102 oraciones de ejemplo con una luna

hacia luna, una luna muy clara, de modo que parecia que nos hallábamos al declinar la tarde.

, y á los rayos de una luna llena, distinguimos los árboles corpulentos de Orleans, luego las llanuras de Burdeos, despues las torres de Angulema, de Bayona y de Irun.

Grandes conchas y escudos rojos con una luna de plata adornaban los muros blancos, subiendo hasta la bóveda.

Un día sereno trae espantosa noche, o por el contrario, una luna que hermosea el espacio y serena el espíritu suele preceder a un sol terrible, ante cuya claridad la Naturaleza se descompone con formidable trastorno.

El sol no había conseguido disipar la niebla; se le vislumbraba detrás de un toldo blanquecino, como si fuera una luna de teatro hecha con un poco de aceite sobre un papel.

Las sombras nocturnas fueron pronto ganando terreno; pero la noche, al desplegar su manto y cobijar con él aquellas regiones, se complace en adornarle de más luminosas estrellas y de una luna más clara.

Por la galería abierta, la luna entraba en el cuarto, una luna triste de otoño asiático, dando a los dragones colgados del techo, formas y semejanzas quiméricas.

Primero era una estrella, después una luna, después un sol enorme que se iba extendiendo y adquiría al mismo tiempo un vivo color rojo.

En Quito lo lloraron, á lo que dicen, diez dias arreo; y dende allí lo llevaron á los Cañares, donde le lloraron una luna entera

La decadencia física se había detenido piadosa ante la bella expresión de sus labios, encorvados hacia arriba como una luna en creciente.

Habían salido todos del fumadero atraídos por la luna, una luna enorme que cubría de plata viva el Atlántico y hacía correr por los costados del buque arroyos de leche luminosa.

Él iba a expiar sus delitos adorándola con mayor vehemencia; iba a vivir en su imaginación una luna de miel ideal, rodeándola de todos los esplendores de un culto, como el pecador que se prosterna agradecido ante la imagen que perdona y le mira con ojos de misericordia.

Los tres amigos se dirigieron hacia la sala por el amplio corredor, débilmente iluminado por una luna nueva que apenas amortiguaba la luz de sus estrellas más próximas, pero que daba realce a las flores más blancas del jardín.

Gran consuelo es poseer, si no el sol, á lo menos una luna propia, un paraíso de suaves matices, que, cambiando siempre sin cambiar, da á esa vida inmóvil la poca variedad que necesitan todos los seres.

Había luna, una luna deslumbrante y el gredoso camino de Villanueva y las casas blancas estaban alumbrados como si fuera pleno mediodía, con reflejos más dulces pero con igual precisión.

Siguió contemplando la blanca nuca, como una luna envuelta en nimbo de oro, al través de las nieblas que tendía el sueño ante sus ojos.

Y por detrás de los cipreses, enorme, redonda, teñida de sangre, una luna de presagio nefasto se alzaba lentamente.

Fue una luna de miel.

En el Epítome de la crónica de don Juan II, por José Martinez de la Puente (Madrid, 1678), se lee lo siguiente:«Por consejos de San Vicente Ferrer, se ordenó en estos reinos que los judíos trajesen tabardos (que eran un género de capas antiguas castellanas) con una señal bermeja; i los moros, capuces verdes con una luna clara.

Poco a poco cubren el mar; las luces se funden, las aguas se impregnan de ellas, y entonces parece que en las profundidades del mar brilla esplendorosa una luna o una lámpara eléctrica de incalculable fuerza.

Aquella temporada fué para Tona una luna de miel en plena madurez de su vida.

Y cada mujer, una luna, ¿no es eso, don Juan? Cada mujer puede ser un cielo.

Dióse órden á todos de que guardasen el mayor silencio, y á pesar de que hacia una luna clarísima, nadie hubiera creido que hubiese una sola persona en el desfiladero: tan bien oculta y tan silenciosa estaba la gente.

Hacia una luna muy clara; pero tambien es cierto que como las calles del Albaicin, poblacion originariamente mora, eran estrechísimas y los aleros de las casas se cruzaban, superponiéndose en la mayor parte de ellas, estos callejas estaban en su fondo tenebrosamente oscuras.

La luna, una luna clara de invierno, iluminaba la aridez nevada del Monte-Jurra.

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