27 examples of cuya in sentences

exclamamos después de mirar una última vez al fondo obscuro del despeñadero; y santiguándonos santamente y pidiendo á Dios nos ayudase en todas las ocasiones, como en aquélla, contra el diablo y los suyos, emprendimos con bastante despacio la vuelta al pueblo, en cuya desvencijada torre las campanas llamaban á la oración á los vecinos devotos.

Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco, á cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda, cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde.

Sobre una de estas rocas, sobre una que parecía próxima á desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba temblando el primogénito de Almenar, de rodillas á los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.

con la mano en la empuñadura de la espada, parecen velar noche y día por el santuario á cuya sombra descansan todos por una eternidad.

Alonso y Lope, el uno estrujando en silencio entre sus manos el birrete de terciopelo, cuya pluma arrastraba por la alfombra, y el otro mordiéndose los labios hasta hacerse brotar la sangre, se clavaron una mirada tenaz é intensa.

Como guiados de un mismo pensamiento y al verse rodeados de repentinas tinieblas, los dos combatientes dieron un paso atrás, bajaron al suelo las puntas de sus espadas y levantaron los ojos hacia el farolillo, cuya luz, momentos antes apagada, volvió á brillar de nuevo al punto en que hicieron ademán de suspender la pelea.

Y el uno apoyado en el brazo del otro, los dos amigos se dirigieron hacia la catedral, en cuya plaza, y en un palacio del que ya

Á la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento aposentador que iba precediéndole, recorrió la iglesia de arriba abajo y escudriñó una por una todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del local, mandó echar pie á tierra á su gente, y hombres

Una pelada roca, á cuyos pies tuercen éstas su curso, y sobre cuya cima se notan aún remotos vestigios de construcción, señala la antigua línea divisoria entre

habian dormido sin temor á una sorpresa, apoyados en el grueso tronco de sus lanzas, cuando he aquí que algunos aldeanos, resueltos á morir y protegidos por la sombra, comenzaron á escalar el cubierto peñón del Segre, á cuya cima tocaron á punto de la media noche.

Entre las sombras, á lo lejos, ya subiendo las retorcidas cuestas del peñón del Segre, ya vagando entre las ruinas del castillo, ya cerniéndose al parecer en los aires, se veían correr, cruzarse, esconderse y tornar á aparecer para alejarse en distintas direcciones unas luces misteriosas y fantásticas cuya procedencia nadie sabía explicar.

La indignación llegó á su colmo, hasta el punto que uno de sus guardas, lanzándose sobre el reo, cuya pertinacia en callar bastaría para apurar la paciencia á un santo, le abrió violentamente la visera.

El casco, cuya férrea visera se veía en parte levantada hasta la frente, en parte caída sobre la brillante gola de acero, estaba vacío...completamente vacío.

En esa tumba, cuya inscripción es el mote de mi canto, reposa en paz el último barón de Fortcastell, Teobaldo de Montagut, del cual voy á referiros la peregrina historia.

Y subió más alto, y creyó divisar á lo lejos las tormentosas nubes semejantes á un mar de lava, y oyó mugir el trueno á sus pies como muge el océano azotando la roca desde cuya cima le contempla el atónito peregrino.

Despierta, miras, y al mirar, tus ojos Húmedos resplandecen Como la onda azul, en cuya cresta Chispeando el sol hiere.

] XXXI Nuestra pasión fué un trágico sainete En cuya absurda fábula Lo cómico y lo grave confundidos Risas y llanto arrancan.

Ni era fácil, supuestas las ideas dominantes, cuya filiación española databa del reinado de Carlos III, que un joven de su carácter e inclinaciones dejara de formar en el bando de los Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano y Quintana, y a que en esfera menos activa pertenecían hasta hombres que, como Gómez Hermosilla y Moratín, aceptaron el gobierno efímero de José Bonaparte.

Infatigable en su actividad, la consagraba ora a la instrucción general y a la de los niños de la Casa de Corrección, cuyo establecimiento fué objeto particular de sus desvelos; ora al teatro, cuya afición jamás le faltó, y a que dió impulso por todos los medios posibles, haciendo venir, en mucha parte a su costa, la primera compañía de ópera, y constituyéndose empresario del Principal,

Estas niñas románticas, cuya cabeza ha podido exaltar la lectura de novelas, no reparan en clases ni en dinero; éste podrá ser su yerro; enamóranse de un hombre sin preguntarle quién es; ésta es su imprudencia: si sale pobre, verdad es, nada les arredra, y en las aras del amor sacrifican su porvenir; mas si sale rico, como ya están enamoradas, por esta sola circunstancia no se desenamoran.

No veo el por qué había yo de estar fuera de cuando me lisonjeo con la esperanza de que su padre de usted, que es íntimo amigo de mi tío, me concederá esa linda mano, en cuya posesión se cifra toda mi felicidad.

Y bosques inmensos de plátanos, cocoteros y tamarindos, con cuyos frutos podré sustentarme, o a cuya sombra podrán reposar tal cual vez mis fatigados miembros.

aprovechar el primer momento en que no pase gente, avisar a usted de ello con tres palmadas, recibirla cuando baje y conducirla en dos brincos a la iglesia, cuya puerta, por fortuna, tenemos casi enfrente de esa reja.

Por esa reja, quise decir, cuya llave tienes , y que está tan baja que con la ayuda de una silla, cualquiera puede.... BRUNO.

Es ésta aquella Clementina tan sentimental, de cuya amistad estaba yo tan segura!

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