22 colocaciones para ateos

La pobre muchacha te quiere ciegamente; su amor está sobre todo; pero le atormenta mucho tu fama de ateo.

«De esa separacióndijo María,tienes la culpa, , por tu carácter rebelde á todo convencimiento, por tu ceguera, por tu obstinación de ateo y materialista.

¿Por qué creía ella en la honradez de un ateo?

Tus burlas de ateo no turbarán mi conciencia, que si está lejos de ser pura, no deja de ver con claridad el bien.

El entierro del ateo fue una solemnidad como pocas.

Pues qué, ¿ya no hay creencias, ya no hay fe; hemos de gobernar el mundo y la familia con las utopias de los ateos?

El carnaval teológico que en las «Blasfemias» constituye la diversión principal de la fiesta del ateo, con sus cópulas inauditas y sus sacrílegos cuadros imaginarios, sería motivo para dar razón al iconoclasta Max Nordau, en sus diagnósticos y afirmaciones.

¡He dicho! Delirantes aplausos y risas soeces acogen las últimas frases del ateo.

No importaba que Mourelo gritase en todas partes: Pero si no fue él, si fue un arranque espontáneo del ateo....

¿Cómo se concilia esto con las doctrinas que se le atribuyen?; porque, según la última frase del párrafo transcrito, no es el lenguaje de un ateo, ni de un panteísta.

SEÑOR EULALIO.—Se lo he visto hacer a la mar de ateos.

Esto último era lo más probable y lo que más convenía a los planes de Cármenes, el cual desde el domingo de Ramos tenía a punto de terminar una larguísima composición poética en que se cantaba la muerte del ateo felizmente restituido a la fe de Cristo.

Y un estado análogo de ánimo es el que me inspiró aquel soneto titulado «La oración del ateo», que en mi Rosario de sonetos líricos figura y termina así: Sufro yo a tu costa, Dios no existente, pues si existieras existiría yo también de veras.

Os conozco, señores políticos; ha tiempo que Spinosa, el príncipe de los ateos y Hobbes el materialista, y Hume el escéptico me descubrieron vuestro secreto.

Una de las veces que visité el Botocan, fuí acompañado de un amigo que tiene sus ribetes de ateo.

Hablaba, en la calle con Juanito, al que encontraba muy simpático, a pesar de la repugnancia que en las primeras entrevistas sentía, al pensar que era el sobrino de un empedernido ateo, y que tal vez participase de sus doctrinas.

Pero ¿cómo la hija de un ateo ha de tener vocación para esposa de Jesucristo? Al pronunciar estas últimas palabras, el rostro de Doña Blanca tomó una expresión sublime de dolor; sus mejillas se tiñeron de carmín ominoso como el de una fiebre aguda; dos gruesas lágrimas brotaron de repente de sus ojos.

Creía Joaquín que en casa de un ateo de profesión, de un loco, en otros términos, la buena crianza estaba de más.

¡Dios nos libre! Oiga: no viene en clase de ateo; viene a cazar, ¿sabe?...

¿Y qué de extraño en la conversión religiosa de los ateos llegados á la vejez?

Llegáis; habéis saltado del automóvil o del coche; tenéis en lo íntimo cierta sensación de hombre que está descentrado, fuera de medio; que condesciende a pisar el barro de los caminos estrechos y a escuchar la infantil charla aldeana; entráis como un ateo cortés en un templo.

Él calló una temporada, pero luego volvió a la carga, incansable en aquella propaganda, que, en el fondo de su corazón, deseaba infructuosa, por el gusto de ser el único ejemplar de la, para él, preciosa especie del ateo.

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