50 oraciones de ejemplo con resecos

Tenía las fauces resecas.

Balbuceó algunas palabras, pero con tanta dificultad de sus labios resecos, que nada .

Sin embargo, me atuve al consejo y parecer del confesor, sabiendo que la voz de Dios busca a manera de instrumento en donde articularse esas almas huecas y limpias, que son como albogues de madera sana, no obstruídos, resecos, ni agrietados; y me esforcé, ¡con qué frenético ahinco!, en rechazar de mi frente y de mi pecho imágenes y blanduras amorosas.

Sus ojos se hallaban encendidos y abultados, como de haber llorado mucho tiempo seguido; su voz era desmayada y fatigosa; sus labios estaban resecos, tostados por la calentura y el insomnio.

Tenía los ojos hundidos y circundados de una aureola cenicienta; parecía que le habían chupado las brujas los pocos jugos de la cara, sobre la que caían, por debajo del pañuelo atado a la cabeza, encrespados mechones de cabellos grises; le temblaban los resecos labios, y salía de su garganta la voz enronquecida y como rechinando.

Sus labios resecos se entreabrieron, y, como un soplo, dejaron pasar la palabra: «Perdón...

»Creí sorprender una sonrisa extraña en los resecos labios de mi pretendiente; el cual, y mientras se tiraba de la patilla derecha con mayor suavidad de la que podía esperarse de su naturaleza espasmódica, me dijo: »Y en virtud de esa condición tan... tan adsooluuta y exxteeensa, ¿no me sería permitido añadirla, antes de aceptarla, siquiera una salvedad..., pedir ciertas garaaantías?...

Corta de estatura, apaisada, los senos flojos y el vientre hinchado bajo las frondosas sayas de percal y los refajos multicolores, tenía el pelo rubio, lacio, áspero; el cutis tosco, malsano el color, los labios resecos, resquebrajados, y los ojos grisosos, opacos, un poco embobados, siempre bajos en humildad temerosa.

Su silueta de aquelarre destacábase enérgica sobre el fondo hostil de los campos resecos por la helada.

El negro manto de la doncella estaba cubierto de arena blanquizca y su tez descolorida por el polvo; las pestañas, cenicientas; los cabellos resecos y como canosos.

Esa misma noche, al encender el candil que llevaba consigo, y al ir a acostarse sobre un montón de hojarasca, hacia el fondo de la gruta, hallose con el cuerpo momificado de un viejo anacoreta, que apretaba todavía entre sus manos resecas las cuentas del rosario.

En el suelo, en el tronco de los árboles, en los tallos, en las lajas, bajo las piedras, en los pantanos resecos, encontramos innumerables formas de capullos.

Entre la cal y los ladrillos de las paredes asomaban, como huesos puestos al descubierto, largueros y travesaños, rodeados de tomizas resecas.

El infeliz hombre empezó á quitar maquinalmente las cáscaras á dos nueces resecas que en el plato tenía.

La Galusa, desde que comenzaba cada lección, se plantaba delante de la mesa con el sucio mandil recogido en la cintura; los brazos, resecos y chamuscados, al descubierto; la mano derecha sosteniendo la quijada del lado correspondiente, y la izquierda el codo de aquel brazo.

DON JUAN.—¡Raquel...! ¡Raquel...! RAQUEL.—Y ven, ven acá... Le hizo sentarse sobre las firmes piernas de ella, se lo apechugó como a un niño y, acercándole al oído los labios resecos, le dijo como en un susurro: RAQUEL.—Te tengo ya buscada mujer...

De otra parte, las fauces de Bertuco estaban resecas.

El jefe sentía el incendio a su izquierda, como si el viento, remolineando, sin dirección fija, hubiera hecho correr la llama por el contorno de esa parte del garzal, cuyas totoras resecas eran un admirable pasto para el fuego.

Parecíame como si nunca lo hubiese respirado y mis pulmones resecos necesitasen, para funcionar en las condiciones fisiológicas normales, aquellas partículas de humedad deliciosa.

Una hija de la anciana empapaba, de cuando en cuando, con un algodoncillo húmedo, los labios resecos de la enferma.

Y el ánimo considera que aquí se realiza virtualmente la separación de los dos climas esenciales: el clima alpino, de bosques y praderas, queda a un lado bien visible, y al lado opuesto se extiende el clima de lluvias sobrias y terrones resecos.

Cuando, á medio día, entró en la imprenta Silvestre, su revuelto cabello, los ojos huraños, los labios resecos y plegados en una mueca amarga y nerviosa, revelaban un hondo sufrimiento, una grande angustia.

Llegaba de lejos, y toda la campaña que había recorrido presentaba el mismo aspecto de desolación: pastos resecos como yesca, lagunones sin agua, bañados lisos y duros como piedra, arroyos tan bajos, que casi todos se podían pasar de un salto; las haciendas vacunas estaban flacas como esqueletos; las ovejas muy desmejoradas y con una sarna más pertinaz que nunca; las yeguas con huesos y pellejo...

» Paso la lengua por mis labios resecos y recuerdo que hace veinte horas que no pruebo un bocado y diez que no tomo un trago.

Jadeaba la enferma; y las ropas del lecho alzábanse y descendían al agitado compás de una respiración fatigosa y sibilante, como si al llegar el aire á los resecos labios atravesara mallas de alambre caldeado.

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