182 oraciones de ejemplo con ayo

Sus dos hijos, D. José y D. Fadrique, quedaban al cuidado de la chacha Victoria y del P. Jacinto, fraile dominico, que pasaba por muy docto en el lugar, y que les sirvió de ayo, enseñándoles las primeras letras y el latín.

Todo lo que usted me decía anteayer, cuando íbamos de camino por aquí, me tenía encantado, y le juro que si no estuviera en vísperas de casarme y fuera preciso seguir con ayo, le diría a mi señora madre que me le pusiera a usted en lugar de D. Paco, el cual bien se me alcanza que no me ha enseñado más que gansadas y tonterías.

Juanita había tenido en el maestro de escuela un admirador constante y útil, porque había sido para ella, a falta de aya, ayo gratuito y celosísimo.

tiútor] Tutor, ayo.

Sin embargo, doña Martina, que estaba realmente enojada, al cabo de pocos minutos llamó al ayo de los niños para que subiera a acostarlos, y ordenó al lacayo que condujese a Miguel a su casa.

A uno decía mi buen ayo: «Mañana me traen dineros»;

¿Y mi buen ayo Ab-del-Gewar?

Envióle un presente el Almirante, el qual, diz que, rescibió con mucha gravedad y estado, y que sería mozo de hasta veintiun años, y que tenia un ayo viejo y otros consejeros que le hablaban y respondian, y él hablaba muy pocas palabras.

Sirvió de poco este permiso, porque me burlaba de las amenazas de mi preceptor, o bien, con las lágrimas en los ojos, iba a quejarme a mi madre o a mi abuelo, diciéndoles que el ayo me había maltratado.

El futuro ayo de Rafael, don Desiderio Solís... Mi hermana, etc... Trini es la más espontánea: le tiende la mano con afabilidad; él, entre remiso y lisonjeado (no son sino sacos de vanidad estos aparentes bohemios), la estrecha desmañadamente.

Este Respetilla, que tendría seis ú ocho años más que el mayorazgo Mendoza, fué su confidente, escudero, lacayo, ayo y preceptor, todo en una pieza.

¿No marcó tu ayo ese momento?

Mi propio ayo ignoraba lo que la cajita contenía.

Y dime, ¿tu ayo no te aconsejó nada al hacerte entrega de tus bienes? Me aconsejó calma y paciencia; me aconsejó no dejarme arrastrar por la curiosidad, ni tratar de averiguar nada sobre mi futuro destino, hasta que la suerte

Mi ayo era gran conocedor de los pueblos diversos, de los países más distantes, de sus artes, de sus ciencias y de sus productos; y sobre todo esto, me enseñó cuanto sabía: pero había en él algo entre inspiración y locura, aunque yo no atino á veces á distinguir la locura de la inspiración, y sobre ciertos puntos me dió consejos muy opuestos á los que suelen y parece que deben darse á la gente moza.

¿Qué ha sido de tu ayo, entre tanto?

Mi ayo era ya viejo, y durante mi larga ausencia de Nimrud, he sabido que pagó el tributo que debemos pagar todos á la Naturaleza, más tarde ó más temprano.

Tu persona, tu vida, ese misterio de tu destino me interesan tanto, ¡oh Tidal!, que, á trueque de pasar por sobrado curioso y exigente, te ruego me digas si el anciano que te sirvió de ayo te descubrió alguna otra cosa.

Trujo tambien consigo el Rey á su Ayo y Camarero mayor, que llamaron Mosior de Xevres, tambien de muy autorizada persona y dotado de gran prudencia, de quien confió todo lo que al estado concernia, y las mercedes y todo lo demas que no tocase á justicia.

Llegóse el tiempo de la partida: proveyéronles de dinero, y enviaron con ellos un ayo que los gobernase, que tenia mas de hombre de bien que de discreto.

Mostráronse los hijos humildes y obedientes, lloraron las madres, recebieron la bendicion de todos, pusiéronse en camino con mulas propias y con dos criados de casa, amen del ayo, que se habia dejado crecer la barba porque diese autoridad á su cargo.

En llegando á la ciudad de Valladolid, dijeron al ayo que querian estarse en aquel lugar dos dias para verle, porque nunca le habian visto ni estado en él.

Reprendióles mucho el ayo severa y ásperamente la estada, diciéndoles que los que iban á estudiar con tanta priesa como ellos, no se habian de detener una hora á mirar niñerías, cuanto mas dos dias, y que él formaria escrúpulo si los dejaba detener un solo punto, y que se partiesen luego, y si no, que sobre eso morena.

Hasta aquí se estendia la habilidad del señor ayo ó mayordomo, como mas nos diere gusto llamarle.

Llegaron á Argales, y cuando creyó el criado que sacaba Avendaño de las bolsas del cojin alguna cosa con que beber, vió que sacó una carta cerrada, diciéndole que luego al punto volviese á la ciudad, y se la diese á su ayo, y que en dándola les esperase en la puerta del Campo.

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