31 colocaciones para acacia

La luz amarillenta del gas brillaba de trecho en trecho, cerca de las ramas polvorientas de las raquíticas acacias que adornaban el boulevard, nombre popular de la calle por donde entraban en el pueblo.

El sol iluminaba el césped de los jardinillos, abrillantado por la humedad y oscurecido a trechos por las sombras de las acacias, cuyo aroma embalsamaba el aire.

No se reunía con ellos; él sabía un rincón perfumado por las flores de las acacias y de los espinos que caía sobre un sitio en donde el río estaba en sombra y a donde afluían los peces.

Por todas partes se huele el perfume penetrante de la acacia, tan agradable al olfato de los porteros.

Me gustan más, lo confieso, los aromas penetrantes de un bosque de naranjos y limoneros, de acacias y magnolias, pero también aspiro con delicia el perfume suave y delicado de las flores que crecen en los tiestos.

Entonces dijo una voz tentadora á su oido: Mira, allí hay un sombroso bosquecillo de acacias; en él las aves difunden su grata armonía, y los arroyos murmuran dulcemente; los rayos del sol abrasan, queda aun mucho dia, descansa y luego á la tarde continuarás tu camino.

El gemido del agua se pierde en una vaguedad por la senda de las acacias; y las ruinas adquieren, bajo la luna, esplendor de remotas aristocracias.

Las hojas de un verde mustio, casi negras, de la acacia, el viento de Septiembre besa, y se lleva algunas amarillas, secas, jugando, entre el polvo blanco de la sierra.

La luz del sol, que se filtraba con trabajo por el follaje de las acacias y los plátanos, formaba arabescos en el pavimento.

* * * * * Entretanto, el coche, rodando despacito, me conduce á los Viveros, y echo pie á tierra, y me pierdo entre las frondas en flor, envuelto en el aroma penetrante, embriagante, de las acacias.

Y torciendo á la izquierda, guió por una escalera angosta que sombreaba un grupo de acacias y castaños de Indias, llevándoles á una especie de antesala descubierta, que formaba parte de los consabidos corredores aéreos.

Era todavía más juvenil que de veintitrés la cara oval y algo consumida, entre el marco del pelo sedoso, desordenado con encanto y salpicado en aquel punto de hojitas de acacia.

Gracián dijo solemnemente que más, mucho más había padecido Cristo por nosotros, y luego reinó un silencio tristísimo, durante el cual no se oía más que el rumor de las hojuelas de acacia, batiendo el aire y desconcertando las bandadas de moscas.

Sempere, Martí C. C. (Valencia).La malicia de las acacias, novelas, 4 pesetas.

Ni percibía el olor de las acacias.

De tarde en tarde se detenía en una estación solitaria; se oía un nombre, pronunciado de una manera lánguida; se veía a la luz de unos faroles un paseo con unas acacias, que lloraban lágrimas sobre el asfalto del andén, y seguía la marcha.

¡Ah! ¿de aquella tarde en que un anciano de barba blanca, que venia montado en un asno, y acompañado de sus dos hijos, hombre y muger, se detuvo al pié de la acacia junto á la fuente?

El año anterior fueron distribuídas 10.000 plantas de acacia y otras forestales.

Un Ayuntamiento de estos últimos años ha nivelado el suelo y lo ha limpiado, convirtiendo aquel sitio de espectros sublimes y de recuerdos grandiosos en una plazuela con raquíticas acacias, donde se reunen las niñeras y juegan los muchachos.

Al terminarla extendió la mano; cogió una ramita florida de la acacia que sombreaba el merendero y se la sujetó en el pecho con el imperdible.

El compás y la escuadra y la rramita de acacia en medio... ¡Torrrpe de ! ¡Si esto huele a logia que trasciende!...

Ante la verja que domina la terraza de las acacias, pasaban disparados, alzando polvo, cestos ligeros, faetones, borriquillos con sonajas, jinetes.

Repentinamente, en una vuelta aparecen algunos hombres sentados en un tronco vaciado y seguidos de un gran haz de troncos, medio sumergidos en el agua: es la armadía de acacia que resbala silenciosa por la superficie del arroyo.

bajo el toldo claro de las acacias en flor, Minia Dumbría no acababa de resolverse á abrir el correo, y seguía enfrascada en un librote, cuya portada rezaba:Argos Divina.

Era en la terraza, bajo la bóveda de ramaje de las enormes acacias, de las cuales, no con violencia de remolino, sino con una calma fantástica, nevaban sin cesar miles de hojitas diminutas, amarillo cromo.

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