548 oraciones de ejemplo con lupe

¿es guapa?» había preguntado doña Lupe a Nicolás con vivísima curiosidad.

Como Nicolás visitaba algunos días a Fortunata para enseñarle la doctrina cristiana, doña Lupe se ponía furiosa.

Entraba de noche muy tarde, y casi siempre comía fuera, lo que agradecía mucho doña Lupe, pues Nicolás con su voracidad puntual le desequilibraba el presupuesto de la casa.

Hablaba muy poco, y cuando doña Lupe le nombraba el casorio de Maxi, como cuando se le pega a uno un alfilerazo para que no se duerma, alzaba los hombros, decía palabras de desdén hacia su hermano y nada más.

De carlismo no se hablaba en la casa, porque doña Lupe no lo consentía.

Doña Lupe cogió por un brazo al cura y se lo llevó consigo temerosa de que se enzarzaran otra vez.

Los tres oyeron gritos en la calle, y doña Lupe puso atención, creyendo que era un extraordinario de periódico anunciando triunfos del ejército liberal sobre los carlistas.

Sobre esto reflexionaba doña Lupe aquella tarde, cosiendo en la sillita, junto al balcón de la calle, sin más compañía que la del gato.

Y fue al día siguiente doña Lupe, vestida con los trapitos de cristianar, porque antes había ido a la gran función del asilo de doña Guillermina, por invitación de esta, de lo que estaba muy satisfecha.

Trataba doña Lupe a su presunta sobrina con urbanidad; pero guardando las distancias.

Doña Lupe se sintió con unas ganas tan vivas de protección con respecto a Fortunata, que no podría llevarse cuenta de los consejos que le dio y reglas de conducta que se sirvió trazarle.

Fortunata estaba pasando la pena negra con aquella visita de tantismo cumplido, y un color se le iba y otro se le venía, sin saber cómo contestar a las preguntas de doña Lupe ni si sonreír o ponerse seria.

viii Doña Lupe era persona de buen gusto y apreció al instante la hermosura del basilisco sin ponerle reparos, como es uso y costumbre en juicios de mujeres.

Mucho agradecía esto el joven, y juzgando por mismo, creía que la indulgencia de doña Lupe se derivaba de un afecto, cuando en rigor provenía de esa imperiosa necesidad que sienten los humanos de ejercitar y poner en funciones toda facultad grande que poseen.

Doña Lupe hizo esfuerzos por atraer hacia su paladar, con la lengua y con los rechupidos de sus labios, lo que en el fondo del pocillo quedaba, y conseguido esto al fin, acabó así: «Con estos disparates sacrílegos estuve toda la noche en vilo, horrorizada, el estómago revuelto, y deseando que el día llegara».

Conociole doña Lupe en la cara la desazón, y le preguntó con gran interés: «¿Tienes ascos, mareos...?».

Cediendo a los ruegos de su marido y de doña Lupe,

Sentía mucho no encontrar a Lupe, pues deseaba comunicarle noticias de la mayor trascendencia.

«¿Doña Lupe...?».

viii Lo peor del caso fue que aún no había empezado la consulta cuando entró doña Lupe, quien invitó al Sr. de Feijoo a tomar chocolate.

¡Manía de imitación! ix Doña Lupe la invitó, dos días después de la tarde del choque con Jacinta, a volver a visitar a Mauricia.

Yo me encargo de esoreplicó doña Lupe, dando a entender que pensaba volver allá.

Ballester había recomendado que se le diera carne cruda; pero como él se negaba a comerla, doña Lupe discurrió el darle menudillos, corazones de aves, y suprimir para él el cocido y los feculentos.

Doña Lupe, que pasó a ver a la difunta, se afectó tanto, que no pudo permanecer allí.

Para fijar el día, tuvo que pensarlo porque no quería dar cuenta a doña Lupe de tal visita, temerosa de que metiera en ella su cucharada, y discurrió que era preciso escoger un día en que la de los pavos fuera al Monte de Piedad.

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