24 oraciones de ejemplo con a chorro

Cuál no sería el gozo del ínclito guerrero, que abrazó repentinamente al cuitado, y si antes, de piedad, le brotaron las lágrimas, hoy, de alegría, le corrían, a chorros.

Para el pelo fue preciso emplear aceite, pomada, agua a chorros, un batidor de gruesas púas que desbrozase la virgen selva.

La sangre corre a chorros, y el animal enfurecido, aplastando el matorral, va al río, al río de agua que cura.

Puertas y ventanas estaban abiertas, dejando entrar a chorros, junto con el sol, un aire cargado de efluvios de vegetación caliente.

Por fin el triste bulto cayó en el polvo, y allí quedó, flácido e inerte, soltando líquido, como un pellejo agujereado que expele el vino a chorros.

Torcíalo en seguida con todas sus fuerzas y caía el sudor a chorros, lo mismo que si lo hubiera empapado en el arroyo.

Habían ya llegado al cortijo casi todas las bandas de trabajadores y en la puerta de la gañanía sacudíanse mantas y refajos, derramando a chorros el agua sucia, cuando Rafael se fijó en un pequeño grupo rezagado que se aproximaba lentamente bajo la cortina oblicua de la lluvia.

Pues, hija, come con ella, que también cómo yo y soy tan buena como ... ¡Qué te creías, bobalicona! ¿Pensabas que porque te ponían el sombrerito y la camisa de batista eras una señorita... Las señoritas no vienen metidas en un cesto entre trapos sucios... Y por ahí continuó soltando a chorros sarcasmos e insultos, hasta que al fin la pobre Josefina rompió a llorar.

En fin, que estuve soltando versos a chorro más de una hora.

¡Ay hijo, entonces comencé a soltar lágrimas a chorro! ¡Me dio una perrera, que pensé liquidarme! Pero, como era una chiquilla, pasó al instante de la tristeza a la alegría.

Obdulia sintió que una alegría intensa, infinita, le entraba a chorros dentro del alma.

El vino lo echaban a un porrón de hoja de lata, y de allí bebieron todos a chorro.

Los mozos que habían trabajado, sudando a chorros, estaban bebiendo vino.

En la subida se me destrozó el calzado y me corté los pies; el calor me hacía sudar a chorros.

Me santigüé lleno de admiración; y no me faltaban motivos, porque el viento era tan fuerte como esta noche, la lluvia entraba a chorros en la galería, y, sin embargo, allí se estaba el hombre dormido profundamente, sin abrigo, sin un leño siquiera por almohada, tumbado delante de la puerta de su amo.

Empapados en sudor, que nos corría a chorros por la frente,

Allá, bajo la cúpula, cae la luz a chorros anchos y dorados.

El alcalde sudaba a chorro y se limpiaba las mejillas con un pañuelo enorme.

La sangre brotó a chorros y el cuerpo quedó exánime.

Se moría a chorros.

Cuando el pescador se fué, Delgadina metió las manos en el agua y sacándolas las sacudió repetidas veces, y de cada sacudida caían a chorro de entre sus dedos las onzas de oro.

Para el salvaje no basta la muerte; su siniestra alma necesita palpar la muerte del adversario, sentir su palpitación agónica, poseer, en una palabra, toda la agonía del enemigo, sus gestos despavoridos, su terror postrero, la sangre que brota a chorros.

Lo mismo que los raudos cohetes traspasan el capuz de la noche y se vuelcan a chorros de luces brillantes y varias; de la mar bonancible, sumisa, de vulgares cabezas humanas, brotan siempre la curva silbante que vuelca sus luces o rojas o blancas.

El Fraile motilón era derrotado de continuo, ya de banquero, ya de punto, y, a la sombra de Mármol, el resto de los jugadores se ensañaba en él, extrayéndole el dinero a chorros.

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