772 oraciones de ejemplo con almohadas

Toda la noche había estado inquieta en el lecho, regando las almohadas con sus lágrimas.

Lo único que brillaba en su cabeza eran los pelitos rubios, tendidos sobre las almohadas, y en esta madeja rizosa quebrábase con extraña luz el resplandor del candil.

La señora de Laroque estaba arrodillada sobre una silla, cerca del lecho; su hija de pie en la cabecera, sostenía las almohadas en que reposaba la pálida cabeza de mi pobre y vieja amiga.

Se bebía una taza de caldo y en seguida se disponía a escribir, sin levantarse de la cama, sostenido por varias almohadas.

¡No es eso, Cecilia!—volvió a exclamar el joven con más impaciencia, levantando un poco la cabeza de las almohadas.

Ayuntamiento de Zaragoza lleva siempre almohadas de terciopelo negro á esta iglesia y la del Pilar, al paso que usa de las de carmesí en otros templos como lo he observado siendo síndico.

La heredera de Estrada-Rosa se volvió rápidamente y hundió el rostro, cubierto de rubor, en las almohadas.

Buscad debajo de las almohadas de vuestro lecho: encontraréis un llavín de punta cuadrada;

Se batió bien el colchón de miraguano y las almohadas de pluma, se le pusieron sábanas de fina batista, bordadas, que jamás de memoria de hombre habían salido del armario, y a su lado un hermoso tapiz que les había traído de Manila otro primo ya fallecido.

¡Oh dulce y blando colchón!, ¡oh tiernas almohadas!, ¡oh sábanas finísimas! Mi tío don Sebastián se sentía inundado de una felicidad celestial.

Adelantaron, entre tanto los suizos, abriendo calle entre la multitud de fieles; siguieron los altos empleados de palacio, y al fin, el rey y la reina se arrodillaron sobre las almohadas; detrás de ellos se habia arrodillado la córte.

¡Oid, oid, y contadla lo que vais á oir para que se estremezca y tema la justicia de Dios! El marqués se sentó en el lecho, se reclinó sobre las almohadas é inclino la cabeza; Angiolina se arrodilló á sus pies, y continuó llorando en silencio.

Entonces Martina, el monje y su padre, la incorporaron en el lecho, amontonando detrás una porción de almohadas.

Las bellas tardes, secas, aromadas, elásticas, del luengo Mayo, se las pasaba indolentemente echado entre almohadas, ya en la hamaca de cuerda, ya en la butaca de persia á floripones, considerando, sin saciarse, los juegos de la luz en el panorama extendido frente á la terraza, y el espejo azul ó acerado del trozo de ría que se columbra á lo lejos, entre el marco de felpón de los pinares y los eucaliptus.

(Sacará Rita unas sábanas y almohadas debajo del brazo.

Sobre la limpieza de las almohadas reposaba su cabeza bronceña, de pómulos angulosos y enérgico perfil, y en la grave serenidad de la frente, el surco vertical de la reflexión parecía más hondo.

Toma, madre, que más quiero ser yo pesante que tenerte á descontenta; los dos ducados están entre las almohadas de tu lecho.

Con esta maniobra, a la cual se prestaba la preocupación de los demás, pudo dejar entera en el plato su ración y al fin sentarse junto al lecho de su prima que, a medio vestir, con el busto levantado sobre las almohadas y el semblante doloroso, se consumía en extraña enfermedad.

Las grandes almohadas como cojines cuadrados, no permitian postura á mi cabeza: bogué, nadé, naufragué y amanecí como sentado en el borde de una azotea....

Día y noche se le veía en aquella postura de paciencia, incorporado en el lecho, porque no podía respirar de otra manera; rodeado de almohadas, mal cubierto, de frente á la luz, con la mirada perdida en el techo, ó en el cuadrado trozo de cielo que por la ventana se veía.

Traía por compañero el horrible insomnio, con sus ojos como ascuas, su aliento embargante, fantasma siniestro que no escondía en toda la noche su amarilla faz... ¡Si fuera posible ahogarlo entre las almohadas! Pero cuando el fatigado sentido parecía aletargarse un tanto; cuando una modorra de tres minutos atenuaba el sufrimiento, el fantasma pinchaba por ésta ó la otra parte, y decía: «mírame.

Sus manos arreglaban las almohadas en torno a la cabeza de la enferma.

Entonces se vió sobre la blancura del embozo y de las almohadas amarillear el rostro de la enferma, con los ojos hundidos en un halo de negrura.

Había quizás en ambos el temor de despertar un problema que dormía debajo de nuestras almohadas.

Fija en las almohadas, aquella cabeza de santo no tenía vida más que en los ojos y en las arqueadas cejas.

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