160 Adjetivos para describir abuela

Siendo el conde-duque Guzmán y su mujer Zúñiga, Zúñigas y Guzmanes, se vieron casi solos en los altos empleos, exceptuando algún Velasco, por ser su abuelo materno de aquella casa y tener casado á su hijo con mujer de ella.

¿Es feliz su abuela materna? 27.

Otra causa de enemistad de doña Celestina para su yerno, provenía de ser mi abuela paterna hija de un quincallero suizo, establecido en Elguea.

No se 20 detuvo en parte alguna, y en cuanto entregó la cesta a su abuela querida, emprendió su viaje de regreso.

Mi pobre abuelo se cayó desfallecido de hambre, en el barranco de ese puente, y voy al pueblo a pedir auxilio a la guardia civil o a la primera persona caritativa que encuentre.

¡Pobre abuela! La ocasión era tan tentadora, que dije muy de prisa: Yo también he rezado por ti, querida abuela, aunque no para obtener la misma gracia.

Luego, en otra tienda adquirió un cuchillo para Pepet, el más grande y pesado que encontró, un arma absurda, capaz de hacerle olvidar la de su glorioso abuelo.

la abuela descontenta

No era fácil convencer a mi orgullosa abuela de que no tenía precisamente una gran trascendencia para el mundo el que un Aguirre apareciera o no apareciera en Lúzaro en el siglo xv.

De éste tuvo un hijo, o al menos pasó por tal, el llamado Octaviano, que murió en 1486, el mismo año que su padre, y en 1481 dió a luz Vannozza otro, a quien pusieron por nombre el de su abuelo paterno, Jofre, y el Papa lo reconoció, el 6 de Agosto de 1493, por hijo suyo y de mujer viuda[30].

Llegamos a Aguirreche; estuvimos un momento, y después, mi abuela, la tía Úrsula y mi madre, vestidas con mantos de luto, y yo con la Iñure, nos dirigimos a la iglesia.

Ese es, digo, ese fue don Cristóbal Bermúdez Peleches, cuarto abuelo mío, y fundador del mayorazgo en los principios del siglo pasado.

Podrán las gentes de sangre europea vivir cien años más en estos montes, y aun amar la tierra que conquistaron los abuelos españoles; pero el secreto vínculo del suelo con su raza, nos estará vedado hasta quien sabe cuándo: acaso para siempre.

Hemos encontrado á un octogenario que de joven hizo la guerra con el generalísimo Ra-Ra, mi heroico abuelo.

A la cama no se puede llegar; porque están alrededor todos los juguetes, en mesas y sillas En una silla está el baúl que le mandó en pascuas la abuela, lleno de almendras y de mazapanes: boca abajo está el baúl, como si lo hubieran sacudido, a ver si caía alguna almendra de un rincón, o si andaban escondidas por la cerradura algunas migajas de mazapán; ¡eso es, de seguro, que las muñecas tenían hambre!

¡El marido!exclamó la de Ribert riendo, con gran contento de Genoveva, que gozaba deliciosamente de la alegría de su madre.¡El marido!... Qué gran verdad... La abuela, consternada, nos miraba a las tres alternativamente con tal expresión de reproche, que el cura tomó el prudente partido de dejarnos para cortar la conversación.

Se amaban los dos hermanos como dos mitades de un fruto verde, unidos por la misma vida, con escasa conciencia de lo que en ellos era distinto, de cuanto los separaba; amaban Pinín y Rosa a la Cordera, la vaca abuela, grande, amarillenta, cuyo testuz parecía una cuna.

, y a los quince años de su edad su abuela putativa la volvió a la Corte y a su antiguo rancho, que es adonde ordinariamente le tienen los gitanos, en los campos de Santa Bárbara, pensando en la Corte vender su mercadería, donde todo se compra y todo se vende.

¡Que no la encuentras!exclamó el abuelo, pálido como un cadáver y levantándose de la silla como impulsado por una fuerza superior a su voluntad.

La fundó un quinto abuelo de doña Rebeca, que murió en un manicomio y que dejó lastimosa descendencia de locos y suicidas.

Los abuelos más remotos y las batallas famosas estaban cubiertos de telarañas.

Había también en casa de mi abuela, encerrados en marcos de caoba, unos grabados ingleses que representaban la batalla naval entre la fragata inglesa Eurotas y la francesa Clorinda, en 1814.

Mi respetable abuela me ha contado que todas las damas encopetadas de su tiempo sólo iban a la Opera atraídas por el baile, y no regateaban sus aplausos a los bailadores.

Volví a ver, en León, en mi casa vieja, a mi tía abuela, casi centenaria; y el Presidente Zelaya, en Managua, se mostró amable y afectuoso.

Jaime sentía vivir en su interior al grave abuelo don Horacio, y con él los escrúpulos del Inquisidor Decano, el de la tarjeta horripilante, y las almas del famoso comendador y otros ascendientes.

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