Raimundo no podía contemplar mucho tiempo el rostro de Clementina sin sentir las lágrimas correr por sus mejillas.

Sin sentir dolor alguno, veía cómo se apagaba la existencia del autor de sus días.

Por mayor suerte juzgo la de nuestros compañeros que murieron sin sentir el agravio, que la nuestra que habemos de perecer con tan vivo sentimiento

Parecía haber recobrado su enérgica voluntad, y pudo mirar largo rato á su acompañante, sin sentir miedo.

No se piensa sin pensar algo; no se quiere sin querer algo; no se siente sin sentir algo; no se reflexiona sobre los actos internos, sin que la reflexion se fije en algo.

La influencia sin duda de aquel hermoso país, el vivo sol, el viaje, el ejercicio, equilibraron al punto las fuerzas de mi cuerpo, y respiraba con desahogo, andaba con soltura, sin sentir malestar alguno en mis heridas.

Yo no podía oírle sin sentir dentera y malestar de estómago.

32 Y mientras domaban unos, otros al campo salían y la hacienda recogían, las manadas repuntaban, y ansí sin sentir pasaban entretenidos el día.

Él, hombre sobrio, incapaz de beber alcohol sin sentir náuseas y dolores de cabeza, no podía ocultar un asombro muy cercano á la admiración ante estos brutos, que, según sus suposiciones, debían tener el estómago forrado de hoja de lata.

CAL.o mezquino de mi! que asaz bien me fuera del cielo otorgado, que de mis brazos fueras fecho e texido: y no de seda como eres: porque ellos gozaran cada dia de rodear e cenir con deuida reuerencia aquellos miembros que tu, sin sentir ni gozar de la gloria, siempre tienes abrazados.

¡Soñar! ¡Vivir...! Soñar bajo las cañas y vivir a su sombra eternamente, sin sentir esas penas tan extrañas que ensombrecen el alma lentamente.

Su padre, sin duda, revivía en él, y por esto no podía aspirar el vaho de una cocina sin estremecimientos voluptuosos, ni ver a una muchachota de tez morena, brazo musculoso y robustas posaderas sin sentir que la sangre afluía rápida a su corazón, como si se viera ante el ideal realizado.

y levantando la cabeza, sin sentir la menor molestia por los rayos del sol que se quebraban en sus ojazos hermosos y muertos.

A un lado tenía a Teresa, tranquila y sin sentir la menor sospecha de infidelidad, y al otro a doña Manuela, orgullosa de la admiración que ella y sus niñas despertaban en una parte de la plaza.

¿Cómo, pues, no había de admirar también a Juanita, dejándose llevar de su irreflexiva admiración a modo de quien se desliza y cae sin sentir por un suave declive?

He visto en mis viajes las mujeres más hermosas del mundo, sin sentir el más leve escalofrío de deseo.

Era un hombre como de cuarenta y cinco años, de semblante hermoso y afable, con tal expresión de tristeza, que era imposible verle sin sentir irresistible inclinación a amarle.

El tiempo se pasa sin sentir para los que están en éxtasis y para los enamorados.

Orgullo y alegría inundaron el alma de la atrevida mujer al mirar en su propia mano la representación visible de Dios... ¡Cómo brillaban los rayos de oro que circundan el viril, y qué misteriosa y plácida majestad la de la hostia purísima, guardada tras el cristal, blanca, divina y con todo el aquel de persona, sin ser más que una sustancia de delicado pan! Con increíble arrogancia Mauricia descendía, sin sentir peso alguno.

sin sentir lástima, que un bijou tan precioso se guarde en tan miserable joyero!»

Ana pasaba el tiempo sin sentir al lado de Quintanar.

Hasta que mi hija llegó a tener ocho años, como apenas exigía otro cuidado que el de su corporal desarrollo, cuidado harto leve porque mi hija se ha criado con excelente salud, ora pensando yo en distraerme, ora anhelando hacerme apta para contribuir a su educación, he leído muchísimo y casi sin sentir me he convertido en marisabidilla.

Pero, no importa; la pasión me asusta, me aterra; pero, con todo, no hubiera querido morirme sin sentir esto, suceda después lo que quiera.

En faena tan secreta y dulce íbanse sin sentir las tardes; y alguna que otra vez la aguja se escapaba de los ágiles dedos, y el silencio, el retiro, la serenidad del cielo, el murmurio blando de los magros arbolillos, inducían a la laboriosa costurera a algún contemplativo arrobo.

Hablaron largo rato Lucía y él, en el balcón, sin sentir el frío, que era más que mediano.