23 oraciones de ejemplo con ras del suelo

Al extenderse esta visión única casi á ras del suelo, fué tal la sorpresa experimentada por él, que volvió por segunda vez á juntar sus párpados.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo.

Como la luz se extendía á esta hora horizontalmente, casi al ras del suelo, las sombras de las personas y los árboles se prolongaban con un estiramiento irreal.

A continuación venía el respaldo del hueco de la escalera por la que los arzobispos descienden desde su palacio a la iglesia, un muro de junquillos góticos y grandes escudos, y casi a ras del suelo, la famosa «piedra de luz», delgada lámina de mármol transparente como un vidrio, que alumbra la escalera y es la principal admiración de los rústicos que visitan el claustro.

La piedra del zócalo, agujereada y combada hacia dentro por el roce de personas y carruajes, estaba partida por varios tragaluces con rejas a ras del suelo.

El cuarto que habitaba Almudena era el último del piso bajo, al ras del suelo, y no había que franquear un solo escalón para penetrar en él.

Lo introdujo en una pieza abovedada sin otro respiradero que un ventanuco á ras del suelo.

Dos pies y una mano asomaban á ras del suelo.

Los tiradores del cajón son de cristal límpido; un gran tablero de madera se extiende a ras del suelo, entre las bases de las columnas y los pies de la mesa.

El Señor del Gran Poder, tras algunos vaivenes, se hacía más alto, y comenzaban a moverse como tentáculos, a ras del suelo, los pies de los invisibles portadores.

Los encapuchados desfilaban como puntiagudos insectos negros en la rojiza claridad de los hachones a ras del suelo, mientras la noche seguía amasada en lo alto.

Los sarmientos esparcían sus pámpanos rojizos y verdes a ras del suelo, y las uvas descansaban en la caliza, que las comunicaba hasta el último instante su generoso calor.

En el fondo, un blanco edificio de piedra, con ventanas de sótano al ras del suelo.

Marcábase en la ancha calle de Bravo Murillo la interminable hilera de postes eléctricos: una fila de cruces blancas flanqueadas de arbolillos, y en el fondo, sumido en una hondonada, Madrid envuelto en la bruma del despertar, con los tejados a ras del suelo y sobre ellos la roja torre de Santa Cruz con su blanca corona.

En esta meseta sólo hay tumbas á ras del suelo, losas sepulcrales guardadas por un rectángulo de cadenas ó simplemente con orlas de flores.

Dos hombres asoman su busto á ras del suelo y vuelven á hundirse después de vaciar sus palas: abren una tumba para alguien que va á llegar.

Alzad la vista un poco, y mirad las turbas de mosquitos provenientes de los álamos, que se arremolinan sobre vuestras cabezas; las moscas de mil clases que zumban a ras del suelo, sobre el estiércol del aristocrático caballo que ayer tarde arrastraba el coche de una dama, y las variadas zabandijas que nadan en los charcos de la calzada, como los tiburones en el mar.

Rasgábase en densos jirones el vapor gris que entoldaba el espacio, y el sol hacía su aparición triunfal como deslumbrante custodia, casi á ras del suelo, convirtiendo en oro líquido los charcos de lluvia y reflejándose en las fachadas de las casas con rojizo fulgor de incendio.

Después de la tala, quedaba el bosque aquí y allá lleno de las manchas blancas del tronco segado casi al ras del suelo.

Unas veces la parte superior de la vidriera que forma semicírculo se abre hácia arriba, como un labio, y establece corrientes con ventiladores que se hallan al ras del suelo, sin que se sienta el menor aire en las camas de las enfermas.

Al sitio en que estaban las mujeres llegaban bocanadas de horno, hálitos de fragua, un fragor atenuado, como de lejanísimas descargas graneadas de fusilería, y un olor acre de paja quemada, dilución de las densas masas de humo que corrían al ras del suelo.

Y junto a la cebadilla que se prodiga con la intensidad de un cultivo, se extiende al ras del suelo una roseta peculiar, firme y espinosa, que resulta excelente gramínea y contribuye a afirmar los campos levantizos.

Simplicidad, limpidez, bondad inefable de corazón, y este fulgor sobrenatural que, tan naturalmente, baña el cuadro por momentos y envuelve en una aureola la figura central, el viejo Elíseo[720], o flota en el ambiente de la tienda del zapatero Martín, aquél que, por su ventanillo a ras del suelo, ve pasar los pies de las gentes, y a quien el Señor visita en la figura de los pobres a quienes ha socorrido.

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