329 oraciones de ejemplo con leto

Y subió Leto también.

Y es claro, en cuanto quedaron sueltos los broches, el álbum se abrió solito por las páginas entre las cuales estaba el contrabando que pensaba Leto escamotear al ir pasando las hojas con la mano libre.

Leto, después de una breve pausa, prosiguió: Yo no soy hombre de perfiles galantes; pero a mi manera, distinguir de colores; y por saberlo, tan pronto como tiré el clavel conocí que no debía de haberle tirado de aquel modo... ni de otro, por si usted lo había notado... y aunque no lo notara: siempre era una cosa muy mal hecha...

Por lo que pudiera hallar usted de... inocentada en el caso, es un suponerrespondió Leto con entera sinceridad; y enseguida añadió: de todas maneras, ahí está el clavel.

Dibuje usted solo algo nuevo de aquí, pero en mi block... digo, si no abuso... No hubo modo de reducirla a que dibujara, aunque se unieron a las excitaciones de Leto, las de su padre que había llegado ya con su amigo, cansados de husmear tórtolas en balde.

Media hora después hallábase Nieves en el saloncillo del nordeste, contemplando y admirando los dibujos hechos por Leto en el pinar, y confundiendo en sus mientes con esta admiración al talento de su amigo, el análisis minucioso del otro caso, del extraño caso del clavel, que ella había descubierto por una casualidad.

Esto es lo primero que se echa de ver en Leto Pérez... si él no sabe que se le mira; porque si lo sabe, ya es otro.

Allí es Leto, en cuerpo y alma, en pleno señorío de mismo y tal como Dios quiso que fuera.

¡Leto filosofando! ¡Leto metafísico! ¡Leto sentimental! ¿Quiere usted novedad más extraña ni milagro más patente, para un lugarón como Villavieja?

Nada tenía esto de particular; pero lo tuvo el que al pasar Leto codo con codo con la Escribana mayor, dijo ésta en voz airada volviendo la cara hacia él, que había saludado muy cortésmente: ¡Escandaloso! El pobre chico se quedó viendo visiones.

» Por este arte despotricaba en sus adentros Leto Pérez bajando una mañana hacia el muelle, sin corbata ni chaleco, con una ancha boina en la cabeza y, por todo ropaje exterior, una americanilla y unos pantalones de lienzo.

¿Me cree usted capaz de arrepentirmele preguntó ella mirándole fijamente y con expresión de asombro, después de desearlo tanto? Como nunca se ha visto usted en ello... replicó Leto, pesaroso de haber apuntado la sospecha.

Volvióse Nieves como Leto quería, y exclamó al punto: ¡Ay, qué bien se ve!

¿Hay miedo, Leto?

Lo que usted quieredijo Nieves pasando su mirada firme de los delfines y de las gaviotas a Leto, es distraerme a del punto que estábamos tratando; pero no le vale... ¡Las tres tablas, Leto! Leto empezó a creer que no había modo de resistirla ni de engañarla... Pues las tres tablasdijo; pero ¡muchísimo cuidado, Nieves! Y se dispuso a complacerla, comenzando por olvidarla para no ser más que barco inteligente.

Lo que usted quieredijo Nieves pasando su mirada firme de los delfines y de las gaviotas a Leto, es distraerme a del punto que estábamos tratando; pero no le vale... ¡Las tres tablas, Leto! Leto empezó a creer que no había modo de resistirla ni de engañarla... Pues las tres tablasdijo; pero ¡muchísimo cuidado, Nieves! Y se dispuso a complacerla, comenzando por olvidarla para no ser más que barco inteligente.

Nieves, que había estado con la mirada fija en Leto, sin perder una palabra, ni un movimiento, ni un ademán del complaciente muchacho en su afanoso ir y venir, cuando le tuvo delante, a pie firme y en silencio pidiéndola una respuesta, se la dio en una sonrisa muy triste, pero muy dulce.

¡A usted, Leto? A , ; porque, en buena justicia, debió de haberme tragado la mar en cuanto la puse a usted en brazos de Cornias.

Todavía concebía él, a duras penas, que por obra de una enfermedad de las que Dios envía, poco a poco y sin dolores ni sufrimientos, esa vida hubiera llegado a extinguirse en el reposo del lecho, en el abrigo del hogar y entre los consuelos de cuantos la amaban; pero de aquel otro modo, inesperado, súbito, en los abismos del mar, entre horrores y espantos... ¡y por culpa de él, de una imprudencia, de una salvajada de Leto!...

¡No he de recordarlo, Leto?

¡Eso no!contestó Leto sin pararse en barras, acordándose del lance del Miradorio.

Don Claudio le escuchó sobrecogido; y no pudo menos de alabar, con su corazón de soldado viejo, el generoso rasgo de Leto.

No le sacó Nieves de la duda con palabras, por de pronto, ni con un gesto, porque, si le hizo, Leto no pudo pescarle en medio de la obscuridad que los envolvía; pero tras un breve rato de silencio, oyó que le decía la hija de don Alejandro Bermúdez, siempre muy bajito: Tenemos fama de exageradores los andaluces; pero ¡cuidado que usted!...

¿Por qué extraña combinación de sensaciones y de ideas, llegó Leto a imaginarse entonces que, contemplados los enojos de Bermúdez contra él a través de la parrafada de Nieves, adquirirían proporciones colosales?

Leto no se había enterado bien de ello, porque se había pasado la mayor parte del tiempo en el balcón, «demasiado tiempo» en opinión, muy recalcada, de Fuertes; porque en la tirantez de espíritu en que se hallaba el buen señor, hasta los dedos se le antojaban «huéspedes.

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