45 Metáforas para traje

Su traje no era de aldeano ni de caballero: chaqueta de pana, pantalón largo, botas altas y sombrero de fieltro: colgando por encima del chaleco una gran cadena de plata para el reloj.

Su traje, de corta y estrecha falda y mangas huecas y subidas, era de alepín negro: una pañoleta de blonda blanca, algo amarillenta, velaba sus admirables hombros, y larguísimos maniquetes o mitones de tul negro cubrían la mayor parte de sus alabastrinos brazos.

Ella había pensado a menudo, bien que fuera con una idea de renunciamiento, que un traje de novia para ser perfecto debía ser de algodón blanco, sembrado a largos trechos con florecitas rosadas minúsculas.

¡Es ese traje de cuatro remiendos, que han llevado todos los hombres, todas las generaciones, todos los siglos! Es el arlequín de las cuatro Estaciones.

A decir verdad, no sabía si el traje que llevaba era férrea armadura o el uniforme moderno con botones de cobre.

Traje de mañana de un gris humo suave y exquisito, hongo de finísimo castor, una flor de gardenia en el ojal, guantes de gamuza flamantitos, tal era el atavío del indiscreto que así registraba el salón de Damas.

El traje en que se representaron los papeles de hombres, era de baqueros cortos y basquiñas, aderezos de espadas, dagas, sombreros, tocados á lo africano, algunos cuellos y puños blancos llanos.

Todas esas mujeres tenían el tipo indio marcado en la fisonomía; su traje era una camisa, dejando libres el tostado seno y los brazos, y una saya de un paño burdo y oscuro.

El traje era de color de hoja seca: para cubrir el escote se le había puesto un peto de granadina muy tupida.

Llevaba el pelo largo, recogido con una cinta sobre la nuca y trenzado en coleta, y su traje componíase de chupa y calzones de paño negro, raído, manchado y polvoriento; camisa con girindola, medias de color indefinible y zapatos con hebillas holgados como pantuflas.

El traje, aunque revelando bastante uso, es de corte y telas elegantes.

No era cosa mayor su traje, pero envuelto en su caparegalo del capitán Insúapodía disimular la fementida levita y engañar al espectador en cuanto a la integridad de los pantalones.

Su persona tenía las trazas de una negligencia habitual y su traje estaba mal cuidado.

Su traje estaba en desorden; la corbata flotaba fuera del chaleco, enganchada y rota por uno de los cuernos.

Todos estos trajes fueron de mi difunta.

Además, la señora Lippevechzel habíase vestido de ceremonia, y aunque su traje era de duelo, se comprendía que su dueña sentía vivo placer en exhibir sus galas.

Y por mi gusto cada día estrenarías trajes mejores y más lujosos.

Y, refiriéndose á una mirada despavorida del estudiante, agregó: No importa que tu traje no sea de etiqueta.

Su traje era un poco extravagante, o por lo menos impropio de una señora de su edad, pues frisaría ya en los sesenta.

He ahí el por qué los trajes recién salidos de las sastrerías son fríos, por bien confeccionados que estén; y por qué las novelas autobiográficas, por sencillo que sea su argumento, apasionan más y obtienen mayor número de lectores, que las imaginadas, fruto exclusivo del arte y de la inventiva de su autor.

Su traje tenía que ser por fuerza muy sencillo; casi siempre un vestido negro sin adornos; algunas veces lo cambiaba por otro tornasolado que modelaba finamente su soberbio busto de diosa, realzando cada uno de sus movimientos a un metálico rielar.

El traje no era de gala, y distaba mucho de lo profano, pues del zapato hasta la rodilla no había más adorno que una pierna viva, que si bien tostada por el aire, daba lástima, por sus formas y su vigor, que adoleciese el amo de aquel achaque de la cojera.

Mi traje de céfiro gris, sembrado de anclitas rojas, era de buen gusto en una excursión matinal como aquella; mi sombrero negro de paja me sentaba bien, según comprobé en el vidrio delantero de la berlina; el calor aún no molestaba mucho; mi acompañante me agradaba, y la calaverada, que antes me ponía miedo, iba pareciéndome lo más inofensivo del mundo, pues no se veía por allí ni rastro de persona regular que pudiese conocerme.

La hoja de parra es un traje comprimido, y correlativamente, el traje es una hoja de parra dilatada.

Ni los quitasoles, ni los sombreros de paja, ni los trajes de dril podrían librarnos de la ardiente saña de aquel sol que desde lo alto del cielo amenazaba secar los árboles, el cauce del río y hasta la vida de nuestros cerebros.

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