127 Adjetivos para describir zapato

De aquí resultó un chocante contraste: lo fino de los pantalones con lo grosero de los zapatos viejos del mayorazgo, que nunca vieron más lustre que el que les daba una corteza de tocino frotada sobre ellos cada ocho días.

El que está leyendo el periódico y tiene los zapatos rotos es el Emperador y Autócrata de todas las Américas, y aquel anciano a su lado que se mece la barba,ese es, !ah! no me atrevo a decir a usted quién es.

Pusiéronle los zapatos, blancos también y apenas ligeramente gastada la suela, señal de haber dado pocos pasos, y después tejieron, con sus admirables cabellos de color castaño obscuro, graciosas trenzas enlazadas con cintas azules.

llegaba al portal, vestido con levita, pantalón y chaleco de mahón gris; agarrotado su cuello entre los revueltos y atropellados pliegues de una enorme corbata de percal con grandes cuadros rojos; medio oculta su diminuta é inteligente cabeza bajo las anchas alas de un sombrero de paja con cinta verde, y calzado, por último, con gruesos zapatos de Novales.

Quintanar le seguía muerto de sueño, encerrado en su uniforme de cazador, de que se reía no poco Frígilis, quien usaba la misma ropa en el monte y en la ciudad, y los mismos zapatos blancos de suela fuerte, claveteada.

Le ponen pantaloncitos cortos ceñidos a la rodilla, y blusa con cuello de marinero, de dril blanco como los pantalones, y medias de seda colorada, y zapatos bajos.

Llegaban los labradores, con la faja abultada por los cartuchos de dinero, a comprar lo que necesitaban para toda la semana allá en su desierto, rodeado de naranjos; iban de un puesto a otro las hortelanas, elegantes y esbeltas cual campesinas de opereta, peinadas como señoritas, con faldas de batista clara que, al recogerse, dejaban al descubierto las medias finas y los zapatos ajustados.

que datan de un matrimonio remoto; medias blancas con zapatos negros; collares de nodriza entre joyas valiosas...

Ella está amortajada de beata, con muy rizada toca en la cabeza, y calzada con unos raros zapatos altos, de aristocrática hechura.

Los niños blancos parecían como perdidos dentro de pantalones viejos de sus padres y sus pies se movían sueltos en el interior de enormes zapatos.

Patina Santa, como únicos símbolos del nuevo y elevado destino a que la suerte les había llamado, colgaba de sus orejas pendientes de perlas y aprisionaba sus pies con zapatos descotados de sarga, los cuales eran bienes adheridos a la casa y servían para todas las que iban llegando.

Siempre había en las cuadras caballos o mulas forasteras, masticando abundante pienso, y en los anchos salones se oía crujir incesante de botas altas, pisadas de fuertes zapatos, cuando no pateo de zuecos.

La cabellera amontonada con gracioso descuido, los zapatos blancos algo usados, la blusa modesta de confección casera, la falta total de alhajas, daban a su figura un aspecto de pobreza sufrida animosamente, de incertidumbre bohemia sobrellevada con resignación.

No traía chinelas, sino zapatos de dos suelas, colorados, con unas calzas que no se le parecían, sino cuanto por un perfil mostraban también ser coloradas.

Los finos zapatos de Clementina se hundían en la tierra y quedaban manchados.

No sino muy contados mendigos, y éstos ayudados de un organillo, de un violin, de un ramo de flores ó una cajilla de fósforos, y esos entes aguardientosos, trapudos y abigarrados, y esas mastodontas de schal, esas elefantas de delantal y zapato desgobernado, solian pasar por el centro, como el mal olor donde solo se respiran perfumes.

Dejo las calzas, ya afolladas, ya botargas, los zapatos ya romos, ya puntiagudos.

Ella con otro traje: falda ceniza y abrigo muy oscuro, de paño todo bordado; sombrero gris con gran lazo y velillo; en vez de zapatos, botas.

Este nuevo personaje llevaba también antifaz; era robusto y joven, á juzgar por la energía de su mirada, que dejaba verse al través de las averturas del cuero negro que le enmascaraba; su traje era el de los cortadores de Londres; coleto y calzones de paño rojo, gorro de baqueta, medias azules y zapatos ferrados.

Aún tenía los zapatos sucios, y bien se le conocía en la cara y en el desaliño de toda su persona, la brega en que había andado desde las dos de la mañana.

En pocos momentos desarmó Pablo á su enemigo; le sopapeó, le revolcó en el fango, volvió á levantarle asido por las greñas, le dió dos puntapiés, y arrojó el arma vil á una poza, mientras el valiente, huyendo del alcalde que se empeñaba en prenderle, y de la rechifla del público, corría que se las pelaba, escupiendo basura y chocleándole los zapatos llenos de agua sucia de la charca.

Admiraba a los soldados vestidos completamente de blanco, con sombrero de paja, guantes amarillos y zapatos cuidadosamente lustrados, a la hora en que aquellos bravos, acompañados de sus pequeños, iban a comprar sus provisiones.

Tras ellos subían enormes zapatos de hombre, embetunados y de fuerte morro, que dejaban en la alfombra una huella de pesadez.

Yo estaba irreprochable... mis zapatos barnizados, mis guantes amarillos, un sobretodo de cuellos de silkskin...

El grandioso templo era un gigante calzado con zapatos toscos y cubierta la cabeza de deslumbrantes penachos.

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