, un interventor con 20,000, y qué sé yo que otras asignaciones por razon de casa y gastos de oficinas, es justo que esa administracion jeneral no esté sin el competente número de subalternos y cajas de provincia, con administradores, interventores, mozos celadores, conductores de balijas, &c.; pero ¿adonde vamos con tal modo de crear gastos y nada mas?

Si el lector pudiese ver ese precioso convenio, probablemente no adivinaría de quién es el autógrafo que está al pie, porque el jeroglífico de la firma de Colón, pondría hoy en grande aprieto al interventor de una casa de banca.

A poco llegó el interventor.

El religioso, muy amablementeacaso con una leve ironía, saludó a los viajeros y salió al pasillo, y el interventor tras él.

De los tipos que yo llamo “de casa”me refiero a los empleados que ambulan con nosotrosel principal, el más pintoresco, es el interventor.

Un buen interventor es, exactamente, lo contrario de un despertador: porque éste despierta al dormido cuando debe, y aquél cuando menos debiera hacerlo.

Es el interventor.

El interventor nunca aparecerá cuando el viajero está despierto, ni mucho después de haberse dormido, sino en el mismo divino instante de dormirse; con precisión tal, con exactitud tan estricta, que he llegado a sospecharles movidos por un mecanismo de relojería.

Uno de éstos, en el trayecto de Palencia a Sahagún, no reconoció al interventor que le despertaba, y creyendo habérselas con un ladrón abalanzóse sobre él y de un puñetazo le partió la nariz.

Empiezo a pensar en que el interventor vendrá a despertarme, y ya me es imposible cerrar los párpados... Una tregua.

Apenas se acercó a mí, leí su intención; y ya no pude leer más, porque en su corazón no había más... Después que el interventor se hubo marchado, don Rodrigo sacó de sus bolsillos un puñal y una pistola.

Los manifestantes, a quienes seguía un centenar de desocupados, hallaron al jefe de Estación y al interventor del expreso cerca de mí, y en altas voces manifestaron su pretensión.

Casi al mismo tiempo, apareció el interventor.

El interventor parecía indeciso, y renovó su oferta.

El interventor se marchó, para regresar a poco con una tablita, que decía “Alquilado”, y que colocó a la entrada del compartimiento.

Para corresponder a tanta fineza, el viajero quiso darle un duro, pero el interventor se negó a aceptarlo; y después de picar el billete del señor “de la cara de muerto”, se marchó, sin pedirle el suyo al “hombre de la gorra”.

Contribuía a aguijar mi sobresalto la frecuencia con que, a cada momento, el interventor, o un “ruta”que prestaba servicio en otro coche, o los dos, recorrían mi tránsito.

El interventor, al fin, se marchó a hacer la requisa de billetes; el “ruta” también se fué.

En aquel instante reaparecían el interventor y el “ruta”, y aún me estremece la lividez espectral que les desfiguró al encontrar solo al viajero “de la cara de muerto”.

Al cabo, el interventor, aunque ahogándose, pudo balbucear: Señor... ¿el caballero que iba aquí?...

Apareció el interventor y pude enterarme de que el nuevo viajero iba a Barcelona.

En el último vagón permaneció un buen rato; pasó después al otro, y luego a mí, donde el interventor la pidió el billete.

En mi pasillo aguardó a que el interventor se fuese, y entonces registró, uno a uno, mis departamentos.

El interventor y los rutas les gritan: ¡Ahí no, brutos!...

El interventor, sin embargo, insiste; quiere consolidar su obra de pacificación: Antes de pegarsedice con aire autoritariocada cual debe hallarse convencido de sus derechos, y para eso es necesario conocer el “Reglamento de los ferrocarriles”.