20063 oraciones de ejemplo con quedaba

Carmencita se exaltaba en la memoración de aquellas horas apacibles de su vida, de las cuales sólo le quedaba aquel testigo: Salvador.

Salvador quedaba esperando que aquel tren partiera para tomar el inmediato en la misma dirección.

Don Valentín, combatido por los opuestos sentimientos de la compasión y del terror que su mujer le inspiraba, seguía viniendo con frecuencia á informarse del estado de la paciente; pero, en vez de entrar en el cuarto y asomar la nariz á la alcoba, se quedaba fuera y asomaba sólo al cuarto la nariz, preguntando á su hija: ¿Cómo está tu mamá? Clara respondía: Lo mismo; y D. Valentín se iba.

Cuando Catalina solía ir allí con la criada a coger flores, Martín las seguía muchas veces y se quedaba a la entrada del seto.

La guabiroba se estrelló por fin contra las piedras, se tumbó, justamente cuando a Candiyú quedaba la fuerza suficientey nada más,para sujetar la soga y desplomarse de boca.

Ella misma lo había cortado é hilvanado; pero de la primera hechura quedaba muy poco, después de los retoques que se habían sucedido durante su larga existencia.

Comparaba en ella á Wáshington con nuestro presidente, é inútil es decir quién de ellos quedaba sobre el otro.

En diciendo esto, se entró con su ama, y Tomás quedó suspenso; pero algo consolado, viendo que en solo el pecho de Costanza quedaba el secreto de su deseo.

Ella le contó lo que había pasado, y cómo su señor quedaba con él para contalle no qué cosas que no quería que ella las oyese.

Todo el tiempo que gastó el huésped en estar con el Corregidor y el que ocupó Costanza cuando la llamaron, estuvo Tomás fuera de si, combatida el alma de mil varios pensamientos, sin acertar jamás con ninguno de su gusto; pero cuando vio que el Corregidor se iba y que Costanza se quedaba, respiró su espíritu y volviéronle los pulsos, que ya casi desamparado le tenían.

El marinero, contentísimo del suceso, dió cuenta a los pescadores del navío que en el mar quedaba, diciéndoles que era de cosarios, de quien se temía que habían de venir por aquella doncella, que era una principal señora, hija de reyes; que para mover los corazones a su defensa le pareció ser necesario levantar este testimonio a mi hermana.

Hasta la maldita timidez quedaba reducida a un fenómeno puramente externo.

Pero la chica estaba muy acostumbrada a todo, y se quedaba tan fresca.

Entró la pecadora en la sala, que hacía también las veces de comedor, a poner la mesa, operación en extremo sencilla y que quedaba hecha en cinco minutos.

Cuando la interrogaban, ponía una cara adusta, y golpeando el suelo con el pie, se quedaba mirando en el vacío.

Ya no quedaba funcionando en Europa ningún Casino: el de San Sebastián lo habían dedicado á convento; el de Ostende servía de laboratorio para nuevos cultivos de ostras; en todas las poblaciones de baños de mar ó de aguas medicinales, las gentes sólo se preocupaban del cuidado de su salud, y cuando querían distraerse jugaban en los paseos á la rayuela y á otros juegos de niños.

¡El negocio que hizo Monte-Carlo!... Como no quedaba juego en el mundo, todos los jugadores acudían á este país.

aquella entrevista sólo había sido para suprimir todo lo que quedaba entre los dos como rastro del pasado... Y dejó que se alejase.

Ni el más angosto sendero quedaba abierto ante su iniciativa.

¡Adiós para siempre!... Quedaba el otro, pero este hombre era invulnerable para él.

Así, cuando al anochecer, el pastor se ponía a tocar en su flauta de saúco, la yegua negra se acercaba, masticando trébol, y se quedaba mirándole fijamente, con grandes ojos pensativos.

Las botas las tenía colgadas de un clavo sobre el jergón, cual si fuesen las pantuflas del Papa; y los domingos las cogía, les daba lustre y se las probaba; luego las ponía en el suelo, una junto a otra, y se quedaba mirándolas, de codos sobre las rodillas y la barba en las manos, horas enteras, revolviendo quién sabe qué pensamientos en aquel caletre.

Habló de ello con serena gravedad, como si enviara al joven de caza o a la guerra mientras quedaba él en seguridad; y de ningún modo como si el rostro humano que contemplaba en aquellos momentos fuera el último que había de ver en su vida.

Su crimen quedaba expiado; la maldición se apartaba de su lado; y después de haber vertido sangre más querida a su corazón que la suya propia, subió a los cielos por primera vez en largos años una plegaria de labios de Rubén Bourne.

Antes de que el Nautilus diera la vuelta de Nueva Órleans por la costa septentrional del Atlántico llevando a su bordo al prisionero, la sentencia quedaba aprobada y él era un hombre sin patria.

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