79 colocaciones para ondeando

El piloto afirmaba que también había visto la nave, que en el tope de su palo mayor ondeaba la bandera de Castilla y que en su proa se figuraba haber leído este nombre simbólico: Victoria.

En una de éstas, ondeaba el estandarte del Duque y sobre él la real insignia, el pabellón de Ruritania.

Y no se crea por esto, que se había levantado contra Felipe Augusto aquella inmensa línea de tiendas, entre las cuales se veían á la débil luz del amanecer los bruñidos petos y las altas picas de los despiertos centinelas, guardando otra tienda mayor, sobre la cual ondeaba un pendón rojo; ni que era el monarca francés quien aguardaba en un magnífico castillo, situado sobre una eminencia á un tiro de ballesta del campamento.

Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de cuero finísimo, recamadas de oro y plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, á modo de senadores venecianos.

El pañuelo seguía en la muralla ondeando al viento.

Pues en tan gran peligro estamos, quiero que ondee mi pabellón sobre cubierta, dijo el barón tranquilamente.

El látigo chasqueó y nos pusimos en marcha, pero cuando llegamos al camino real, la diestra mano de Yuba-Bill hizo que los seis caballos cayeran sobre sus patas traseras y la diligencia se paró bruscamente: allí, en una pequeña eminencia junto al camino, estaba Magdalena, flotante el cabello, centelleantes los ojos, ondeando el pañuelo y entreabiertos sus labios por un último adiós.

La mar, que no agitaba el soplo más ligero, se mecía blandamente, levantando sin esfuerzo sus olas, que los reflejos del sol doraban, como una reina que deja ondear su manto de oro.

Una cohorte de soldados á caballo se cruza con la caravana: es un destacamento romano, arrogante y belicoso; el sol saca chispas de sus corazas y yelmos; ondean las crines, flotan las banderolas, los cascos de los caballos hieren el suelo con provocativa furia.

Por un lado se descubria la inmensa superficie del mar; y por otro se veian ondear en los valles á impulsos del viento las doradas espigas.

Mas próxima al mar que las otras, habia una tienda, sobre la cual ondeaba un pendon de seda roja y verde; á la puerta de esta tienda dos hombres paseaban amigablemente y miraban al mar, en cuyo lejano horizonte aparecia un punto negro.

Detras agitan sus copas de un verde oscuro las moreras, salpican el campo los simétricos viñedos, ú ondean como lagos de verdura los entables de trigos, dominados á veces por las flotantes espigas y las rubias cabelleras de las cañas de maiz.

-XIX- La Unión del Norte ¡Cuidado si hace calor! Sobre el duro azul de un celaje no empañado por la más leve bruma, ondean las flámulas, colocadas en mástiles a la veneciana alrededor del baluarte de la Puerta del Castillo, y sus gayos colores no desdicen del júbilo radiante del cielo y de la estrepitosa y alegre multitud.

Las casas antiguas de Castilla pusieron sobre las armas hasta el último vasallo; y los moros de Baza veian llegar todos los dias nuevas tropas al campo de los sitiadores, y ondear en él nuevas enseñas con armas y divisas bien conocidas en la guerra.

El vientecillo del amanecer hacía ondear los penachos de su sombrero.

Asimismo recordarán que la bandera de los Castros entró arrastrando en el castillo, arrancada por mano de don Álvaro de la tienda en que ondeaba al soplo del viento.

tremen las tierras: ondean las mares: el ayre se sacude: suenan las llamas: los vientos entre si traen perpetua guerra: los tiempos con tiempos contienden e litigan entre si: vno a vno: e todos contra nosotros.

Sus cabellos, sueltos por la agitación y el movimiento, ondeaban alrededor de la cabeza de don Álvaro como una nube perfumada, y de cuando en cuando rozaban su semblante.

Sobre la tersa superficie ondeaban las cañas en el crepúsculo, como la cresta de una selva sumergida.

El 19 de mayo de 1850 desembarcó en Cárdenas, ondeando por primera vez en la Perla de las Antillas la bandera de la estrella solitaria.

Su cabello ondeaba tras el casco como un adorno bárbaro, y no llevaban otra vestidura que una amplia túnica hendida por el lado izquierdo, que dejaba al descubierto sus piernas nerviosas oprimiendo los hijares del caballo.

Sobre los techos, algunos mocetones manoteaban con los brazos extendidos y las piernas abiertas, mientras el viento hacía ondear los pliegues de sus pantalones negros sobre unas polainas claras.

Ondeaban izadas en los mástiles las redes rojizas puestas á secar, las camisetas de franela, los calzones de bayeta amarilla, y por encima de este vistoso empavesado pasaban las gaviotas trazando círculos, como si estuvieran borrachas de sol, hasta que se dejaban caer por un instante en el mar azul y tranquilo, agitado por leves estremecimientos é hirviente con burbujas luminosas bajo el calor del mediodía.

Sobre el bosque brillante de las armas ondeaban las Ocho Banderas, emblemas de las antiguas tribus manchures, amarilla, blanca, roja, azul ó con diversas combinaciones de estos cuatro colores.

La primera impresión, al pisar de nuevo el suelo francés, es complicada y compleja: sin embargo, dos rasgos característicos parecen desprenderse sobre el confuso ondear del espíritu, que, curioso, vuela de una sensación a otra, como buscando la clave de un enigma.

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