21 oraciones de ejemplo con labriegas

Por fin, la labriega vuelve el semblante, el muchacho lo vuelve al mismo tiempo, sus ojos se encuentran, entre ellos pasó lo que Dios sabe; corre la mujer hácia el jóven, el jóven corre hácia la mujer, se abrazan estrechísimamente y rompen á llorar; pero á llorar de un modo que era capaz de quebrantar las piedras.

Excuso decir á mis lectores que la labriega era la madre, y el labriego el padre del muchacho.

Cuando acababa de surgir entera e imperiosa la brutal decisión entre las continuas fluctuaciones de su carácter débil e irresoluto, oyó voces en el camino, e incorporándose vio venir a Leonora seguida de las dos labriegas con el busto encorvado sobre las pesadas cestas.

No quería ver; deseaba olvidar, aislarse, sumirse en dulce y apática estupidez, y guiado por el instinto, vaciaba su vaso, que la cortesanía labriega cuidaba de tener siempre lleno.

La busco y se me huye como un misterio, como una sombra: algunas veces he creido tenerla al lado, y luego... era una pobre labriega, hermosa, , como son hermosas todas las hijas de las Alpujarras, pero ruda y zafia.

III Mucha sangre de Caín tiene la gente labriega, y en el hogar campesino armó la envidia pelea.

La vieja que se cubre con el paraguas de algodón azul; la mozallona que se inclina al suelo marcando sus groseras formas; la otra labriega, niña y rubia, figurita mística quemada y curtida ya por el sol y la labor; y sobre todo, el paisaje, un paisaje sin engañifas ni trapacerías; el terruño bermejo, craso, destripado por el azadón y enseñando sus riñones, las patatas; allá en el fondo, el cómaro que limita el predio.

¿Cuándo has podido pensar que cabía belleza en una labriega de pies descalzos, maculados de negruzca tierra?

Danzan reyes con pastoras, monjas con guerreros, emperadores con labriegas, fidalgas con arzobispos.

Después del primer hijo que un momento la acentuaba, como la maca aumenta el sabor frutal, sobrevenía sin transición la rudeza labriega.

Afortunadamente, si el uno le negaba este parvo sustento de la palabra, otorgábanselo, con creces, mujeres que conducían la comida á canteros, carpinteros y albañiles, y las mozas labriegas.

Sus extremidades se deforman, su piel se curte, la osatura se les marca, el pelo se les vuelve áspero como cola de buey, el seno se esparce y abulta feamente, los labios se secan, en los ojos se descubre, en vez de la chispa de juguetona travesura propia de la mocedad, la codicia y el servilismo juntos, sello de la máscara labriega.

Sobre el fondo oscuro de la tierra vió blanquear las camisas y sayas, las fajas rojas y los pañuelos azules de labriegos y labriegas; contra un matorral descansaba un jarro de barro, y la cuadrilla, entonando su inevitable ¡ay... ! se daba prisa á atar los haces, sirviéndose de las rodillas para apretar la mies.

Lo cual, unido á otros singulares incidentes, la ira de Gabriel, su afán por encontrar á Perucho, lo extraño de la entrevista, la encerrona, le puso en alarma y despertó su aguda suspicacia labriega.

Ello es que, á las dos ó tres tardes de haberse cruzado la primera mirada de odio eterno entre el usurero y su víctima, salió del vetusto caseron una mujer como de cincuenta años de edad, hermosa todavía, aunque muy estropeada y enjuta; de aspecto poco señoril, pero digno, y vestida más bien como una rica labriega que como una dama.

Era un aire de austera melancolía labriega, como las romanzas de Grieg y de Rimski-Korsakoff.

Tita Anastasia rememoraba los años de su vida labriega.

Después señalaremos la diferencia bien honda entre la gente pescadora y la labriega, entre «costarras» y «goyerritarras».

Todas estas cosas, y mil otras por el estilo que podría referir, eran el pan nuestro de cada día en el bendito año de mil setecientos setenta y cinco sin que fueran obstáculo para que, mientras el Leñador y la Labriega proseguían su silenciosa labor, los dos mortales de las desarrolladas quijadas y las dos de cara aplastada y hermosa, respectivamente, llevaran a punta de lanza sus divinos derechos.

Golpeé su pecho con estas dos manos, como lo golpeo ahora, y le dije: «Defarge; me crié entre pescadores de la playa, y la familia labriega tan ultrajada por los hermanos Evrémonde, esa familia que describe el papel encontrado en la Bastilla, es mi familia.

Ahora pasan mujeres á caballo cerca del tren, pero son labriegas de aspecto zafio.

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