364 colocaciones para sala

E inmediatamente marchó delante y abrió la puerta de una sala, donde entraron los tres.

En un rincón de la sala estaba enfundada una máquina de coser.

El resplandor daba de lleno en el rostro del joven: en la sombra quedaban Clara y la devota, y los ojos negros, profundamente negros de ésta, brillaban en el fondo sombrío de la sala con vivacidad felina.

Le tenía a su lado allá en un ángulo de la gran sala de conversación, y desplegaba uno tras otro, con arte infinito, todos los recursos de su coquetería para conquistarle.

Un lienzo místico de pura escuela toledana ocupaba el centro de la sala al lado del décimo cuarto Porreño (padre feliz de doña Paz), pintado por Vanlóo.

Estaba a veces adormilado en los bancos del pasillo o en el sofá de la sala, y cuando oía que, bajo los chillidos agudos de Narcisa o bajo las sinrazones de su madre, temblaba como un pajarillo la fresca voz de Carmencita, corría hacia ellas, recatándose detrás de las puertas o a la sombra de las paredes para no perder ni un detalle de la escena dolorosa.

llenan las paredes de toda la sala.

Dejó Gabriela el libro que tenía en las manos, y se dirigió lentamente hacia un extremo de la sala, abrió el piano, y me llamó, diciendo: ¿Ha oído usted esta sonata?

Salió paso a paso a la sala, deseosa de sorprender aquel secreteo.

Al través de una ventana de la sala veía Gabriel el patio interior, que hacía apetecible aquella habitación entre todas las de las Claverías: un espacio de cielo libre, con los cuartos superiores sostenidos por cuatro filas de delgadas columnas de piedra, que daban al patio el aspecto de un pequeño claustro.

Ya desde él, al apearse del carruaje, se ve a la entrada de la sala, donde hay un doble recodo para poner dos otomanas, como si hubiese allí ahora un bosquecillo de palmas y flores.

, tía; ejercicio, mucho ejercicio; siquiera una vuelta por la sala todos los días; ¡una vuelta, una sola, madrina!

Cuando la criminal entró, el marido había mandado encender luz y estaba sentado junto a la mesa de la sala.

Del techo de aquella sala colgaba una fragata de marfil y de ébano, con todos sus palos, sus velas y sus cañones correspondientes.

Observó un hecho muy desagradable: al salir el tal, no había mirado a la puerta de la derecha, como parecía natural... Estaba enojado sin duda... Y movida del mismo impulso mecánico, la señora de Rubín corrió al balcón de la sala, y abrió quedamente la madera... En efecto, le vio atravesar la calle y doblar la esquina de la de Don Juan de Austria.

Por otra parte, el aspecto de aquellas grandes salas de cigarros comunes era para entristecer el ánimo.

Díjele mi nombre, para que me anunciara, y salió dejándome solo en una especie de sala de armas, cuyas paredes estaban cubiertas de atributos de caza y retratos de familia.

Después de ocho días, pasados entre la vida y la muerte, el médico de la sala dijo que la pleuresía de don Alonso se había complicado con el tifus y que era necesario trasladar el enfermo al hospital del Cerro del Pimiento.

El pavimento de la sala es casi trasparente; las paredes están tapizadas de un rico papel de terciopelo, con cenefas doradas; en el techo, altísimo, abovedado, majestuoso, campean alegremente cien brillantes figuras pintadas al fresco.

Mauricia aprovechaba el silencio de la sala de labores para lanzar en medio de ella un gato con una chocolatera amarrada a la cola, o hacer cualquier otro disparate más propio de chiquillos que de mujeres formales.

Añadiremos que, para tagalizar estas palabras, algunas cambian de letra, y a otras, o se les quita o se les añade una o más letras y con acentuación diferente como alpà por arpa; arcon por halcón; cabayo por caballo; casal por casar; Minandro por Menandro; hardin por jardín; houris por hurí; y otras se pluralizan como baras por vara; corales por coral, oras por hora; salas por sala y voces por voz, etc., etc.

Como montón de hojas secas que el viento arremolina, arrastra y desparrama, los grupos se movían, atropelladamente, se formaban y se disolvían; dominando el fragor del tumulto, alzábase una voz: ¡Oro 325! E inmediatamente un alarido colosal la apagaba, recorriendo todos los ámbitos de la sala estremecida.

Llegaba a primera hora, acompañada de su tío, se acomodaba en una galería alta, tendía la vista por la sala, y cuando se convencía de que Juan no estaba, se volvía a casa con las lágrimas agolpadas a los ojos y la esperanza refugiada en lo más hondo del alma.

Tenía en completo abandono los estudios empezados para la decoración de la sala de actos de la alcaldía de Saint-Denis; importante trabajo obtenido en buena lid, en un concurso en el que tuvo por antagonistas á los más célebres pintores.

En seguida encendieron las luces de la sala y le hicieron bajar.

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