577 oraciones de ejemplo con lágrimas de

El parpadeo de las luces da una apariencia de vida al cerco amoratado de aquellos ojos, a la boca dolorida, a las mejillas con dos lágrimas de cristal.

¡!, prosiguió el anciano; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer ...

Los preceptos de los doctores, las lágrimas de su hija, nada había

Otro representante, el más joven de todos, rió de las lágrimas de Flimnap.

En aquella época aun no había publicado Victor Hugo sus Miserables, y por consiguiente no había yo admirado la hermosa personificación de Monseñor Myriel, que tantas lágrimas de cariño ha hecho derramar después.

" El realista estaba lívido de cólera: apretaba los puños en convulsión nerviosa, y en sus ojos brillaron lágrimas de despecho.

Sintió impulsos de correr á abrazarle para salir con él; le miró en silencio, y cuando se hubo marchado observó á las tres viejas con terror, y dos lágrimas de desconsuelo y angustia corrieron por sus mejillas.

Entonces tuvo impulsos de llamarle; gritó; no fué oído; lloró lágrimas de desesperación; golpeó violentamente con sus manos la puerta y el cerrojo, y al fin, cediendo á la fatiga y al trastorno mental, cayó de nuevo en aquel letargo extraviado y doloroso de que le sacara momentos antes la llegada de su tío.

Por las pálidas mejillas del marqués rodaban algunas lágrimas de enternecimiento.

La carita, atristada y borrosa, tenía unos ojos clementes, de los cuales habían resbalado a las mejillas unas lágrimas de muy dudoso arte.

Un día se encaminó a un prado, cercano al monasterio, en el cual crecía gran número de flores de diversas especies, y estas quizás, le recordaron las que tantas veces había trazado, idealizadas, en breviarios y misales, pues nuevas lágrimas de dolor nublaron sus ojos.

Así dice el Cautivo en el Quijote (I, 41): «Embestimos en la arena, salimos a tierra, besamos el suelo, y con lágrimas de muy alegrísimo contento dimos todos gracias a Dios....

Allí rezamos un Credo, postrados todos de hinojos; eché algunos cuartos en el cepillo del santuario, volví á montar sobre el macho, y con un «buen viaje» de todos y una mirada de mi señor padre que hizo brotar las lágrimas de mis ojos, partimos mis dos amigos y yo para Salamanca, adonde llegamos sanos y salvos, después de mil divertidos episodios, que tal vez le cuente en otra ocasión, á los diez y nueve días, ocho horas y catorce minutos.

Pasada la cachetina y solo Cafetera, limpió con el gorro sus lágrimas de coraje, y con la flema de un inglés recién llegado comenzó á reconocer el terreno que pisaba.

Quien sólo le viera y no le escuchara, tomárale por fiero capataz de un rebaño de esclavos, y no por el paño de lágrimas de aquella turba de afligidos.

Y las lágrimas de Lidia continuaban una tras otra, regando como una tumba el abominable fin de su único sueño de felicidad.

Y luego, la inmensa sed de ternura, de borrar beso tras beso las lágrimas de la mujer adorada, cuya primera sonrisa tras la herida que le hemos causado, es la más bella luz que pueda inundar un corazón de hombre.

¡María Elvira!exclamé, grité, creo.¡Mi amor querido! ¡Mi alma adorada! Y ella, en silenciosas lágrimas de tormento concluído, vencida, entregada, dichosa, había hallado por fin sobre mi pecho, postura cómoda a su cabeza.

Me entregué rechinando los dientes de furor, con la cara inundada de lágrimas de angustia y sublevada de asco y de odio, mientras que usted, monstruo, parecía encantado por mis estremecimientos de espanto y de cólera...

Si has sido cómplice, será preciso que me pagues todas las torturas que he sufrido por tu causa, las oraciones de mi hermana desesperada, las lágrimas de mi madre, cuya vida has truncado... La cara de Sorege, se contrajo, una arruga de amargura apareció en sus labios y con una rabia que ya no podía contener, dijo: ¡Basta ya de amenazas! ¡Demasiada paciencia he tenido ya!

¡Qué de aplausos! ¡Qué de lágrimas de emoción!...

Luego, sus ojos se humedecieron con lágrimas de cólera.

La consternación de aquellos pueblos era excesiva, y al aproximarse las tropas, acudían en tropel a nuestro encuentro, derramando lágrimas de ira, suplicándonos que no dejáramos vivo un francés, y pidiendo los viejos aún fuertes y los rapaces de doce años que se les dejase marchar entre las filas para ayudarnos.

Quedó inmóvil, con la cabeza baja y los ojos empañados por lágrimas de cólera mientras su brutal enemigo acababa de formular la denuncia.

La barraca y la fortuna del odiado intruso alumbrarán tu cadáver mejor que los cirios comprados por la desolada Pepeta, amarillentas lágrimas de luz.

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