36 Adjetivos para describir oleadas

Resulta este del desmoronamiento repentino de las barrancas arenosas, que alterando el rumbo natural de las aguas, promueven fuertes oleadas de proyeccion.

Continuaban vientos favorables; pero cuando menos se pensaba, se alborotó el mar y se levantaron oleadas inmensas que impelían con fuerza las carabelas.

Y así continuaría la Historia, con el mismo flujo y reflujo de oleadas humanas, peleando los hombres millares de años por dominar ó conservar la copa azul de Anfitrita.

Una oleada de sangre ardiente invadió mi corazón; creí que iba a ahogarme.

Era un avance tímido pero continuo a través de la bruma, que se presentaba en oleadas densas, como si la atmósfera se solidificase a trechos.

» 365 Tales cosas revolvía en su mente y en su corazón, cuando Neptuno, que sacude la tierra, alzó una oleada tremenda, difícil de resistir, alta como un techo, y llevóla contra el héroe.

Las dulces oleadas de una sangre generosa henchían lentamente su piel rosada y transparente; todos los resortes de la vida, relajados por tres años de dolor, recobraban su tensión con una alegría visible.

Creía ver oleadas de luz, emanadas de un foco incandescente; formas humanas, cuerpos sin sombra, que oscilaban con caprichosas revoluciones.

El pueblo, victorioso, hizo irrupción en la plazoleta del Fuerte, dominando con sus clamores el ruido de la fusilería y batiendo sus murallones con sus oleadas enfurecidas.

La bahía de Botafogo apénas se dibuja por la oleada fosfórica de la orilla.

Batiste miró sus campos, y toda la rabia sufrida una hora antes ante el Tribunal de las Aguas volvió de golpe, como una oleada furiosa, á invadir su cerebro.

»Así de altiva cumbre se desata De pronto hinchado un espumoso rio, Y oleadas horrísonas dilata Hundiendo el malecon, creciendo en brío; Y establos y ganados arrebata Impetüoso.

Era preciso acudir á nuestros puestos, y fuimos, mejor dicho, nos llevaron, nos arrastró la impetuosa oleada de gente que corría á defender el barrio de las Tenerías.

Ningún ruido llegaba hasta allí, á no ser el monótono golpear de las rompientes lejanas subiendo en oleadas de rumor incesante hasta nuestros oídos, y el zumbido de insectos incontables bullendo en la espesura.

En las oleadas de polvo levantadas por las ruedas y las patas de los caballos, Juan veía, no la segunda batería montada del 9.º de artillería, sino la imagen distinta de las dos americanas de ojos negros y cabellos de oro.

Una tardeaquella tarde en que don Serafín tuvo la buena fortuna de hallarse con el Gobernador y con Iriondo,Rosarito, sola, en la gran casa que empezaba a anegarse dulcemente en la sombra de la noche, sentada sobre un poyo del jardín, en el centro del patio cuadrado, escuchaba la música de la retreta, que llegaba a oleadas, mezclada con el perfume otoñal de las magnolias, que se deshojaban a su vera.

Al tercer dia, el viento les atacó con más furia, y el mar se mostró más airado: el primero desgajó y se llevó el trinquete; una monstruosa oleada del segundo arrebató el timon y el timonel.

En un momento los muebles del gabinete desaparecieron bajo una oleada multicolor de sedas joyantes, verdes, moradas y azules, que, al ser extendidas, esparcían un agradable olor á limpieza.

Su catolicismo, por ejemplo, ha hendido como una vieja y fuerte proa, las oleadas naturalistas y las filosofías de última hora.

Las puertas vomitaron negras oleadas de gente que, al desparramarse por las aceras, respiraba con delicia el aire puro de la noche, y en pocos momentos la ancha nave quedó vacía.

Dentro de la iglesia á duras penas pudo reprimirse; pero debajo de la bóveda del cielo no fué posible contener su manifestación, más grandiosa que los rugidos del huracán, del trueno ó del mar, en aquella potente oleada de tantas voces reunidas en una gran voz por el impulso universal que de muchos corazones forma uno solo.

Apenas se difundieron por la sala las primeras oleadas del poco agradable gas, cierto burguesillo petimetre exclamó, tapándose las narices: «¡Qué mal huele! No tal rugió D. Bruno, ¡huele a progreso!»

Ella esperaba algo negro y monstruoso, una oleada putrefacta que, al salir, se llevase todo el mal de la muchacha.

Cuando le vio aparecer en el encuadramiento de las cortinas del salón, Camila Liénard dejó precipitadamente el bordado en que trabajaba; brillaron sus ojos y una rápida oleada de rubor coloreó sus mejillas.

Sintió el herido que toda su sangre afluía á su corazón, que éste se detenía como paralizado algunos instantes, para después latir con más fuerza, arrojando á su rostro una oleada roja y ardiente.

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