597 oraciones de ejemplo con aqueos

Éste, deseando redimir á su hija, habíase presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas del flechador Apolo, que pendían de áureo cetro, en la mano; y á todos los aqueos, y particularmente á los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba: 17 «¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas!

Anima á éste, y él mismo se prisa para que me alcance dentro de la ciudad, mientras voy á mi casa y veo á la esposa querida, al niño y á los criados; que ignoro si volveré de la batalla, ó los dioses me harán sucumbir á manos de los aqueos.

Lloraban en el palacio á Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las manos de los aqueos.

37 Contestó el soberano Apolo, hijo de Júpiter: «Hagamos que Héctor, de corazón fuerte, domador de caballos, provoque á los dánaos á pelear con él en terrible y singular combate; é indignados los aqueos, de hermosas grebas, susciten á alguien que mida sus armas con el divino Héctor.

Y Héctor, puesto entre unos y otros, dijo: 67 «¡Oídme, teucros y aqueos, de hermosas grebas, y os diré lo que en el pecho mi corazón me dicta!

Entonces, oh Menelao, hubieras acabado la vida en manos de Héctor, cuya fuerza era muy superior, si los reyes aqueos no se hubiesen apresurado á detenerte.

Vuelve á juntarte con tus compañeros, siéntate, y los aqueos harán que se levante un campeón tal, que, aunque aquél sea intrépido é incansable en la pelea, con gusto, creo, se entregará al descanso si consigue escapar de tan fiero combate, de tan terrible lucha.

Y Néstor, caballero gerenio, les dijo: 171 «Echad suertes, y aquel á quien le toque alegrará á los aqueos, de hermosas grebas, y sentirá regocijo en el corazón si logra escapar del fiero combate, de la terrible lucha.

Un heraldo llevóla por el concurso y, empezando por la derecha, la enseñaba á los próceres aqueos, quienes, al no reconocerla, negaban que fuese la suya; pero cuando llegó al que la había marcado y echado en el casco, al ilustre Ayax, éste tendió la mano, y aquel se detuvo y le entregó la contraseña.

Tan terrible se levantó Ayax, antemural de los aqueos, que sonreía con torva faz, andaba á paso largo y blandía enorme lanza.

Y ya se hubieran atacado de cerca con las espadas, si no hubiesen acudido dos heraldos, mensajeros de Júpiter y de los hombres, que llegaron respectivamente del campo de los teucros y del de los aqueos, de broncíneas lorigas: Taltibio é Ideo, prudentes ambos.

» 287 Díjole el gran Héctor, de tremolante casco: «¡Ayax! Puesto que los dioses te han dado corpulencia, valor y cordura, y en el manejo de la lanza descuellas entre los aqueos, suspendamos por hoy el combate y la lucha, y otro día volveremos á pelear hasta que una deidad nos separe, después de otorgar la victoria á quien quisiere.

¡Ea! Hagámonos magníficos regalos, para que digan aqueos y teucros: Combatieron con roedor encono, y se separaron por la amistad unidos.

El heraldo de voz sonora, puesto en medio, les dijo: 385 «¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Mándanme Príamo y los ilustres troyanos que os participe, y ojalá os fuera acepta y grata, la proposición de Alejandro, por quien se suscitó la contienda.

» 403 Así se expresó; y todos los aqueos aplaudieron, admirados del discurso de Diomedes, domador de caballos.

421 Ya el sol hería con sus rayos los campos, subiendo al cielo desde la plácida corriente del profundo Océano, cuando aqueos y teucros se mezclaron unos con otros en la llanura.

433 Cuando aún no despuntaba la aurora, pero ya la luz del alba aparecía, un grupo escogido de aqueos se reunió en torno de la pira.

443 Los dioses, sentados á la vera de Júpiter fulminador, contemplaban la grande obra de los aqueos, de broncíneas lorigas; y Neptuno, que sacude la tierra, empezó á decirles: 446 «¡Padre Júpiter! ¿Cuál de los mortales de la vasta tierra consultará con los dioses sus pensamientos y proyectos?

Los aqueos, de larga cabellera, acudieron á las naves; compraron vino, unos con bronce, otros con luciente hierro, otros con pieles, otros con vacas y otros con esclavos; y prepararon un festín espléndido.

53 Los aqueos, de larga cabellera, se desayunaron apresuradamente en las tiendas, y en seguida tomaron las armas.

el padre Jove tomó la balanza de oro, puso en ella dos suertesla de los teucros, domadores de caballos, y la de los aqueos, de broncíneas lorigaspara saber á quiénes estaba reservada la dolorosa muerte; cogió por el medio la balanza, la desplegó y tuvo más peso el día fatal de los aqueos.

» 97 Así dijo, y el paciente divino Ulises pasó sin oirle, corriendo hacia las cóncavas naves de los aqueos.

Creo que si ambas cosas consiguiéramos, los aqueos se embarcarían esta misma noche en las veleras naves.

El padre, compadecido de verle derramar lágrimas, le concedió que su pueblo se salvara y no pereciese; y en seguida mandó un águila, la mejor de las aves agoreras, que tenía en las garras el hijuelo de una veloz cierva y lo dejó caer al pie del ara hermosa de Júpiter, donde los aqueos ofrecían sacrificios al dios, como autor de los presagios todos.

Como el perro que acosa con ágiles pies á un jabalí ó á un león, le muerde, ya los muslos, ya las nalgas, y observa si vuelve la cara; de igual modo perseguía Héctor á los aqueos de larga cabellera, matando al que se rezagaba, y ellos huían espantados.

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