97 oraciones de ejemplo con hortensias

Como soy ignorante en botánica, no podré decir con exactitud qué plantas eran las que tan profusamente lo adornaban, pero me parece que las que crecían en el viejo bote de petróleo eran azáleas, y estoy seguro que había hortensias en una barrica, geránios en varios cacharros desportillados, y «no-me-olvides» en una lata de sardinas.

Desperté temprano, como es mi costumbre, y desde el lecho empecé a admirar de nuevo el grato aspecto de mi balcón florido: las hortensias, con sus esferas de azul y rosa; las azáleas y geránios, con sus variados tonos de rojo y blanco; mas ¿qué era esa flor maravillosa, en el centro de todas, en la cual no había yo reparado la víspera?

Las gárgolas y demás partes salientes de la enorme catedral tenían ya perfiles de fuego, y las copas de los árboles de la plazoleta y hasta las hortensias de mi balcón empezaban a teñirse de carmín.

Yo estuve hablando con doña Hortensia, que se mostró muy amable conmigo.

Bebimos los dos, y, de pronto, me dijo don Ciriaco: Mira, pilotín; te he presentado a Hortensia y a don Matías, porque te pueden servir.

Hortensia es vizcaína, de un pueblo próximo a Bilbao.

La bella Hortensia tenía pretensiones, era muy hermosa y no quería casarse con un cualquiera.

En esto, un amigo mío, Fermín Menchaca, capitán de barco metido a comerciante en Cádiz, fué al pueblo, donde acababa de morir su padre, que era patrón de una lancha; vio a Hortensia y se enamoró de ella.

Menchaca no estaba dispuesto a casarse, ni tampoco a dejar a Hortensia.

Menchaca prometió hacerla su mujer y Hortensia cedió.

En el momento del matrimonio, Menchaca, que era voluble, se escapó del pueblo, dejando a Hortensia embarazada.

Menchaca estaba en Filipinas; Hortensia fué a Filipinas, encontró a Menchaca y le obligó a casarse con ella.

Como iba diciendo, a pesar de que Menchaca tenía medios de comprobar que Hortensia era un carácter, no quiso verlo ni reconocerlo.

Al año Hortensia celebró su matrimonio con don Matías Cepeda; compraron la casa de la calle de la Aduana y la arreglaron.

Muchos domingos, al llegar a casa de doña Hortensia me encontraba con que no había nadie, y solía entrar en el almacén.

Doña Hortensia me recibió como si fuera su hijo.

Yo tenía un poco más de mundo que cuando estudiante, y pude comprender que la bella Hortensia se desentendía de toda preocupación moral y que no buscaba más que prosperar y gozar.

Mi capitán y yo fuimos a ver varias veces a Hortensia para que convenciese a su marido.

Estoy seguro de que Hortensia le encontraría el defecto de que no estaba muy enterado de marinería.

Los consejos de don Ciriaco hicieron que no acudiese con frecuencia a casa de Hortensia.

En el suelo había una cesta llena de hortensias y rama verde, destinada al adorno de los floreros; Nucha empezó a colocarla con la destreza y delicadeza graciosa que demostraba en el desempeño de todos sus domésticos quehaceres.

Notó que caía sobre ellas una gota de agua, gruesa, límpida, no procedente de la humedad del rocío que aún bañaba las hortensias.

La casa del boticario era de éstas: en el jardín se veían jacintos, heliotropos, rosales y enormes hortensias que llegaban hasta la altura de los balcones del piso bajo.

Y allí están, cultivadas casi con pudor, casi a escondidas, bellas rosas de arte, frescos lirios de sentimiento, frías y pomposas hortensias de fantasía.

Flores eran, y ya los ojos de Gabriel, familiarizados con la oscuridad, podían hasta darles su nombre propio: las manchas redondas, hortensias; las largas, varas de azucenas blanquísimas.

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