107 oraciones de ejemplo con macabra

, Y cual un amuleto Me conmovió por su expresión macabra: Sobre cualquier escombro Puesta de pié, famélica osamenta Cubierta por sayal que apenas se abra.

Los recuerdos lejanos bullían en el cerebro, como preparándose a bailar la danza macabra del delirio de la agonía.

Repetidas veces aguantaban esta recomposición macabra, hasta que al fin llegaba la última cornada, la definitiva... Los hombres recién curados evocaban en ella la imagen de las pobres bestias.

Mientras, un fuego maldito ardía en las entrañas del marinero; el hambre de pan y la sed atroz, rabiosa, exasperada por algunos sorbos de agua salada que en su ansiedad había bebido, transformábanse en un hambre de amor furiosa, vesánica, en una lujuria ardiente, monstruosa, una lujuria macabra de bestia agonizante en un largo suplicio de ardores.

Las musas me abandonaban visiblemente, a mi despecho; y los ojos de la hermosa ingrata que me inspirara, bailábanme en el magín una danza macabra, junto a los ojos saltados del agonizante.

La idea era macabra.

Pero la tragedia sigue en mi soledad del corazón con el vacío de la que refugió en su camarote no si el espanto de la macabra escena ó el de la traición torpe de mis besos.

Y como no puede ser más repugnante la macabra caridad de arrancarle un hombre á la muerte sin otro fin que entregársele al verdugo..., Rocío y yo, leyendo al menos con interés esta incidente monstruosidad social del célebre proceso, sentimos una tristeza que nos hace temblar y nos ahoga.

Wanscka volvió al dormitorio á comprobar que el muerto estaba muerto; tornó para instruirme en la macabra comedia que yo debería representar, y se marchó por el sigilo de la casa.

Estaba mudo y desemblantado; parecía un difunto puesto de pie en macabra ficción.

El frac de los mozos negros me inspira repugnancia por el frac: allí están, bullendo en el gran comedor de Palmer-House, agitando sus cuatro aspas de ébano en una desordenada coreografía de minstrels, tropezando en las sillas, rompiendo vajilla, cumpliendo á pedir de boca yankee su fantástico servicio, que remeda no qué bámbula «macabra» de chimpancés mal domesticados.

¡Morir! ¡Morir también, como Espina, como la modernista radiante, la de inimitable existencia! ¡No ser, desaparecer, reunirse con la Porcel en la macabra alcoba de la tierra húmeda, ó entre el informe y caótico silencio de los cerrados nichos!

Una de las principales bondades es la de borrar la negra aureola de hermosura un tanto macabra, que las disculpas de la bohemia han querido hacer aparecer alrededor de la frente del gran yanqui.

Oid la voz macabra del raro visionario.

Sus pies desnudos y juntos daban una macabra sensación de quietud.

Desde Orcagna, desde la danza Macabra, nadie ha podido como él traer por el poder del Arte ante nuestros ojos, personalizada y vestida de símbolos, a la siniestra Flaca, a la Dama de la Hoz.

Pálidas, dispersas y móviles siluetas, recuerdos desperdigados de la memoria del muchacho, que aún bailan en sueños una diabólica danza Macabra por el ya frio, desierto y nebuloso campo de la imaginacion del viejo poeta.

Y ¡quien sabe si Guillermo II no ha puesto en su obra una delicada ironía y una saludable advertencia! ¿No hay en los desfallecimientos del mundo moderno, mucho de sardanapalesco? ¿No es el Imperio Germánico, el gran mantenedor de energías, el gran director de baile, cuya imperiosa voz de mando hace danzar á todos? Pero, ¿quien tendrá razón al final de las humanas danzas que han de terminar todas en una general danza macabra?

y no surge de los asistentes el mozo ocurrente, o la joven lista, se prestados francos la nochea la macabra apariencia.

Nadie dió crédito á esta invención macabra.

Con una extraña coquetería de buen mozo ensayó una sonrisa que resultó una mueca macabra; y comenzó á peinarse cuidadosamente.

PRIMITIVO.—Amos, Angustias, no te pongas macabra.

LA ANGUSTIAS.—¡Oye, eso de macabra se lo dices a tu suegra! PRIMITIVO.—¡No es ningún insulto, señor! LA ANGUSTIAS.—Por si acaso.

«el príncipe de los poetas españoles, a cuyo paso debía tenderse por tierra un tapiz de rosas» al decir de algunos diarios de escasa circulación, el autor de Danza macabra y Muecas espectrales, bajaba poco a poco y como embebecido en cavilaciones por la calle de Cervantes, cara al Botánico.

La imaginación nos permite alinear sus torvas siluetas sobre un lejano horizonte donde la lobreguez crepuscular vuelca sus tonos violentos de oro y de púrpura, de incendio y de hemorragia: desfile de macabra legión que marcha atropelladamente hacia la ignominia.

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