo, ó de elevar montañas de agua hasta los mismos cielos, ocultando la luz del claro Sol; y todo esto producia un estrépito tal, que retemblaban los montes, las selvas y hasta las playas más lejanas.
Al estallar (1896) la insurrección, organizó la guerrilla de voluntarios de San Miguel, a cuyo frente asistió a la toma de Silang (Febrero, 1897), otorgándosele la placa de la cruz roja del Mérito Militar.
Frisaba ya en los cuarenta años de edad ese sujeto, no tenía pelo de barba, era blanco de rostro, con ojos grandes y alocados, la nariz larga, roja hacia la punta, indicio de su poca sobriedad, la boca grande, más expresiva.
(Año de 1530.—Agosto 19.)—Carta de Manuel de Rojas al Emperador, excusándose de no mandar los mil pesos que en calidad de préstamo le había pedido, y remitiendo cuatrocientos que á su vez tuvo que buscar.
El cobre de sus ojos por instantes fulgura y da una llama roja tras un ramo de olivo.