Qué preposición usar con gusto
Desde que tuve el gusto de conocerle, doctor Popitocontinuó, llevo en mi memoria una pregunta, y aprovecho la oportunidad para que me la conteste.
El conde Segismundo era arrogante, pero alegre y franco: gustaba de la guerra y de la mesa, y era poco aficionado á los libros y á la soledad, no ocupaba las noches en sombrios desvelos; las suyas estaban consagradas á los festines y á las diversiones.
Despídame de él; dígale que he tenido mucho gusto en conocerle.
¿Le gusta a V.
También halagó los gustos del rector, poderoso personaje cuyos consejos eran siempre escuchados por los señores del organismo ejecutivo.
Tenía yo un tío en México bastante acomodado, el cual me colocó en una tienda de ropas; pero notando algunos meses después de mi llegada que aquella ocupación me repugnaba sobre manera, y que me consagraba con más gusto a la lectura, sacrificando a esta inclinación aun las horas de reposo, preguntóme un día si no me sentía yo con más vocación para los estudios.
Lo mismo que yo, tenia un amor decidido por la soledad, el gusto por las ciencias secretas y un alma capaz de abrazar al universo; pero tenia ademas la compasion, el don de los agasajos y de las lágrimas, una ternura ... que ella sola podia inspirarme, y una modestia que yo nunca he tenido.
Sirviéronnos, primeramente, chocolate al exclaustrado y á mí, pues la familia se despachó á su gusto con sendas cazuelas de sopas de leche.
El estilo de este libro patriarcal le formó cierto gusto para el diálogo; y amando, como joven, la intriga, el enredo y los desenlaces sorprendentes, dióse á Bertoldo con todas las potencias de su alma.
Sí; porque, al parecer, estaba usted muy a gusto al lado de esa señora....
¿Le gusta á usted saber lo que pasa en las casas de los realistas?añadió el anciano con el acento amargo y receloso propio de su carácter.
Don José era un señor excelente, que no hacía más que cuidar de su hacienda, jugar á la malilla en la reunión de la botica y dar gusto á Doña Antonia.
No daba ni admitía bromas, ni tenía el temperamento abierto y jaranero que suele caracterizar a los sacerdotes que gustan del trato social.
Y es lástima, porque la chica me gustaba en realidad.
El género femenino de color no le gustaba al capitán, quizá por razones de moralidad.
Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina.
Así, yo me vuelvo a mi antesala ... a darle sus garbanzos a la cotorrita ... que si me gusta por algo es porque de todas las del barrio es la única que no picotea el gabacho.
La otra tarde me dijo: «¡Ay, Pepa! ¡A mí la única muchacha que me gusta para Rodolfo es Gabrielita! ¡Qué bonita pareja harían los dos!» El rostro de la joven se entristeció de súbito, como esos manantiales de agua purísima cuando pasajera nube les roba por un instante los rayos del sol.
¿Por qué me escribe Beatriz? Sobresaltado con tales ideas, abrió corriendo la carta y leyó lo que sigue: «Querido Paco: Aunque me tienes enojada porque llamas a Braulio con tanto misterio, arrancándole del lado mío, todo te lo perdonaré si me le despachas pronto y le dejas libre para que se vuelva con su mujercita, que no vive a gusto sin él.
No comprendo que sin un confidente con quien consultar, ó con la idea de no volver á ver más el mundo, haya un hombre capaz de encerrarse entre los bosques á desentrañar los misterios de la ciencia, cuando la ignorancia completa de ella es lo primero que se necesita para vivir á gusto entre estas cerriles criaturas, ser tan rústico como ellas, y circunscribir á las suyas las propias ambiciones.
En seguida cantó un aire nacional con bastante voz, con bastante gusto é inteligencia, pero haciendo mohines que destruian en nosotros el efecto del canto.
Además, la subsiguiente falta de dinero y aguardiente quitaba el gusto hasta la más inocente diversión.
Leto, después del desahogo que se había dado a todo su gusto sobre Maravillas y sus defensores, estaba ya tan sereno y en sus quicios ordinarios; a él, a don Claudio, con verle bastaba.
Y seguiremos si gusta hasta que se vaya el día; era la costumbre mía cantar las noches enteras: había entonces, donde quiera, cantores de fantasía.
De aquel coro venía un murmullo lánguido y tierno que le llamaba, invitándola a dejar los placeres del mundo por otros más dulces y misteriosos que había comenzado a gustar sin conocerlos aún enteramente.