382 oraciones de ejemplo con en la silla

Don Adrián Pérez, después de colocar el sombrero en la silla inmediata y de enjugarse otra vez la carita lacia con el pañuelo, comenzó a hablar de esta suerte: Yo, señor don Alejandro, me encontré antes de anoche... precisamente antes de anoche, eso es, cerradas las puertas de esta casa...

El caballo devoró con avidez unos hierbajos, mientras el hombre permanecía encogido en la silla como si durmiese.

Silas se dejó caer desfallecido en la silla, bajo el doble golpe de una sorpresa inexplicable y de un torrente rápido de recuerdos.

Sarrió tiene fija la vista en una de sus páginas; su cuerpo se remueve en la silla; diríase que le desasosiega alguno de los pasajes del libro.

Estaba echado el capacete y no parecía el jinete por ninguna parte, ni en la silla, su puesto acostumbrado, ni en la zaga, ni en el vano de la ancha puerta de la iglesia, que podía servirle de abrigo.

Al fin se dejó caer otra vez en la silla, rendido, aniquilado.

Después la vi agitarse en la silla, bajar la cabeza, levantarla, mirar con ojos extraviados a todas partes; por último, como movida por un resorte, alzóse del asiento, y tendiendo la mano al nuevo visitante repitió con voz alterada las palabras mencionadas.

Mas alguna vez en el apogeo de vuestras vigilias metafísicas cuando Kant os ha hecho sudar durante toda la noche y los carruajes que conducen las gentes del teatro hacen vibrar los cristales de vuestro cuarto, os he visto echados hacia atrás en la silla, poner los ojos en el vacío y sonreir dulcemente.

Por último se decidió como lo más sensato que me echase un poco hacia atrás en la silla, dejando descansar el brazo izquierdo con cierto abandono sobre el respaldo de otra que á mi lado tenía, mientras la mano derecha jugaba graciosamente con el mico de bronce que corona la tapa del tintero.

El jinete se dobló sobre el arzón donde asomaban las pistolas, y rudo y fiero la alzó del suelo asentándola en la silla.

Si, si, dijo Bempo; á socorreros venimos, señor hidalgo: ea, camaradas, ayudadme y pongámosle en la silla.

De uno de los extremos de aquella calle recogieron un hombre herido, le metieron en la silla de manos y le condujeron á casa de la princesa, en la que entraron por el mismo postigo.

imagen]Y sentada en la silla de enea

El rey de Noricia, que era este anciano, consideró la muerte preferible á una fuga ignominiosa, y enristrando la lanza contra el Paladin francés, la hizo pedazos en el centro del escudo del terrible Conde, á quien ni siquiera conmovió en la silla.

Al llegar casualmente, segun os iba diciendo, aquella hermosa doncella junto á los dos amantes, conoció las armas del Conde, y á Brida-de-oro, que habia quedado sin su dueño y con el freno en la silla.

Uno de los jinetes, ya viejo, con el pelo gris, tenía un aplomo al caer en la silla, propio de un militar; el otro, un joven rubio, montaba como el que ha tomado lecciones de equitación en un picadero, y el último, un muchacho moreno y de ojos negros brillantes, apenas sabía más que sostenerse sin caer sobre su cabalgadura.

Y se sentó, con mucho tiento y grave parsimonia, en la silla más cercana.

En la silla y en las ancas Puestos los dos juntamente, Mares de sangre rompimos, Por cuyas ondas crueles Este bajel animado, Hecho proa de la frente, Rompiendo el globo de nácar, Desde el codon al copete, Pareció entre espuma y sangre (Ya que bajel quise hacerle) De cuatro espuelas herido, Que cuatro vientos le mueven.

Desplegó el médico el papelón más grande de los que tenía entre manos, lleno de dibujos toscos y de garabatos incomprensibles, y dijo contoneándose en la silla: El molino: aquí está el plano, con su escala y todo.

¿Pataratas?—repitió el desapercibido médico, no cabiéndole ya en la silla y dispuesto á confundir al Berrugo con la prueba espeluznante de lo que afirmaba.

En aquella ocasión solemne su madre se sentaba en la silla dorada, y empezaba á recibir gente.

Apoderóse de Penélope el dolor, que destruye los ánimos, y ya no pudo permanecer sentada en la silla, habiendo muchas en la casa; sino que se sentó en el umbral del labrado aposento y lamentábase de tal modo que inspiraba compasión.

El doctor estaba ya en la silla de posta.

¡Ay! que se me traba la cachemira en la silla.

Ella accedió, casi risueña, a detenerse; y sentándose en la silla más próxima a la mía, habló confidencialmente.

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