595 oraciones de ejemplo con eugenia

todo se arregla... ¿Cómo que se arregla todo? , él paga, y nosotros... Nosotros... ¿qué? Pues nosotros... ¡Basta! Y se salió Eugenia, con los ojos hechos un incendio y diciéndose: «Pero ¡qué brutos, qué brutos!

Pues qué, ¿me negarás que has conquistado a la pianista, a la Eugenia? , te lo niego; no soy yo quien la ha conquistado, sino ella quien me ha conquistado a .

¡Ay, mi Eugenia! ¡mi Eugenia!

¡Ay, mi Eugenia! ¡mi Eugenia!

Usted comprende, señora—contestó Augusto, que después de lo que me ha pasado en su casa las dos últimas veces que he ido, la una con Eugenia a solas y la otra cuando no quiso verme, no debía volver.

Pues traigo una misión para usted de parte de Eugenia... ¿De ella? , de ella.

Cuando doña Ermelinda llegó a casa y contó a su sobrina la conversación con Augusto, Eugenia se dijo: «Aquí hay otra, no me cabe duda; ahora que le reconquisto».

Le debo a ella, a Eugenia, ¿cómo negarlo?, el que haya despertado mi facultad amorosa; pero una vez que me la despertó y suscitó no necesito ya de ella; lo que sobran son mujeres.

¡Y qué encanto la inocencia maliciosa, la malicia inocente de Rosarito, esta nueva edición de la eterna Eva! ¡qué encanto de chiquilla! Ella, Eugenia, me ha bajado del abstracto al concreto, pero ella me llevó al genérico, y hay tantas mujeres apetitosas, tantas...

Cuando entró Augusto en la sala Eugenia estaba de pie.

Pero ¡si hemos hablado uno con otro, Eugenia!

Le tendió a Eugenia su fina mano, blanca y fría como la nieve, de ahusados dedos hechos a dominar teclados, y la estrechó en la suya, que en aquel momento temblaba.

Cuando, al instante, la levantó vio que Eugenia se enjugaba una furtiva lágrima.

dejando su butaca, a sentarse en el sofá, al lado de Eugenia.

¡Mira, Eugenia, por Dios, que no juegues así conmigo!

Ni... ni ni yo podemos ser infieles, desleales a nosotros mismos; ni puedes aparecer queriéndome comprar como yo en un momento de ofuscación te dije, ni yo puedo aparecer haciendo de ti un sustituto, un vice, un plato de segunda mesa, como a mi tía le dijiste, y queriendo no más que premiar tu generosidad... Pero ¿y qué nos importa, Eugenia mía, el aparecer de un modo o de otro?

¡A los mismos nuestros! Y qué, Eugenia mía... Volvió a apretarla a y empezó a llenarle de besos la frente y los ojos.

... Eugenia... ... No, yo no, no puede ser... ¿Es que no me quieres?

Acaso... ¡Eugenia! ¡Eugenia! En este momento se oyó llamar a la puerta, y Augusto, tembloroso, encendido de rostro, exclamó con voz seca: ¿qué hay? ¡La Rosario que espera!—dijo la voz de Liduvina.

Acaso... ¡Eugenia! ¡Eugenia! En este momento se oyó llamar a la puerta, y Augusto, tembloroso, encendido de rostro, exclamó con voz seca: ¿qué hay? ¡La Rosario que espera!—dijo la voz de Liduvina.

¡Ah!—exclamó Eugenia, aquí estorbo ya.

¿Ve usted cómo no podemos ser más que amigos, buenos amigos, muy buenos amigos? Pero Eugenia... Que espera la Rosario... Y si me rechazaste, Eugenia, como me rechazaste, diciéndome que te quería comprar y en rigor porque tenías otro, ¿qué iba a hacer yo luego que al verte aprendí a querer?

¿Ve usted cómo no podemos ser más que amigos, buenos amigos, muy buenos amigos? Pero Eugenia... Que espera la Rosario... Y si me rechazaste, Eugenia, como me rechazaste, diciéndome que te quería comprar y en rigor porque tenías otro, ¿qué iba a hacer yo luego que al verte aprendí a querer?

No, no, lo pasado pasado ¡no! ¡no! ¡no! Bien, bien, que espera la Rosario... Por Dios, Eugenia...

Reía la gente recordando su viaje por el lago con la emperatriz Eugenia.

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