321 oraciones de ejemplo con abrumada

Desde el día anterior se había empezado a envenenar perros, y algo en la actitud abrumada del nuestro me prevenía en pro de la estricnina.

Su madre, una mujer sencilla, había muerto como abrumada por la avalancha de millones que iba derrumbándose sobre su hogar; y Craven, preocupado por esta hija algo indómita que no le dejaba dedicarse con tranquilidad á sus negocios, la había metido en un colegio célebre para que fuese una gran señora como las que él había visto de lejos en las ciudades.

Habla con ella lo mismo que si fuese una comadre llorosa de su barrio, abrumada por una noticia fatal.

Mientras él enseñaba los gigantones a criadas, soldados de la Academia y parditos del campo, la sobrina de Luna ayudaba a remendar la ropa a aquella pobre mujer abrumada por la miseria y el exceso de hijos.

Murió con gloria el artillero, pero su viuda se encontró abrumada de trampas, de deudas y para sarcasmo de la suerte, dueña de créditos sin fin que no se cobrarían jamás.

La razon individual no podria dar sino muy cortos pasos; puesto que se hallaria abrumada de continuo con la balumba de la observacion; distraida sin cesar por las comprobaciones á que siempre tendria que recurrir; falta de una luz que le sirviese para todos los objetos; y privada para siempre de reunir los rayos de la ciencia en un centro comun, que le permitiese simplificar.

¿Y si su padre va a verlo y se lo lleva y me lo quita?... ¡Hijo de mi alma!... ¡Verme yo sin él!... ¡Me muero entonces!... ¡Me muero! Y ante esta idea que la aterraba, la infeliz mujer, abrumada por el dolor y debilidad por la inanición, sufrió un ligero desvanecimiento.

La tal fortuna estaba roída por las esplendideces de sus ascendientes y abrumada con toda clase de gravámenes.

Andaba Doña Paca lentamente, la vista fija en el suelo, abrumada, melancólica, como si la llevaran entre guardias civiles.

Es un verdadero martirio verse abrumada durante muchos años por una loca, que ha recibido de la naturaleza un carácter detestable, que no tiene más propósito que deshonrar mi nombre y arrancarme la vida.

La cabecita de bebé parecía abrumada por una alta corona, inflada como un globo; hasta sus pies descendía, como un miriñaque, el manto cubierto de toda clase de piedras preciosas.

Nunca me habría imaginado que esa madre abrumada por el dolor pudiera cambiarse tan brusca y completamente en una arpía.

Algunos minutos después, abrumada quizá por el peso de su gloria y sintiendo generosamente el deseo de compartirla, la pianista preguntó por qué el señor Aldama no leía alguna de sus hermosas poesías que tanto renombre le habían dado.

Mariquita dejaba caer la cabeza en su hombro, como si no quisiera ver, abrumada por el mareo.

Siempre que estoy turbada y abrumada, despejo mi cabeza reflexionando.

Al cabo de media hora de estar allí, no me cabía duda alguna de que el asunto se arreglaría inmediatamente, en cuanto Gloria leyese la carta suasoria que Paca tenía ya metida en su seno lacio de mujer abrumada de hijos y trabajos.

Don Gaspar no se ofendía por ello, conociendo las exigencias de la política, la vida cruel, abrumada de trabajo, que arrastran sus hombres.

Feli, despechugada, sudorosa, respirando con dificultad, arrastraba los pies yendo de un lado a otro, abrumada por este calor que era un nuevo tormento.

Y la pobre muchacha, anémica por la falta de nutrición, abrumada por el peso de su vientre, tuvo un arranque de energía sobrehumana, de esos que únicamente puede realizar la nerviosidad femenil.

Pero allí estaba Ester, vestida con su traje de pardo color, de pie todavía junto al tronco del árbol que algún viento tempestuoso derrumbó en tiempos inmemoriales, todo cubierto de musgo, para que esos dos seres predestinados, con el alma abrumada de pesar, pudieran sentarse allí juntos y encontrar una sola hora de descanso y solaz.

En la primera época de su vida Ester se había imaginado, aunque en vano, que ella misma podría ser la profetisa escogida por el destino para semejante obra; pero desde hace tiempo había reconocido la imposibilidad de que la misión de dar á conocer una verdad tan divina y misteriosa, se confiara á una mujer manchada con la culpa, humillada con la vergüenza de esa culpa, ó abrumada con un dolor de toda la vida.

Idólatra, cristiana, mora, ¿siempre habrá de gemir abrumada por los infortunios?

Don Miguel no quería dejarla marchar tan abrumada.

Era un alma abrumada que no podía echar de esta idea: «¡Qué mal hacen en no perdonarte!» Y luego le tomó una mano, que él tenía cerrada; abriósela no sin esfuerzo; le puso en el hueco una cosa, cerrándosela luego y apretando los dedos de él; y al concluir, le dijo: Con esas seis pesetas te arreglarás por ahora... No puedo darte más.

La naturaleza, abrumada por aquella temperatura canicular, yacía inmóvil: no corría brisa alguna.

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