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¡Ra-Ra, hijo míogritó á toda voz, la salida está libre; huye y no perdamos tiempo! Saltando sobre las hojas rotas de la puerta aparecieron bajo su arco varios hombres que parecían asombrados de su buena suerte y miraban en torno, no sabiendo por dónde escapar.

También se abrió la puerta del gabinete y apareció en ella la figura del duque, de bata y gorro.

Largo rato pasó sin que nadie abriera; pero al fin distinguió alguna claridad al través del ventanillo; sintió pasos; una mano descorría la tabla, abrióse el agujero y aparecieron dos ojos.

Casi al mismo tiempo que ellos en la calle, aparecieron en sus respectivos balcones la mujer de Bolina, rodeada de sus nietos, y la del pobre Tuerto, sola, desgreñada y dando alaridos de desconsuelo.

Agradeció mucho Fortunata que en aquel momento se abriese suavemente la puerta de la alcoba y apareciera la cabeza de Severiana.

También allí la guerra social produce sus estragos; también allí los hombres aparecen envueltos en ese torbellino de «la lucha por la existencia.

Por una esquina de la calle, del lado de la catedral, apareció una señora que los del balcón reconocieron al momento.

Su piel, vista por nuestros ojos, aparece llena de grietas, de hoyos y de sinuosidades.

El umbral aparece cubierto por el agua que se esparce en raudal sobre las piedras amontonadas; pero saltando de uno á otro saliente de las rocas ó sobre las piedras que el agua no llega á cubrir, se puede penetrar en la gruta y seguir junto á la corriente, una estrecha y resbaladiza cornisa por la cual se puede ascender, no sin peligro.

¡Adelante! exclamó el Prelado, y apareció en el umbral un sirviente vestido de negro.

Puesta, pues, la tira del abacá debajo del cuchillo, de modo que la corteza exterior mire arriba, se tira de ella con fuerza por una punta, lo cual se practica una ó dos veces, y entonces aparecen claros los hilos; pero con este método se desperdicia la mitad del abacá.

A fin de disimular, trató de aparecer sereno y alegre; habló de las novedades políticas; se congratuló de que don Andrés Rubio acabase de obtener una gran cruz y fuese ya excelentísimo; y, por último, echó unas cuantas manos de tute con el maestro de escuela.

¡La revolución que se la clavaran a él en la frente! Todos le miraban; cuando se presentaba en la boca del lobo, y hablaba con tanto desparpajo, era que los rumores propalados carecían de fundamento: Esteven aparecía de nuevo rodeado de la aureola de que se le había querido despojar, depositario siempre de los rayos de Júpiter.

Su cara se oscureció y en su frente apareció una sombra de terror.

Y entonces don Álvaro, gozoso, entusiasmado, quiso deslumbrar a su auditorio con el contraste de aventuras románticas, en que él aparecía como un caballero de la Tabla Redonda.

En medio de aquella espuma aparecía, como un náufrago, el rostro demacrado, amarillento, de Emma, que definitivamente había vuelto a desmoronarse en ruina que no admitía ya restauraciones.

Quita, quita...dijo Fortunata, queriendo aparecer serena.

Otros árboles de corteza rugosa, cuyos troncos salen de la misma orilla del arroyo, sólo aparecen blancos de nieve por el lado del viento; el resto del árbol conserva su propio color y las ramas sólo aparecen salpicadas de algunos copos.

Allí fue el amenazador levantamiento de su conciencia, allí la reyerta encarnizada entre ciertas ilusiones suyas y ciertos temores que aparecieron de improviso como enemigos emboscados acechando la ocasión.

En la entrada del salón apareció un personaje que llevaba debajo del brazo unos cuadernos de música.

Jacinta vio aparecer su cara inteligente y socarrona.

Cada minuto es un siglo de angustia, y cuando el viajero ve aparecer el sol al dia siguiente, cuyo calor hace huir á la infernal plaga, comprende que en solo una noche ha sufrido por muchos años y ha aprendido á tener resignacion.

Ultimamente, ha aparecido una importante obra del Abate Favre en la que hay muchas palabras Tagalas y Visayas impresas con sus caracteres própios, sirviéndose el autor de los alfabetos de San Agustin y Mentrida, segun parece.

Y asombrárase el leyente de que no haya aparecido todavía el nombre del doctor Rizal, cuya soberana poesía Ultimo Adiós ha recorrido el orbe.

Venturita, después de unos días en que no cambió con su marido palabra alguna y aparecía pálida y ceñuda, herida, sin duda, por la violencia que éste había desplegado en la escena que hemos descrito, volvió a ser lo que antes, alegre y decidora unas veces, colérica y caprichosa otras, siempre de palabra aguzada y sarcástica.

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