795 oraciones de ejemplo con lo vistieron

Imitábale en el vestir, en el andar, en el reir.

La superfluidad en el vestir es muy parca en Marianas; allí el lujo y la moda son divinidades á las cuales ni se les rinde culto, ni se les queman inciensos, circunscribiéndose tanto el hombre como la mujer á usar prendas tan sencillas como escasas en número.

015:017 Lo vistieron con un manto purpura, y tejieron una corona de espinas que pusieron sobre Él.

Los soldados trenzaron espinas en una corona, la pusieron sobre su cabeza y lo vistieron con un manto púrpura.

Robledo adivinó que era un sudamericano por la soltura graciosa de sus movimientos y su atildada exageración en el vestir.

Por segunda vez iba a darse por terminado el asunto, cuando pidió la palabra un hombre joven, rechoncho, de escasa frente, pero de mucha cara, abultado de pecho, ancho de espaldas, muy atusado de pelo y crespo de bigote, grueso de manos y amanerado en el vestir.

Ello es que la Carmelita, (así la nombraba el abuelito), renunció a los espectáculos, moderó su lujo en el vestir, se apartó del trato de sus compañeras, y engrosó las filas de las solteronas, innumerables en Villaverde.

Debemos advertir que estos judíos herejes, tan elegantes en el vestir, gastaban ciertas espantosas carátulas, con enormes narices, a veces como berenjenas amoratadas y llenas de verrugas, porque los judíos de los tiempos antiguos eran más feos que los de ahora, si bien entonces tenían la mar de dinero, cuando se vestían con tanto lujo.

Como los profetas hicieron vida áspera y penitente, y no se cuidaron mucho del primor y de la elegancia en el vestir, se llaman los ensabanados, porque sus túnicas y mantos están hechos con sábanas.

(El comer, el vestir, y así otras cosas forzosas.)" (CORR.

El Vara de plata no veía un extranjero que no se imaginase que era un lord o un duque, extrañándose muchas veces de su desgarbo en el vestir.

El vestir se anticipaba al pensar y cuando aún los versos no habían sido desterrados por la prosa, ya la lana había hecho trizas a la seda.

Claro es que la levita es el símbolo; pero lo más interesante de tal imperio está en el vestir de las señoras, origen de energías poderosas, que de la vida privada salen a la pública y determinan hechos grandes.

En cierta ocasión, estando confesándose, le dijo el cura: «sea usted modesta en el vestir y no haga ostentación de esas naturalezas...».

Entre paréntesis, se distinguen por su independencia en el vestir.

Si nunca pudo sacudir de la prístina ignorancia, en el andar, y en el vestir y hasta en el saludar, fue consiguiendo paulatinos progresos, y se necesitaba ser un poco antiguo en Vetusta para recordar todo lo agreste que aquel hombre había sido.

No le imitaba en el vestir, ni en las maneras, porque discretamente, al notar algunos conatos de ello, don Álvaro le había hecho comprender que tales imitaciones eran ridículas y cursis.

Verdad que no lo gastamos tampoco en el vestir.

D. Basilio, correcto en el vestir, como siempre, de color de manteca el gabán entallado; sonriente; de expresión espiritual boca y mirada, dejaba pasar una tormenta de espanto y rebeldía contra los designios de la naturaleza a que se entregaba Emma, que se apretaba la cabeza desgreñada con las manos crispadas, y llamaba a Dios de y con un tono que parecía de injuria.

Ella las lavaba, ella las vestía, las daba de comer, las sacaba a paseo, enseñaba a orar a la primera.

Las vestía, las peinaba, les lavaba los pies a la hora de acostarse; durante el día cosía al lado de sus señoritas, y de noche, bien dormía en el duro suelo al lado de la cama de Adela, bien en el cuarto inmediato sobre la rígida tarima, a la vista de otra criada, la más anciana de la servidumbre.

Y la vieja logró que un artífice fabricara el maniquí, y se lo llevó á Zobeida, y ambas lo vistieron con las mejores ropas de Kuat Al-Kulub.

En sus breves ratos de ocio la señorita jugaba con las muñecas, haciendo tomar á su hermano participación en tan frívolo ejercicio, y las vestía y desnudaba, figurando llevarlas á visita, al baño, de paseo y á dormir; comía con ellas mil fruslerías extravagantes, en verdad más propias de mujeres de trapo que de personas vivas.

Lo vistieron con un hábito religioso, dentro de un ataúd blanco con galones de plata, y el vecindario desfiló ante el cadáver del vagabundo.

AL CONDE DE LEMOS, PRESIDENTE DE INDIAS A manos de vuecelencia van estas desnudas verdades, que buscan, no quien las vista, sino quien las consienta.

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