23 oraciones de ejemplo con añoran

Mis padres, dos hermanos y Angustias habían desaparecido de la vida, y don Pepe Dávalos, depuesto de su cargo municipal, vagaba enfermo y viejo por los claustros, añorando las partidas de ajedrez con «su Merced el Señor don Alonso.

A la siguiente noche, día 26, Martí dejó oír su palabra sedosa y centelleante en aquel Liceo histórico, que yo añoro ahora entristecido, y me veo niño, llena el alma de ilusiones, escuchando exaltado al pie de la tribuna, los tiernísimos acentos de su voz incomparable.

Después dejó errar su mirada por las lejanías de El Pardo, añorando sin duda los bosques vírgenes del Arauco.

mi frecuente y animada correspondencia con Neluco, el cual no era menos expresivo, discreto e intencionado con la pluma que con la palabra; y digo lo de intencionado, porque nunca le faltaba un pretexto en las cartas para dedicar el mejor párrafo de ellas a Lita, de manera que me enterara yo de lo que me «añoraba» la hija de Mari Pepa, sin que pareciese noticia de ello lo que me decía.

Era posible que añorando la vida de soltera no viese sin temores que se acercaba el instante de adoptar un partido tan serio.

Tu suerte es añorar siempre y no desear nunca.

Una persona parecía añorar todavía en el castillo de Nièvres la calle de los Carmelitas: el señor D'Orsel.

¿Y seré más feliz?le repliqué.¿Estaré más seguro de no añorar nada?

El saludo amplio y largo, en el que el sombrero parecía añorar el penacho caballeresco, señalaba el encuentro de la gente conocida, que era toda.

No lejos de la novia que mira triste en la estela que se pierde la endecha de su amor, van el ladrón y el asesino, que esquivan á la vez que añoran sus presidios torvamente, y el Sileno que grita sobre un tonel.

Se reirían si supiesen el motivo, como nosotros mismos nos reímos de nuestra perpleja envidia viéndoles partir; porque, en verdad, la cordial repugnancia á un placer que se funda en la crueldad, no evita que algo quizá implacablemente salvaje de nuestro ser añore las alegrías de las tardes en la sierra, de las locas matanzas de perdices.

Tuvo un anhelo infantil aquella alma liberta; quiso volver á los abiertos caminos donde sufrió cantando y amó idealmente; añoró su primera musa, la casta ilusión de ojos azules y cándida sonrisa... Vestida con ropajes pulcros y nuevos, fuése á buscarla, peregrinante por los invisibles surcos que los grandes amores han dejado en la inmensidad.

Yo no estrago mi vida, yo evito enlodarme, pero... pero amo, amo de un modo sagrado, y ¡es delicioso amar así! Sus ojos de esmeralda clara se perdieron á lo lejos, en un vago añorar de cosas tal vez amargas, tal vez divinas.

Aquellos árboles domésticos, urbanos, en correcta formación, que recibían riego a horas fijas, cuando no llovía, por una reguera y que extendían sus raíces bajo el enlosado de la plaza; aquellos árboles presos que esperaban ver salir y ponerse el sol sobre los tejados de las casas; aquellos árboles enjaulados, que tal vez añoraban la remota selva, atraíanle con un misterioso tiro.

Era mi deseo, mi sueño de la humareda, mi sueño de vida, lo que añoraba.

Hacía tiempo ya que, con nostalgia profunda, añoraba el amor que no sentía.

Su piel, arrugada ahora por la edad y añorando infructuosamente el vino, conserva aún la fragancia del líquido rubí, sea el generoso Valdepeñas o el rico vino de Toro, y refresca nuestro olfato si por casualidad nos acercamos a su boca, teñida de rojo.

¡Lástima grande que hayamos nacido demasiado temprano! Los que somos ya viejos y añoramos los dorados días de la niñez y adolescencia, ¿cuánto daríamos hoy por poseer fotografías de nuestra edad pueril y, sobre todo, las de nuestros queridos progenitores en plena florescencia de energía y juventud?

Sin embargo, el indigente español da todo lo que puede y deja al torero añorar el resto.

Añoraba las grandezas de nuestro siglo de oro; veneraba á Cisneros y á Cervantes y rendía culto fervoroso á la música y al arte cristianos.

Añoró, en rápidos segundos de debilidad, su vida de antes.

Pues allí... El vinificador de ley, añoraba, con emoción sin duda, el hermoso país de las vides.

ANTÍGONA Añoro ¡ay! hasta los males que compartía con él; lo que había en ellos de más penoso era un placer para cuando le sostenía en mis brazos.

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