25 Metáforas para soledad

Se ha dicho que la soledad es el abogado del diablo, señora, y es exactamente cierto respecto de la juventud.

La envidia; el corazón del hombre; la poca seguridad de los amigos; el olvido; la instabilidad de la fortuna; la soledad; la soledad, sobre todo, afligía al hombre que con el bullicio y el enredo se alimentaba[280].

Suponía que Soledad debía ser su ama de llaves, y que este cargo le tenía que bastar para estar satisfecha y contenta.

La soledad de aquel sitio es aterradora y oprimió mi corazón.

Después, la soledad; después, una beata anciana, y otro trecho solitario; y un sacerdote que haldea; y al cabo de mucho tiempo, en una plazolilla toda gris de polvo, un hombre arriando sus cargados borricos que andan soñolientos, cuellicaídos, moviendo sobre la frente el bordado adorno de la cabezada.

Mas cuando averiguó que Soledad estaba en casa y cuando ésta le confesó, después de muchas instancias, que lo había oído todo, se le encendió el alma de vergüenza y furor.

La soledad de aquella huérfana que vivía en compañía de un viejo excéntrico, la tristeza y necesidad de desahogo que en ella había notado, eran causas bastantes para estimular un espíritu menos impresionable y caballeresco.

La soledad fue mi compañera, y en la soledad se nutrían mis tristezas a medida que crecía el montón frío de mis caudales.

[imagen no disponible: Contempló profundamente conmovido à Bekralbayda Lit de J.J. MARTINEZ Madrid LETRE dibº y Litº] al noble y magnífico sultan Nazar, que para quien tiene el alma triste nada hay alegre; que para quien llora no hay nada hermoso mas que su esperanza, y que la soledad y las lágrimas son los mejores compañeros de un desventurado.

Pero era en vano; la soledad era mi única compañía; no te ocultaré, que en alas de mis pensamientos venía, cual iris consolador, la esperanza más lisonjera a disipar aquellos enojos.

Pero, después he reflexionado: la soledad es buena consejera.

La soledad, la tristeza, la edad misma que ya rebasaba de los ocho lustros, la incitaban á ello; y si algo faltara para acelerar la evolución, diéraselo la compañía constante del gran misionero, el ejemplo de su virtud, y el oirle preconizar la purificación del alma y los goces de la inmortalidad.

La soledad era su mejor elemento, porque ella le infundia ese recogimiento supremo que les diera su carácter de beatitud casi inimitable á todas las creaciones del gran artista sevillano.

¡justicia para todos!Defenderé mi derecho, y lo haré respetar por todo el mundo: protegeré la libertad de la pobre niña, é impediré que su padre la sacrifique, como me ha sacrificado á ; y por estos sencillos medios, no lo dude usted..., Soledad será mi esposa.

Entregado durante un mes completo a los sueños morbosos que la soledad engendra, tan fatigado estaba nuestro héroe de su aislamiento, que deseaba encontrarse, aunque no fuese más que un minuto, en un ambiente humano.

Vuelvo a repetir que su soledad no es un inconveniente.

Esta quietud adoro: esta vida pacífica poséo: no la riqueza lloro: la ambicion ni la quiero ni deseo; que en las soledades son las siempre dichosas majestades.

Pero tu soledad es mentira.

La soledad que amaba Jeremías, el misterioso profesor de llanto, y el silencio, en que encuentran harmonías el soñador, el místico y el santo, fueron para ellos minas de diamantes que cavan los mineros serafines a la luz de los cirios parpadeantes y al son de las campanas de maitines.

Soledad es una hermosa mujer aquí y en todas partes, y á nadie se lo he oído negar hasta ahora.

* * * * * Dicen que la soledad y el silencio son como el padre y la madre de los pensamientos profundos.

Soledad, que habia conseguido sentar á su padre á fuerza de tirones (tanto más eficaces cuanto más altas eran las pujas de Manuel), se puso en pié al oir la última proposicion, y comenzó á anudarse á la espalda las puntas de la cruzada mantilla, como determinándose á bailar.

No hay marido, no hay hijos, no hay más compañía que la de venales sirvientes, y si la pobreza es mucha, la soledad reina.

Esta soledad es, ni más ni menos, la saudade portuguesa que en todo tiempo han pretendido imponernos los que ignoraban que acá la teníamos castellana, tan rancia, a lo menos, como la de nuestros vecinos.

¡O santas soledades, retratos del sagrado paraiso! no son las vanidades quien vuestro lustre y majestad deshizo: vosotras con decoro hollais la plata y despreciais el oro.

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