28 oraciones de ejemplo con pingüinos

Ya se está reuniendo «el banco de los pingüinos».

Este mote de «pingüinos» no era de su cosecha.

Los «pingüinos» eran las señoras más notables de a bordo, matronas argentinas que al no poder ocupar el trasatlántico entero, lo mismo que un yate propio, se habían concentrado en esta parte del buque como asustadas y ofendidas del contacto con los demás.

Recuerdan a los pingüinos del Polo Sur, esos pájaros bobos que sólo pueden vivir ala con ala formando filas en las aristas de las rocas.

Y desde entonces, la gente joven, en sus tertulias del fumadero, llamaba «el rincón de los pingüinos» a esta parte del buque donde pasaban el día aisladas del resto del pasaje sus madres, sus hermanas y las respetables amigas de sus familias.

Este «rincón de los pingüinos» era mirado poco a poco con cierto respeto, hasta convertirse, algunos días después, en un lugar envidiable.

La otra noche le propuse por medio de intérprete a una de esas rubias que pasásemos juntos ante los «pingüinos», creyendo enorgullecerla con este sacrificio y que me lo gratificase después.

Cerca de este grupo majestuoso, y buscando su contacto, estaban otras damas, a las que llamaba Maltrana «aspirantes a pingüinos».

Vea, Fernando, con qué aire de sonriente humildad acogen esas señoras cualquiera palabra de los «pingüinos».

Y entre esta gente y el bando de los «pingüinos», con sus admiradoras anexas, estaba otro grupo, al que daba Isidro el título de «gran coalición de potencias hostiles», compuesto de señoras de nacionalidades diversas, atraídas por una antipatía común.

De vez en cuando, los «pingüinos», parleros y movedizos en sus explosiones de exuberancia, lanzaban una sonrisa amable del lado enemigo, pero la sonrisa quedaba perdida en el espacio o era contestada con leves movimientos de cabeza.

Las «potencias» fingían ignorar esta vecindad, procuraban colocarse en sus asientos de tal modo que sólo presentasen al lado contrario la punta de un hombro, y cuando más se alborotaba el bando de los «pingüinos», riendo de una noticia o admirando un objeto raro, ellas miraban obstinadamente al cielo o al mar con una indiferencia inconmovible.

Las «aspirantes a pingüinos», colocadas entre los dos grupos, cazaban las sonrisas de unas y las palabras de otras, aprovechándolas para entablar conversación.

Los «pingüinos», a su vez, enviaban una diputación de matronas al territorio hostil, y su presencia parecía excitar la laboriosidad de las visitadas, que acometían con nuevos bríos sus labores de gancho y de bordado, siguiendo la conversación sin levantar cabeza del trabajo.

Esta juventud, con la cabeza descubierta, la cabellera partida en dos crenchas negras, abultadas, lustrosas, impermeables, que ningún huracán podía alterar ni conmover, y el menudo pie encerrado en botines de charol de alto empeine y vistosa caña, siempre que salía del fumadero volvía los ojos con cierto temor hacia el «rincón de los pingüinos».

Los «pingüinos» lo consideran suyo porque se lo han recomendado las grandes damas de la colonia de París.

Los «pingüinos» le saludan porque tiene un nombre conocido, y ellas respetan instintivamente la celebridad.

Luego pasó ante «el banco de los pingüinos» irguiendo su aventajada estatura, desafiando con su mirada cándida el enojo de las imponentes señoras.

Pasaba de un grupo a otro: de los «pingüinos» a las «potencias hostiles»; pero no se puede dar gusto a todos a la vez.

Los majestuosos «pingüinos» ya no formaban grupo aparte y se confundían con «las potencias», que a su vez habían roto el círculo de su aislamiento hostil.

Pasaron ante «el banco de los pingüinos» y ante sus vecinas «las potencias hostiles», con repentino malestar de Ojeda, que deseaba retroceder, pero no se atrevía a decirlo.

Nadie se acordaba ya de las diplomáticas tiranteces entre los «pingüinos» y las «potencias hostiles».

Los pingüinos y los mancos seguían á los navegantes, aprovechándose de sus comestibles, y, llegada la noche, guarecíanse bajo las ropas de los marineros.

Otras veces, el fuego blanco de sus ojos monstruosos resbalaba sobre muros de hielo que se perdían en las altas tinieblas, y los pingüinos, las focas y los osos polares interrumpían su sueño, asustados por este monstruo luminoso y jadeante que partía como un relámpago el misterio de la noche.

Forman filas agarrados al cordaje de los mástiles, se alinean lo mismo que los pingüinos en las barandillas, se sostienen aleteantes, como animales de cimera heráldica, sobre los bordes de la chimenea.

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