30 Metáforas para pie

Á sus pies está el abismo, y en él caerá con su cruz de tristezas, y allí será crucificado por el verdugo de sus remordimientos.

El pie de la tabla era ansimesmo hueco, que respondía a la garganta y pechos de la cabeza, y todo esto venía a responder a otro aposento que debajo de la estancia de la cabeza estaba.

Te hundirás, sin que te sirvan de nada tu pie ario y tu pie semita.

Esto lo vence todo; despavorida, retorna al puente, atraviesa ligera la mitad del arco, encuentra la horrible brecha; como siempre, da el peligroso salto; mas en esto el gozque, impaciente con tal tardanza, se avanzó descompuestamente por la parte opuesta, impidiendo que el breve pie asentase donde debiera para no caer.

Mil veces los pies os beso.

¿Cómo podía reconocer á Julio en este sargento cuyos pies era dos bolas de tierra mojada, con un capote descolorido y de bordes deshilachados, lleno de barro hasta los hombros, oliendo á paño húmedo y á correa?...

El pie calza en lazos de oro, Porque la nieve se goce, Y no se vaya por pies La hermosura del orbe.

Según Balby, la stade corresponde á cincuentiuna toesas, un pie y noventidos centésimos de pulgada.

Pues si el pie de la muchacha es chiquitín entre aquellos que la miran arma un motín.

7 Y los pies de ellos eran derechos, y la planta de sus pies como [la] planta de pie de becerro; y centelleaban a manera de bronce muy bruñido.

Los pies estaban descubiertos; parecían haberse estirado en convulsiones contra la madera de la cama y después haber vuelto a caer sin fuerza.

Aquellos pies desnudos eran para ella la desnudez de todo el cuerpo y de toda el alma.

Un ligero preludio del trovador se siguió á su suspension, y de alli á un momento una voz, harto conocida para ellos, entonó con lánguido acento una cantica, de la cual pudieron percibir los fragmentos siguientes, en medio de los sollozos que de cuando en cuando la interrumpian, y del monotono rumor del torrente, que á los pies de la torre por la honda zanja se desprendia.

Tentólos don Quijote, y cayó luego en la cuenta de lo que podía ser, y díjole a Sancho: No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees, sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona.

Los pies de la dama eran de forma irreprochable, finos, algo elevados por el tarso, ni tan largos como de bolera, ni tan cortos como de china, y no calzados, afectando descuido, con zapatones a la inglesa, sino con medias de seda roja y zapatos de charol a la francesa, de tacón un poquito alto y sujetos con lazo de cinta negra.

El reo hizo una señal afirmativa, y los cuatro hermanos le retiraron del tormento y lo pusieron en posición horizontal, aunque sosteniéndole para que no tocase el suelo, pues sus pies eran dos informes muñones, chamuscados y sangrientos, que esparcían un hedor insoportable.

Basta con que los pies sean ligeros, el cuerpo flexible, la vista perspicaz y diestro y robusto el brazo.

Lo cual visto por uno de los cabreros, dijo: Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen.

Sus cabellos son una madeja de azabache; sus pies son dos nonadas, dos mentirillas: ¡qué madeja!

Mi pie no es mi pie, es mi calzado,

Los dos pies que estan de tras, son posturas que haze el izquierdo en dos Reuerencias que ay diferentes, que vna es la Cierta, y otra la Galana, como q̃da dicho, y se por la estampa.

La que no tiene el rostro bonito, tiene un cuerpo escultural; si la mano es fea, el pie es un primor... ¡Usted no ha escogido mal, picarillo!...

Nuestros pies estuvieron en tus puertas, oh Jerusalén; 3 Jerusalén, la que es edificada como [una] ciudad que está bien unida entre .

Si, por el contrario, se trata de rocas sagradas, posiblemente de la era fetiquista, entonces el pie esculpido será un rastro divino, como el del Inca en el acto de descalzarse, ó el de una deidad que por algún motivo se paró sobre la roca, como el de aquel Taapac, para predicar desde un alto peñón, ó el del Huiracocha ó el del dios Trueno, si la roca responde al culto acuático.

Durante muchos años dichos nombres tuvieron quizás ilustre elocuencia; pero ahora eran menos aun que el hueso suelto que nuestro pie remueve en los osarios.

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