83 Adjetivos para describir moriscos

aménrespondieron a una el muchacho Mercado y el mensajero del asno, quien, al seguir su paso, le dijo al soldado: Con algo de desabrimiento habláis de nosotros, pobres moriscos, y a fe a fe que no sino moriscos son estos bocados que coméis, y no sino morisca es esa María que tanto alabáis y que todos bendecimos.

Estos moriscos, ó mejor dicho, estos moros, porque solo se llamaba moriscos á los convertidos, no entraban en las poblaciones, sino para saquearlas; vivían en la montaña, se albergaban ya en las cuevas de las rocas, ya bajo sus tiendas de cuero, activos siempre, siempre dispuestos al combate y feroces y terribles hasta el punto de causar terror á los mismos moriscos de quienes habian sido hermanos.

Los de la puerta de Frex-el-Leux, debian bajar al campo del Triunfo por fuera de los muros, ocupar el Hospital Real, acometer la puerta de Elvira, entrar por ella, matando á los cristianos que encontrasen, forzar la cárcel de la Inquisicion, y soltar los moriscos presos en ella.

El soldado recogió sus ayudas y muletas, aseguró el zoquete que mantenía la siniestra rodilla, y en conserva de su gozque enderezó derecho a la casa de Gerif, donde se admitían en fiesta aquella noche los principales moriscos de la aldea.

Diómela, como recuerdo, el viejo morisco que no quiso permitir que los demás me acabasen a cuchilladas.

Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara.

, vendió á Diego Mendoza un esclavo morisco de 28 años herrado en la cara «con vnas letras que disen diego de cáceres», 28 Enero de 1547.

que para atentar á su vida no hubiera esperado á hacerle esposo de su hermana, y sobre todo, que despues del aprieto en que ponia á los moriscos el edicto del emperador, nada tenia de extraño que el emir de los monfíes hubiese llamado al morisco mas influyente de Granada, y que este morisco, es decir, don Diego, se prestase dócil y aun voluntariamente á obedecer las órdenes del emir.

El hombre que mas confianza inspiraba á don Diego para ser portador de sus cartas y mensages á Yuzuf, era un morisco llamado Miguel Lopez entre los cristianos, y entre los moriscos Xerif-aben-Aboó.

Hablábase con insistencia, en aquellos días, de una posible sublevación de todos los moriscos de España, ayudados por el turco.

En el espacio que quedaba libre entre el presbiterio y el semicírculo demarcado por la primera fila de los moriscos, habia algunas personas arrodilladas: eran estas personas, dona Isabel de Córdoba y de Válor; Aben-Aboo, su hijo, Angiolina Visconti, Mariblanca, Tomás el Ansarí, y algunos otros cristianos viejos, alguaciles y oficiales castellanos, y moriscos ricos, conocidos por todo el mundo como convertidos de buena fe.

Empeorando por días el estado de los moriscos sevillanos llegó á ser verdaderamente aflictiva su situación más adelante: la vigilancia se hizo más estrecha y más frecuentes los castigos, en tanto que se acrecentaba la campaña decisiva que contra ellos elevaron los elementos religiosos, entre los que se encontraba la del padre Juan de Ribera, arzobispo de Valencia, patriarca de Antioquía y enemigo acérrimo de aquella infeliz raza.

Hallábanse una tarde asomados sobre las peñas, y contemplando en silencio, con las manos confundidas, la serenidad fascinadora de las montañas en el crepúsculo, cuando Ramiro, al volver de pronto la cabeza, hallose con la figura del misterioso morisco, inmóvil y taciturno en medio de la terraza.

Segun los moriscos, la sultana Zoraya, castigada sin duda por Allah, vagaba insepulta expiando sus pecados: ella era el espíritu maldito de las Alpujarras

Entre la turba alegre de aquellas bellas orientales, y sobre los almohadones de damasco, se hallaba María o Zaida, como la nombraban los moriscos celosos, y que miraban en ella un vástago de sus pasados reyes.

En el espacio que quedaba libre entre el presbiterio y el semicírculo demarcado por la primera fila de los moriscos, habia algunas personas arrodilladas: eran estas personas, dona Isabel de Córdoba y de Válor; Aben-Aboo, su hijo, Angiolina Visconti, Mariblanca, Tomás el Ansarí, y algunos otros cristianos viejos, alguaciles y oficiales castellanos, y moriscos ricos, conocidos por todo el mundo como convertidos de buena fe.

» Pero al salir los moriscos consolados con las nobles palabras de don Juan de Austria, estaban lejos de sospechar la tormenta que amenazaba á sus cabezas.

Hecha esta limpia de seguridad, por decirlo asi, los ciudadanos de Granada se creyeron salvos; pero sin embargo, empezó á notarse la falta de los moriscos deportados; resintióse el comercio, se enflaqueció la industria, las casas y jardines de los moriscos tan bellos poco antes, empezaron á verse asolados, destruidos y tan mal parados, que parecia, segun el dicho de los contemporáneos, que habia caido una maldicion sobre Granada.

Pero es el caso, que Aben-Aboo no conocia á su administrador: era de tan poca cuantía la renta que tenia que pasar por sus manos, que el morisco habia desdeñado tratar directamente con él, y habia encargado de ello á su fiel esclavo Agar.

¿Qué quereis buen Barbillo? la depravacion de las costumbres cunde entre esos desdichados moriscos: no hay medio de apartarles de sus zambras, de sus impuras fiestas de bodas, de sus baños y de sus torpes placeres: será necesario que su magestad se deje de contemplaciones, y haga cumplir á todo derecho, y con una severidad, que nunca será sobrada, la pragmática de su nobilísimo y piadoso padre el gran emperador don Carlos.

Los moriscos desesperados, habian juntado las esteras, los muebles, las camas, y les habian puesto fuego, y los cristianos á un tiempo apagaban el fuego y pasaban á cuchillo á los moriscos entre torbellinos de humo.

No persigas al desgraciado morisco y hazte referir lo que fueron aquellos Djahvar de Córdoba, espejos de ciencia, flores de caballería, y cuya sangre palpita, agora, en esta cuadra.

El cadáver de Aben-Aboo, quedó solo en la rambla sobre la peña, con el rostro macerado, en que reflejaba los primeros rayos del sol, y algunos moriscos rodeándole, hambrientos, desnudos, le contemplaban inmóviles con un silencio estúpido.

Aben-Aboo aunque es valiente, descontento ú ofendido, no hace lo que debia: y los moriscos desvandados, desnudos, miserables, ó perecen por la espada, ó al rigor del hambre.

Cae, por último, Peláez en poder de corsarios, que le llevan á Argel, ¡Cuál no sería su sorpresa al encontrarse con que el Gran Visir era Zapata, morisco y musulmán disimulado antes, que, huyendo de la Inquisición, se había pasado á tierra de moros, con todo lo que en el Perú había ganado!

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