447 Adjetivos para describir labios

El cleriguillo había perdido su amabilidad; sus ojuelos expresaban el mayor despecho; su labio inferior, masa informe y pendiente, le temblaba por la rabia de la contrariedad y del desengaño.

La joven bajaba a la sazón los ojos, e inclinaba el semblante llena de rubor; pero cuando lo alzó para saludarnos, pude admirar sus ojos negros, aterciopelados y que velaban largas pestañas, así como sus mejillas color de rosa, su nariz fina y sus labios rojos y frescos.

Los labios gruesos y sinuosos y manchados por el zumo del cigarro puro que traía apagado y mordía paseándolo de un ángulo a otro de la boca sin cesar.

Y, por último, para que esta efigie fuera más singular, adornaban airosamente su labio superior unos vellos negros que habían sido agraciado bozo y eran ya un bigotillo barbiponiente, con el cual formaban simetría dos ó tres pelos arraigados bajo la barba, apéndices de una longitud y lozanía que envidiara cualquier moscovita.

Ni aún entonces Pude saberlo; Sólo que no se oía Más que el aliento, Que apresurado escapaba Del labio seco.

La primera noche que estuve en Lucban, fuí presentado en la casa de la capitana babae, ó sea la Reina de las taga-bayan, guapa mestiza china, de labios muy finos, mirada penetrante, conversación amena y sentimientos fríos y calculadores.

Soñaba con la mirada desvaída y los labios entreabiertos..., estremecida de frío..., con las mejillas húmedas de llanto.

Sus ojos eran medio cerrados y pequeños, pero muy vivos, formando armoniosa simetría con sus labios delgados, largos y elásticos, que en los momentos más ardorosos de la conversación avanzaban formando un tubo acústico que daba á su voz intensidad extraordinaria.

Tenía el rostro abatido, los labios pálidos, y los ojos oscuros de ojeras.

¡Besa!ordenaba Julieta presentando ante sus labios descoloridos una flor que acababa de arrancar del parque.

Kassim trabajaba esa noche hasta las tres de la mañana, y su mujer tenía luego nuevas chispas que ella consideraba un instante con los labios apretados.

También ella estaba despeinada y triste, con los labios blancos, las ojeras negras, los ojos huraños, el vestido a medio ceñir....

Pálido, los labios contraídos, los ojos cerrados, el desconocido permanecía inerte y la señorita Guichard tuvo miedo.

Las palabras más soeces del repertorio de los cocheros de punto brotaron a sus labios temblorosos.

Esta última es morena, sus ojos por lo regular son negros, su nariz algo deprimida, su pelo largo y de gruesa hebra y sus labios ligeramente abultados.

Un suspiro, apenas perceptible, que se escapó de sus frescos labios entreabiertos, manifestó cuánto lo deploraba.

Las frases que de vez en cuando se escapaban de su boca entre el cigarro y los labios húmedos y sucios eran oscuras, cortadas, ininteligibles en muchos casos.

A veces,agregó, haciendo un mohín risueño,¡está insufrible! Pude gozar entonces de la belleza singular de aquella boca, de aquellos labios rosados que dejaron ver, al plegarse dulcemente, una dentadura irreprochable.

En el momento en que su camarada intento acercar sus labios ardientes á los de doña Elvira, habían visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guantelete de piedra.

Sentose la joven, y la pluma remontándose de nuevo por los aires, empezó a dar vueltas en torno suyo, admirando de cerca y, de lejos, ya la blancura del cutis, ya la expresión y brillo de los ojos, ya los cabellos negros, ya sus labios encendidos, todas y cada una de las perfecciones de tan ejemplar criatura.

Y alzándose de su asiento, en uno de aquellos arrebatos ascéticos que de vez en cuando tenía, abrió doña Luz su famoso cuadro del admirable Cristo muerto y puso sus rojos y frescos labios sobre los labios lívidos de la tremenda imagen.

Con labio balbuciente y vivo anhelo "¡Dios te salve, María!" en la cuna te dice el pequeñuelo: salúdate el anciano que harto ya de luchar con el destino, apoyo busca en tu segura mano.

Las mejillas pálidas, terrosas, los labios amoratados y caídos, la mirada opaca sin expresión alguna, no reflejaban la ancianidad que tiene su hermosura, sino la decrepitud del vicio siempre repugnante y la señal de la idiotez, aterradora siempre.

Propensa al llanto, con esa blandura propia de las almas sensibles, no comprendía la infeliz mujer cómo aquella otra viuda, al borde mismo de la cruel desgracia, devoraba su quebranto con los ojos ardientes y los labios mudos, sin una lágrima ni una queja.

Balbuceó algunas palabras, pero con tanta dificultad de sus labios resecos, que nada .

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