50 Verbos a usar para la palabra arrugas

Su piel, surcada por las arrugas, tenía el brillo de una eterna humedad, como si el vino volatilizado penetrase por todos sus poros y se escurriese por el borde de su bigote en forma de lágrimas.

Respecto a Antoñita, no parecía sino que el tiempo, al trazar cada día una nueva arruga en el rostro del anciano, había añadido una gracia más al bello semblante de la joven.

Y, como nadie se decidía a hacerlo, tuve que esforzarme en reír y hacer lo posible para borrar las arrugas de inquietud que surcaban todas las frentes.

Al decir esto, se puso repentinamente seria; una arruga bien pronunciada cruzó su linda frente.

En medio de una expansión placentera, cuando fluían de la boca de ambos alegres carcajadas, de pronto aparecía una arruga en su frente, quedaba repentinamente grave, luego sombrío y comenzaba a pensar y hablar de las desgracias que en pos de tales alegrías le podía aportar el Destino.

Natalia quedó seria y en su frente se marcó una arruga.

Pues entre los mil fastidios de la existencia, ninguno aventaja al que consiste en estar una docena de personas mirándose las caras sin decirse palabra, y contándose recíprocamente sus arrugas, sus lunares, y éste o el otro accidente observado en el rostro o en la ropa.

avanzando solemnemente sobre la mesa, y detrás de sus pasos todo el acompañamiento final de graves doctores, que no ocultaban las arrugas y las canas de sus rostros matroniles.

No ciertamente en la tonsura, borrada por una selva de pelo gris y cerdoso, ni tampoco en la rasuración, pues los duros cañones de su azulada barba contarían un mes de antigüedad; menos aún en el alzacuello, que no traía, ni en la ropa, que era semejante a la de sus compañeros de caza, con el aditamento de unas botas de montar, de charol de vaca muy descascaradas y cortadas por las arrugas.

Para que su genio fuera más irascible, padecía del estómago, y la enfermedad daba a su rostro, largo y fino, unas arrugas de melancolía

La frase y el guarismo se entrecruzaban en su cerebro, demarcando en su frente una arruga fina, delicada, que parecía hecha con tiralíneas; abismábase en meditaciones; después, tarareando una cancioncilla, pasaba la vista por los periódicos de la mañana, daba algunas órdenes a sus escribientes y se ocupaba un poco de teatros y diversiones.

Pero el padre de Magdalena permanecía grave y sombrío, sin que ningún resplandor iluminase su rostro impasible ni el rayo de esperanza deseado viniese a desdoblar las arrugas de su frente ceñuda.

Gómez-Urquijo nunca llegó a darse cuenta exacta de aquella veneración que le tributaban, ni de aquellos ojos que le escrutaban, detallando las arrugas de su frente y los febriles movimientos de su mano; aquellos ojos que se secaron mirándole y bajo los cuales pudo decir, sin resquicio de hipérbole, que había encanecido.

¡Cómo! ¿No teméis que por este fenómeno, cuya explicación ignoramos, cada perla que creemos ganada nos devuelva la arruga que juzgamos perdida?

La risa y el placer disimularán las arrugas de mi cara.

Lo característico de tal figura era la calva lustrosa, que empezaba al distenderse las arrugas de la frente y terminaba cerca de la nuca, convexidad espaciosa y reluciente, como calabaza de peregrino, bruñida por el tiempo y el roce.

No usaba mixturas ni linimentos para encubrir las arrugas atirantando la piel y atusar los mezquinos pelos del cogote.

Y sus alaridos, en los que vibraba la exuberancia aparatosa del dolor oriental, acompañábalos de arañazos que ensangrentaban las arrugas de su rostro.

Conocía él un escondrijo al pie del cerro, adonde jamás pudo llegar el ojo alerta de Caranchito, el regente, que desde la azotea espulgaba con un telescopio las arrugas del terreno en busca de alumnos vagos.

Allí se lavó las manos; se limpió escrupulosamente las uñas; se refrescó un poquito la cara, que tenía algo ardorosa; se arregló el pelo y los pliegues de la falda; se encajó bien el talle, y pasó repetidas veces las manos abiertas por todas las graciosas hondonadas y gallardas altitudes de su cuerpo, para estirar las arrugas del vestido.

En la obra de la exquisita y gentil escritora, el jayón es un niño tullido, una lacra fisiológica, un rollito santo donde la Fatalidad se ha complacido en grabar una arruga deforme.

Comenzaban ya a blanquearle los cabellos y aun a faltarle; advertíanse ya, desde hacía algún tiempo, algunas arrugas en derredor de los ojos; los cuidados y los disgustos habían demacrado sus mejillas; mas, a pesar de todo, su rostro era bello.

Masud-Almoharaví contrastaba enérgicamente con ella: era ya viejo, estaba pálido y demacrado: sus enormes ojos, en que se traslucia la raza africana, tenian un no se qué de terrible, de fiero, de amenazador, aun cuando querian dulcificarse y espresar el amor ó la amistad: sobre su frente habia impreso una profunda arruga el remordimiento, y sus ricas galas hacian contrastar esta fealdad del cuerpo y del alma que aparecian en su semblante.

Me he fijado mucho en esta faz del pueblo que examino, y noto realmente que aquel hábito imprime una arruga en su fisonomía.

Estas reflexiones labraron una arruguita en su frente, la arruga de los instantes fatales.

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