96 colocaciones para calados

El Estudiante se puso las enaguas de la posadera y se ató un pañuelo en la cabeza, Bautista se caló un sombrero de copa que alguno encontró, no se sabe dónde, y cantaron ambos el dúo ingenuo de Vilinch, y la algazara fué tan grande que los cantores tuvieron que enmudecer porque el Cura gritó desde arriba que no le dejaban dormir en paz.

D. Julián se caló las gafas y se puso a leer, con una voz blanca de gola que tenía reservada para estas ocasiones, cierto capítulo en que se describían los sufrimientos de un niño perdido en las calles de París.

Presente don Quijote en la estacada, de allí a poco, acompañado de muchas trompetas, asomó por una parte de la plaza, sobre un poderoso caballo, hundiéndola toda, el grande lacayo Tosilos, calada la visera y todo encambronado, con unas fuertes y lucientes armas.

Los ricos y sedentarios 5 Se tornan con paso grave, Calado el ancho sombrero, Abrochados los gabanes; Y los clérigos y monjes Y los prelados y abades 10 Sacudiendo el leve polvo De capelos y sayales.

El viejo, con su gorra calada hasta las orejas, envuelto en el sudeste, se asomaba a una de las ventanas de la atalaya.

Abrió Ana los ojos y miró a su don Víctor que a la luz de una lámpara de viaje, calada hasta las orejas una gorra de seda, leía tranquilamente, algo arrugado el entrecejo, El Mayor Monstruo los celos o el Tetrarca de Jerusalén, del inmortal Calderón de la Barca.

la gorra y marchad en silencio delante de nosotros, añadió aquel hombre calando de nuevo su visera.

No tenían mas que hundir sus manos en cualquiera de los arcones que latían con sordo crepitamiento de carcoma, y cuyos hierros, calados como encajes, se desclavaban de la madera.

La furiosa marejada agitaba los algares del fondo; la espuma era amarillenta, sucia, biliosa, y los pobres marineros, calados por la lluvia y por las olas, sufrían los latigazos del mar, los golpes de agua y algas que les cortaban cruelmente la dura epidermis.

Los guardias treparon ágilmente, calando la bayoneta, dispuestos á un combate cuerpo á cuerpo; el Carolino era el único que marchaba perezoso, con la mirada estraviada, sombría, pensando en el grito del hombre al caer derribado por su bala.

Cuando acabó la sesión, quise picarle para que hablara segunda vez; pero no si caló mis intenciones; lo cierto es que dijo que me iba á cortar el pescuezo, añadiendo que no me descuidara.

Las olas saltaban sobre las peñas con tal fuerza que, al caer la espuma en copos blancos como nieve líquida, nos calaba la ropa.

¡Oh! ¡Margarita! ¡Margarita! Coloreáronse febrilmente las mejillas del fraile, que tomó su manto, se caló la capucha y salió de la celda, siguiendo al gentilhombre.

Esto le gustaba mucho también á Silda; y en cuanto Andrés calaba la sereña, ya estaba ella á su lado, muy calladita y con los ojos clavados en el aparejo.

Un negro borracho, sentado cerca de Manuel, saludaba el paso de alguna mujer guapa, gritando con una voz aniñada: ¡Olé ahí! ¡Vaya caló! Adiós, Manolooyó Manuel que le decían.

Un negro borracho, sentado cerca de Manuel, saludaba el paso de alguna mujer guapa, gritando con una voz aniñada: ¡Olé ahí! ¡Vaya caló! Adiós, Manolooyó Manuel que le decían.

Además el gaucho, para correr en el monte, se cala guantes de cuero fabricados por él mismo, y un sombrero retobado de cuero por toda la copa.

Al fin, habiendo llegado gente de refresco en ayuda de los suecos, los imperiales, que ya habían perdido y ganado una vez las colinas, se pusieron en dispersión, arrojándose sobre la Infantería española que estaba plantada á sus espaldas; mas ésta caló las picas y recibió con ellas á los fugitivos, de modo que tuvieron que volver el rostro de nuevo al enemigo.

Mas no le fué posible; pues cuantos rodeaban por todas partes á Patroclo, se cubrían con los escudos y calaban las lanzas.

Mi tía Úrsula se calaba las antiparras y leía con gran detenimiento alguno de estos relatos, y los comentaba.

Además, las empecatadas Cortes, decretando la abolición de los señoríos, habían cercenado las cuantiosas rentas de la catedral, adquiridas en los siglos en que los arzobispos de Toledo se calaban el casco y andaban con los moros a golpes de mandoble.

Castro Pérez se caló una gorra de terciopelo verde bordada de oro, a manera de fez, con una gran borla que colgaba hacia atrás y se balanceaba como un péndulo.

Lo acabado de su factura, sin embargo, y el aviso al lector de no tocar verso alguno de su poema, cosa que no hizo por ninguna otra poesía suya, hace creer que tuvo por pretexto únicamente las jornadas más o menos angustiosas de su vida, pero que su mal de amores no fue de los únicos, ni de los que calan huesos.

Y allá, en lo alto del firmamento, iguales corros de nubes pardas y tristes amontonándose en silencio sobre la vetusta catedral, para escuchar en las noches melancólicas de otoño los lamentos del viento al cruzar la alta flecha calada de la torre.

Y bien lo necesitaban los seis caciques; pues, menos provistos de impermeables que don Simón, estaban calados de agua hasta el pellejo.

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