3984 oraciones de ejemplo con la reina

fué el mismo año y el mismo día que vino la reina... ¡Qué cosas tiene el mundo!... ¡Ayudé a coserle el vestido de novia, y ahora tócame hilvanarle la mortaja! DOÑA MONCHA Dos veces le has cosido la mortaja... Todo lo que coses son mortajas....

En todos los casales los conocen, y ellos conocen todas las puertas de caridad: Son siempre los mismos: El Manco de Gondar; el Tullido de Céltigos; Paula la Reina, que da de mamar a un niño; Andreíña la Sorda; Dominga de Gómez; el Manco Leonés; el Señor Cidrán el Morcego, y la Mujer del Morcego.

En la cocina resuenan los lloros del niño que mama en el pecho de Paula la Reina.

PAULA LA REINA Eh, meniño, eh!.

¿No ves cómo llora? PAULA LA REINA ¡Hijo de mis entrañas? El CABALLERO ¿Qué derecho tienes para darle tu miseria?

PAULA LA REINA ¡Es una compasión de Dios! DOMINGA DE GÓMEZ Inda no se sabe si han perecido los cinco.

PAULA LA REINA ¡Pobres almas, qué triste suerte les espera! DOMINGA DE GÓMEZ La misma que a todos nosotros.

PAULA LA REINA ¡Ay, muerte negra! EL POBRE DE SAN LÁZARO ¡Mejor está que nos! DOMINGA DE GÓMEZ El mundo solamente es para los ricos.

Sólo la Reina de los cielos, suavemente iluminada por una lámpara de oro, parecía sonreir tranquila, bondadosa, y serena en medio de tanto horror.

Al día siguiente, la reina, colocada en un estrado lujosísimo, veía desfilar las huestes que marchaban á la guerra de moros, teniendo á su lado las damas más principales de Toledo.

y sus nimbos de oro, como los de las tablas de los altares; allí, en fin, coronada de estrellas, vestida de luz, rodeada de todas las jerarquías celestes, y hermosa sobre toda ponderación, Nuestra Señora de Monserrat, la Madre de Dios, la Reina de los arcángeles, el amparo de los pecadores y el consuelo de los afligidos.

¿Quién puede hacerle mejor que la Reina de Valencia? 130 Zulima te proporciona la sorpresa que te embarga dulcemente: ella me encarga que cuide de tu persona: y desde hoy ningún afán 135 permitiré que te aflija.

Para la Reina será.

Conocerás aquí luego a la Reina tu señora.

Respuesta es bien se le en trance tan decisivo: habla por el cautivo, 305 yo por la Reina hablaré.

El Rey llegó a saber lo que pasaba; la Reina pudo escapar, protegida por un bandido, cabeza 610 de la cuadrilla temible que hoy anda por aquí cerca; y Marsilla....

Los ministros, los altos personajes de la política desfilaban por delante de la reina y pronunciaba cada cual su discurso.

La reina de Escocia se estremeció; pero tuvo aún ánimos para contestar: Deseo ver al señor duque.

Ahora la reina Margarita la ponía sin miramientos de patitas en la calle.

Roma la sangrienta ha dejado recuerdo cargado con todas las maldades imaginables: arrasó ciudades á millares, destrozó hombres á millones, se hartó de todas las riquezas terrestres, fué la reina del antiguo mundo por infamias innumerables; por perfidias y por violencias, y á pesar de todos sus crímenes todavía se ha calumniado á misma, tomando á una loba por abogada y madre.

Cuchicheaba la vida un secreto rumor de promesas en el misterio delicioso de aquella noche de amor, y acompasada con el ritmo solemne de la Naturaleza, la voz de Salvador, apasionada y feliz, secreteaba al oído de Carmen: Ahora siempre vas a estar fuerte y gozosa; ahora vas a ser otra vez la reina de Luzmela... y, además, la reina de mi vida.

Cuchicheaba la vida un secreto rumor de promesas en el misterio delicioso de aquella noche de amor, y acompasada con el ritmo solemne de la Naturaleza, la voz de Salvador, apasionada y feliz, secreteaba al oído de Carmen: Ahora siempre vas a estar fuerte y gozosa; ahora vas a ser otra vez la reina de Luzmela... y, además, la reina de mi vida.

La reina, Sabihonda, usaba medias azules y era políglota: cuando algo le caía muy en gracia, hablaba en chino, y cuando se enfadaba, gritaba en catalán.

Y siempre que se hablaba del sombrero de copa de su difunto esposo, exclamaba la Reina Sabihonda, en portugués: «En todas las cosas, por despreciables que parezcan, hay algo de valor, para el que sabe encontrarlo.

Cuando se halló, por fin, en la soledad del Scriptorium, tomó los pinceles con mano trémula y, sobre el estirado trozo de vitela, quiso reproducir una vez más las iluminaciones del misal del monasterio y del Libro de horas de la Reina de Francia; mas nada pudo lograr.

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