32 colocaciones para cereza

Si él se había puesto antes encendido, y enseguida muy pálido, al salir a las tablas Serafina, ahora Emma era la que tomaba el color de una cereza; y clavaba los gemelos en un personaje que acababa de llegar de tierra de moros, vencedor como él solo, y que se encontraba con que la Reina le había casado a la novia con un rey de Francia para no tener rival a la vista.

Prefería los de mujeres: damas de melena corta y rizada, con un lazo en una sien, como las que pintó Velázquez, caras largas del siglo siguiente, con boca de cereza, dos lunares en las mejillas y una torre de pelo blanco.

Se muele cierta cantidad de huesos de cerezas, que se dejan en infusion, así como sus almendras, en aguardiente, hasta el tiempo en que los albaricoques están en sazon.

Es fama que el 26 de abril de 1784 el virrey don Agustín de Jáuregui recibió el regalo de un canastillo de cerezas, fruta a la que era su excelencia muy aficionado, y que apenas hubo comido dos o tres cayó al suelo sin sentido.

Cayó la granizada sobre los protestantes cuando menos se percataban de ello; un queso se aplanó sobre la faz del inglés, rompiéndole el monóculo; un gajo de cerezas despedido por el hermano de Guardiana se estrelló en la nuca del ministro, embadurnándosela lastimosamente.

Al ver su encantadora figura, de formas elegantes y redondeadas, sus ojos animados, sus mejillas frescas adornadas de un par de hoyos como dos nidos de amor, sus labios de cereza, una verdadera rosa, en fin, de carne y hueso, recobró de pronto todo el aplomo y dijo con voz segura: Me alegro de que venga Carlota y escuche lo que le voy a decir... Carlota se acercó.

Traía bajo del brazo un cesto de cerezas maduras, que puso sobre la cama para que me desayunase: y entre los dedos dos redondelitos brillantes que elevó a la altura de mis ojos.

Lo que hacía en realidad era contemplar con deleite sus labios, que semejaban hechos de carne de cereza

Un día se decidió a hacer una visita a su subjefe; mientras tomaba te con confitura de cerezas, hablaba de las negras y de algo exótico que había en ellas.

Por último después de la procesión el Cabildo eclesiástico obsequiaba á sus convidados con cerezas, brevas, ciruelas y vino blanco; merienda harto frugal y que andando el tiempo en 1530 hízose ya más suculenta pues además de las frutas y vinos hubo ternera, pollos, palominos, perniles de tocino, pasteles, limones para la ternera y azucar á cuyos sabrosos comestibles añadieron el conocido manjar blanco, agraz y vino aloque.

Celsa caminaba lentamente, gemía alguna vez, y, cuando engullía en el amplio mirador, a la hora de la merienda, el sabroso dulce de cerezas de doña Rosa, se lamentaba: Acaso mañana no pueda venir a probarlo.

Ni carece tampoco, en la estación oportuna, de cerezas garrafales de Carcabuey, de peras de Priego, de melones de Montalvan, de melocotones de Alcaudete, de higos de Montilla, de naranjas de Palma del Río, y aun de aquellas únicas ciruelas, que se dan sólo en las laderas del castillo de Cabra; ciruelas, dulces como la miel, que huelen mejor que las rosas.

Un sombrero de paja, alegre como un susurro de bosque estival, cargado de flores rojas, de pámpanos, de cerezas, parecía sonreirle desde lo alto de un estante.

Tratábase de alcanzar allá arriba, en la última tabla, cierto frasco de cerezas en aguardiente que hacía diez años que aguardaba a Mauricio, y con cuya apertura quisieron obsequiarme.

¿Y así cuidas la tienda? ¡La tienda! Sólo por prurito de hacer hipérboles podía darse este nombre al mezquino aguaducho, consistente en media docena de botellas, un gran tarro de cerezas en aguardiente, caja de latón con delantera de vidrio, medio llena de bollos y azucarillos, y un par de botijos de agua de la Arganzuela.

La antología de Cossón,permítaseme puntualizarpodrá recordarse con el valor del «vademecum» literario, de fragancias híbridas, con flores y malezas y donde la juventud inquieta, libara al acaso algunas mieles, como el gorrión en las cerezas del huerto abandonado.

Su cutis tenía la frescura y el aterciopelado del albérchigo; su boca el carmín de la cereza; sus manos eran diminutas, blancas, mórbidas y venosas; sus pies minúsculos.

Bien pronto, la proa de la escampavía se hundió también, y los que sobrevivieron a este desastre se subieron al palo de mesana, el único que había quedado en pie, y era cosa curiosa ver este palo, sobre el cual las cabezas de aquellos hombres estaban agrupadas, y que se me perdone la imagen como las cerezas sobre esos ligeros bastones que tanto placen a los niños.

JARABE DE GROSELLA.Se limpian dos kilos de grosellas y un cuarto de kilo de cerezas que no estén muy maduras; poco a poco se va machacando todo muy bien y pasándolo por un tamiz o paño muy claro y húmedo; ese jugo se tiene reposando un día entero en sitio muy fresco, procurando que esté en vasija de barro.

Otras llevaban envueltos en hojas, para preservarlos del polvo, enormes tirsos de cerezas rojas, y en algunos momentos saltaban y gritaban entre ruidosas carcajadas, parodiando las voces y los gestos de la rica juventud de Sagunto, que con gran escándalo de la ciudad, se reunía en el jardín de Sónnica, para imitar ante la imagen de Dionisios las hermosas locuras de la Grecia.

Ana todas las mañanas, por la fresca recorría la huerta y sacudía las ramas cargadas de cerezas acompañada de don Víctor, Pepe el casero y Petra; llenaban grandes cestas, forradas con hojas de higuera, de aquellos corales húmedos y relucientes; y la Regenta sentía singular voluptuosidad sana y risueña al pasar la finísima mano blanca por las cerezas apiñadas sobre la verdura de las hojas anchas y bordadas.

Se agitaron las ramas del cerezo, y ágil como una ardilla descendió la pastora con las piernas descubiertas, llevando en su recogida falda de piel un montón de cerezas.

Dicho sea entre nosotros, creo que el olor de las cerezas las había embriagado a todos una miajita.

En pocos años nos tragaría como una pepita de cereza.

Iban de ganchete, y Cándida he de confesarlo no manifestaba ni descoco ni engreimiento con su nueva posición; solo cierto gracioso aturdimiento infantil, que la indujo, cuando me vio, a amenazarme con el abanico, y a sonreírme con boca y ojos, mostrando unos dientes como piñones entre la cereza partida de los labios.

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